jueves, 31 de diciembre de 2015

Guamán Poma: la pascua del sol

Guamán Poma. Diciembre. Cápac Inti Raimi. La gran pascua solemne del sol. Pág. 258/260.
Diciembre. Cápac Inti Raymi. Que en este mes hacían la gran fiesta y pascua solemne del sol, que como dicho es, que de todo el cielo, de los planetas y estrellas y cuanto hay, es rey el sol; y así Cápac quiere decir rey, Inti: sol, Raymi: gran pascua, más que Inti raymi. (..) Que en este mes hacían grandes sacrificios al sol, mucho oro y mucha plata y vajillas, que entierran quinientos niños inocentes y niñas, los entierran parados, vivos, con sus vajillas de oro y plata, y mucho mullo y ganado; y después del sacrificio, hacían grande fiesta, comían y bebían a la costa del sol, y danzaban taquies, y grandemente de beber en la plaza pública del Cuzco y en todo el reino.


Felipe Guamán Poma de Ayala. El primer nueva corónica y buen gobierno, capítulo de los meses del año de los incas, pág. 259/261 (c. 1615).

Guamán Poma: sacerdotes y corregidores jugadores

Guamán Poma. Padre. Juega el padre a los naipes, con el corregidor de la provincia. Doctrina. Pág. 596/610.
Cómo los dichos padres de las dichas doctrinas son tan libres, asimismo el dicho corregidor, juegan a los naipes y ganan jugando el salario, y demás de esto estando en su doctrina el dicho padre y corregidor son tan soberbiosos que no temen a Dios ni a la justicia, a los dichos casados españoles, y a los indios y a las indias en las iglesias, en la plaza pública, le dice ladrones, y a las mujeres putas delante de sus maridos o personas, y otras feas palabras, de que con ello le espanta, y reciben agravios los pobres, que los siervos de Jesucristo han de amar y honrar, encubrir las flaquezas; a la secreta reprenda con amor de Dios como a hijo el padre como lo manda Dios en este reino.


Felipe Guamán Poma de Ayala. El primer nueva corónica y buen gobierno, pág. 597/611 (c. 1616). 

Guamán Poma: una imaginaria presentación

Guamán Poma. Pregunta Su Majestad, responde el autor. Don Phelipe el tercero, rey monarca del mundo. Ayala el autor. Presenta personalmente el autor la corónica a Su Majestad. Pág. 961/975.
Comienza el capítulo de la pregunta. Pregunta Sacra Católica Real Majestad al autor Ayala, para saber todo lo que hay en el reino de las Indias del Perú, para el buen gobierno y justicia y remediarlo de los trabajos y mala ventura, y que multiplique los pobres indios del dicho reino y enmienda y buen ejemplo de los españoles y corregidores y justicias, padres doctrinantes, encomenderos, caciques principales y mandoncillos; a la pregunta de su Majestad responde el autor y habla con su Majestad, y dice: sacra católica real Majestad, a mí ha de oír muy atentamente, acabado pregunte vuestra Majestad; yo me huelgo de darle al aviso de todo el reino para memoria del mundo y grandeza de vuestra Majestad.


Felipe Guamán Poma de Ayala. El primer nueva corónica y buen gobierno, pág. 960/974 (c. 1616).

lunes, 28 de diciembre de 2015

Vargas Llosa: el capellán

Adriaen van Ostade. The Merry Drinkers (1659).
Los domingos en la mañana, después del desayuno, hay misa. El capellán del colegio es un cura rubio y jovial que pronuncia sermones patrióticos donde cuenta la vida intachable de los próceres, su amor a Dios y al Perú, y exalta la disciplina y el orden, y compara a los militares con los misioneros, a los héroes con los mártires, a la Iglesia con el Ejército. Los cadetes estiman al capellán porque piensan que es un hombre de verdad: lo han visto, muchas veces, vestido de civil, merodeando por los bajos fondos del Callao, con aliento a alcohol y ojos viciosos.


Mario Vargas Llosa. La ciudad y los perros (1962).

domingo, 20 de diciembre de 2015

Dostoyevski: el hombre en la tierra

Henri Martin. El poeta.
   Unos sollozos brotaron súbitamente del pecho de Mitia, que tomó a Aliosha de la mano:
   —Amigo, amigo, en humillación, también ahora en humillación. ¡Es espantoso lo que ha de sufrir el hombre en la tierra!, ¡son muchas, terriblemente muchas, sus calamidades! No creas que soy tan solo un bribón con grado de oficial, dedicado a beber coñac y entregado al libertinaje. Hermano, casi no pienso en otra cosa que en esto, en ese hombre humillado, si no miento. Quiera Dios que no mienta yo ahora ni me alabe. Pienso precisamente en ese hombre porque yo mismo soy un hombre así.

                        Para que de la abyección del alma
                        pueda el hombre elevarse,
                        que pacte por la eternidad
                        con la antigua madre tierra.

   »Pero ahí está la dificultad: ¿cómo pacto con la tierra por la eternidad? Yo no beso la tierra, no le abro el pecho; ¿he de hacerme, acaso, mujik o pastorcillo? Camino y no sé si he caído en la hediondez y en la vergüenza o en la luz y en la alegría. ¡En eso está la desdicha, pues todo en el mundo es enigma!


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro tercero (1880).

lunes, 30 de noviembre de 2015

Aristóteles: el principio que todo lo gobierna

Benjamin West. Saul and the Witch of Endor (1777).
Esto [lo indeterminado] parece ser el principio de los demás seres «que lo abarca todo y todo lo gobierna»… y es además un ser divino, pues es «inmortal e indestructible», como dicen Anaximandro y la mayoría de los naturalistas.

Aristóteles. Física.

Aristóteles: el alma entreverada

Zdislav Beksinski. Sin título.
Algunos afirman que el alma se halla entreverada en el todo. Posiblemente es este el motivo por el que Tales pensó que todo está lleno de dioses.


Aristóteles. Acerca del alma.

Aecio: la luna

Iván Aivazovski. The Bay of Naples at moonlit light. Vesuvius (1840).
Anaximandro dice que la luna es un redondel 19 veces más grande que la tierra, semejante a una rueda de carro que tuviera la llanta hueca y llena de fuego, como el sol; que está dispuesto en sentido oblicuo, como aquél, y tiene un solo orificio, como un turbo de torbellino. Los eclipses se producen según las disposiciones de la rueda.


Aecio. Opiniones de los filósofos (siglos I-II a.C.).

Dostoyevski: ser buenos y magníficos

William Blake. Job accepting charity (1825).
Oh, también nosotros solemos ser buenos y magníficos, pero solo cuando es buena y magnífica nuestra situación. Es más, nos sentimos incluso arrebatados —precisamente arrebatados— por ideales nobilísimos, pero a condición de que se alcancen por sí mismos, de que nos caigan del cielo sobre la mesa y, sobre todo, que no nos cuesten nada, nada, que nada haya que pagar por ellos. Pagar no nos gusta en absoluto; en cambio nos gusta mucho recibir, y eso en todo. Dennos, oh, dennos todos los bienes posibles de la vida (digo todos los posibles, con menos no nos contentamos) y, sobre todo, no obstaculicen en nada nuestra inclinación; entonces también nosotros demostraremos que podemos ser buenos y magníficos.


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro duodécimo (1880).

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Arguedas: el Misitu

David Cox. Bathers disturbed by a bull (1853).
   El Misitu vivía en los k'eñwales de las alturas, en las grandes punas de K'oñani. Los k'oñanis decían que había salido de Torkok'ocha, que no tenía padre ni madre. Que una noche, cuando todos los ancianos de la puna eran aún huahuas, había caído tormenta sobre la laguna; que todos los rayos habían golpeado el agua, que desde lejos todavía corrían, alumbrando el aire, y se clavaban sobre las islas de Torkok'ocha; que el agua de la laguna había hervido alto, hasta hacer desaparecer las islas chicas; y que el sonido de la lluvia había llegado a todas las estancias de K'oñani. Y que al amanecer, con la luz de la aurora, cuando estaba calmando la tormenta, cuando las nubes se estaban yendo del cielo de Torkok'ocha e iban poniéndose blancas con la luz del amanecer; ese rato, dicen, se hizo remolino en el centro del lago, junto a la isla grande, y que de en medio del remolino apareció el Misitu, bramando y sacudiendo su cabeza. Que todos los patos de las islas volaron en tropa, haciendo bulla con sus alas, y se fueron lejos, tras de los cerros nevados. Moviendo toda el agua nadó el Misitu hacia la orilla. Y cuando estaba apareciendo el sol, dicen, corría todavía en la puna buscando los k'eñwales de Negromayo, donde hizo su querencia.
   Todos los punarunas contaban esta historia y hasta muy lejos llegó la fama del Misitu.
   Los k'oñanis decían que corneaba a su sombra, que rompía los k’eñwales, que araba la tierra con sus cuernos; y que el Negromayo corría turbio cuando el Misitu bajaba a tomar agua. Que de día, rabiaba mirando al Sol; y que en las noches, corría leguas de leguas, persiguiendo a la Luna; que trepaba a las cumbres más altas, y que habían encontrado sus rastros en las faldas del K'arwarasu, en el sitio donde toda la noche había arañado la nieve, para llegar a la cumbre.
   ¿Quién pues, iba a atreverse a entrar a los k'eñwales de Negromayo? Se persignaban los comuneros cuando pasaban cerca, y se paraban de rato en rato para oír si el Misitu bramaba.
   Los comuneros de K'oñani asustaban a los viajeros que pasaban por las estancias.
   —Vas cuidar, taita. ¡Misitu como tigre es! Silencio andarás.

José María Arguedas. Yawar Fiesta (1941).

domingo, 1 de noviembre de 2015

Proudhon: ser gobernado

Vladímir Makovski. El condenado (1879).
Ser gobernado significa ser vigilado, inspeccionado, espiado, dirigido, legislado, reglamentado, encasillado, adoctrinado, sermoneado, fiscalizado, sopesado, evaluado, censurado, mandado, por seres que carecen de títulos, capacidad o virtud para ello. Ser gobernado significa verse anotado, registrado, empadronado, arancelado, sellado, timbrado, medido, cotizado, patentado, licenciado, autorizado, apostillado, amonestado, prohibido, reformado, reñido, enmendado, al realizar cada operación, cada transacción, cada movimiento. Significa verse gravado con impuestos, inspeccionado, saqueado, explotado, monopolizado, atracado, exprimido, estafado, robado, en nombre y so pretexto de la autoridad pública y del interés general. Y luego, a la menor resistencia, a la primera queja, ser castigado, multado, insultado, vejado, intimidado, maltratado, golpeado, desarmado, acogotado, encarcelado, fusilado, ametrallado, juzgado, condenado, deportado, sacrificado, vendido, traicionado y, para colmo, burlado, ridiculizado, ultrajado y deshonrado. Esto es el gobierno, esa es su justicia, esa es su moral.


Pierre-Joseph Proudhon. La idea general de la revolución en el siglo XIX (1851).

sábado, 31 de octubre de 2015

Chéjov: el destino del hombre

Gustave Caillebotte. Rising Road (1881).
Escúcheme. A lo largo de mi existencia he sufrido mucho; tanto que, al recordarlo, me da vértigo, y solo ahora he comprendido, con el cerebro y con el alma dolorida, que el destino del hombre no es nada o es amar al prójimo hasta la abnegación y el autosacrificio. ¡Ese es el sendero que hemos de seguir, ese es nuestro destino! Y esa es mi religión.


Antón Chéjov. Relato de un desconocido (1893).

Chéjov: ¿por qué nos hemos agotado?

Franciabigio. Retrato de un hombre joven (1522).
Pero he aquí una pregunta: ¿por qué nos hemos agotado? ¿A qué se debe que, siendo al principio tan apasionados, tan audaces, tan nobles y tan idealistas, nos convirtamos en verdaderos pingajos a los treinta o treinta y cinco años? ¿Qué razón hay para que uno se consuma tísico, otro se descerraje un tiro, el tercero busque olvido en el vodka o en las cartas, y el cuarto, para reprimir su miedo y su pesar, pisotee cínicamente el retrato de su hermosa y pura juventud? ¿Por qué, al caer una vez, no tratamos de levantarnos y, al perder una cosa, no procuramos buscar otra? ¿Por qué?


Antón Chéjov. Relato de un desconocido (1893).

Chéjov: un error

Philip Wilson Steer. The Bridge.
   —No hacemos más que dar vueltas al asunto sin ir al fondo del mismo. Lo esencial consiste en que se ha equivocado usted y no quiere reconocerlo en voz alta. Me creyó un héroe dotado de ideales sublimes, y la realidad le ha mostrado a un funcionario de lo más vulgar, aficionado a las cartas y sin apego a ninguna idea. Soy un digno vástago de la sociedad podrida que usted abandonó, indignada contra su vanidad y su bajeza. Reconózcalo así y haga justicia. No se enfade conmigo, sino consigo misma, puesto que fue usted quien se equivocó y no yo.
   —¡Sí, lo reconozco! Me equivoqué...


Antón Chéjov. Relato de un desconocido (1893).

Chéjov: una puesta de sol

Albert Bierstadt. Sundown at Yosemite (1863).
Sentados al borde de un barranco, Nikolái y Olga veían cómo se ponía el sol, cómo el cielo, dorado y purpúreo, se reflejaba en el río, en los ventanales del templo y en todo aquel aire suave, tranquilo e indeciblemente puro que nunca hay en Moscú. Cuando el sol se puso, pasó entre mugidos y balidos el rebaño; de la otra orilla llegaron volando los gansos, y todo quedó en silencio. La tibia luz se fue apagando en el aire y avanzó veloz la oscuridad nocturna.


Antón Chéjov. Campesinos (1897).

martes, 20 de octubre de 2015

Chéjov: un amor desperdiciado

John William Waterhouse. Fair Rosamund (c. 1916).
Yo, con los ojos cerrados, iba pensando: «¡Qué mujer tan admirable! ¡Qué amor el suyo! Hoy día recogen por las casas hasta los objetos inservibles para venderlos con fines benéficos; incluso un cristal roto se considera aprovechable; pero una joya tan apreciada como el amor de una mujer bella, joven, inteligente y honesta se pierde sin pena ni gloria. Un antiguo sociólogo creía posible encauzar hacia el bien hasta la fuerza de una baja pasión. En Rusia, cualquier pasión generosa y bella nace y muere impotente, sin dirección, incomprendida o vilipendiada. ¿Por qué?».

Antón Chéjov. Relato de un desconocido (1893).

martes, 13 de octubre de 2015

Dostoyevski: la armonía suprema

Mijaíl Nésterov. Retrato de Pavel Korin (1925).
Mientras me queda tiempo, procuro proteger mi posición y por esto renuncio por completo a la armonía suprema, que no vale las lágrimas ni de aquella sola niña atormentada que se daba golpes en el pecho con sus manitas, ¡y en su maloliente encierro rogaba al «Dios de los niños» con sus lágrimas imperdonables! Estas lágrimas no han sido expiadas. Han de serlo; de lo contrario, no puede haber armonía. Pero ¿cómo quieres expiarlas? ¿Acaso es posible? ¿Acaso por el castigo futuro? ¿Pero de qué me sirve el castigo, de qué me sirve el infierno para los verdugos, qué puede rectificar el infierno, cuando aquellos han sido ya torturados? Y qué armonía puede haber si existe el infierno: lo que quiero yo es perdonar, abrazar, y no que se sufra más. Y si los sufrimientos de los niños han ido a completar la suma de sufrimientos necesaria para comprar la verdad, yo afirmo de antemano que la verdad entera no vale semejante precio.


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro quinto (1880).

miércoles, 7 de octubre de 2015

Dostoyevski: un buen recuerdo

Mijaíl Nésterov. La visión del joven Bartolomé (1890).
Sepan, pues, que nada hay más alto ni más fuerte ni más sano ni más útil en nuestra vida que un buen recuerdo, sobre todo si lo tenemos de la infancia, del hogar paterno. A ustedes se les habla mucho de su educación; pues bien, un recuerdo de esta naturaleza, magnífico, sacrosanto, conservado desde la infancia, quizá sea la mejor educación. El que ha acumulado recuerdos de esta naturaleza, es hombre salvado para toda la vida. E incluso si no quedara más que un solo recuerdo bueno en nuestro corazón, puede que algún día ese recuerdo nos salve. Es posible que más tarde nos volvamos malos, que ni siquiera tengamos fuerzas para resistir la tentación de cometer un actor vil, que nos riamos de las lágrimas humanas y que de las gentes que digan, como ha exclamado hace unos momentos Kolia: «Quiero sufrir por todas las personas», de estas gentes nos burlaremos sin piedad. Pero, por malos que nos volvamos, y Dios no lo quiera, cuando recordemos cómo hemos enterrado a Iliusha, cómo le hemos querido estos últimos días y cómo hemos hablado ahora frente a esta piedra, tan unidos y juntos, ¡ni el más cruel de nosotros y más mordaz, si es que nos volvemos así, se atreverá en el fondo de su alma a burlarse de haber sido tan bueno y sensible en este momento de ahora! Es más, quizá precisamente este recuerdo le retenga y le prive de cometer  una acción nefasta, le haga recapacitar y decirse: «Sí, entonces yo era bueno, valiente y honrado».


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, epílogo (1880).

lunes, 5 de octubre de 2015

Dostoyevski: la pena de muerte

Anton van Dyck. Profile study of a bearded old man.
   —Sí, claro; las instituciones judiciales... ¿Y qué? ¿Es mejor la justicia extranjera que la nuestra?
   —No lo sé. He oído decir muchas veces que la nuestra es buena. Entre nosotros, por ejemplo, la pena de muerte no existe.
   —¿Y en el extranjero sí?
   —Sí. Yo he visto una ejecución en Lyón, en Francia. El doctor Schneider me llevó a presenciarla.
   —¿Cómo hacen? ¿Ahorcan a los delincuentes?
   —No. En Francia les cortan la cabeza.
   —¿Y gritan?
   —¿Cómo van a gritar? Es cosa de un instante. Se coloca al hombre sobre una plancha y en seguida cae la cuchilla, movida por una potente máquina llamada guillotina. La cabeza queda cortada antes de tener tiempo de parpadear. Los preparativos son horrorosos. Sí; lo más terrible es cuando leen la sentencia al condenado, cuando le visten, cuando le maniatan, cuando le conducen al cadalso... Acude una multitud a verlo, incluso mujeres, aunque allí se opina que las mujeres no deben ver una ejecución.
   —¡Como que no es cosa para ellas!
   —Desde luego que no... Recuerdo que el criminal era un hombre inteligente, maduro, fuerte y resuelto, llamado Legros. Pero le aseguro a usted, aunque no me crea, que cuando subió al cadalso iba llorando y blanco como el papel. ¿No le parece increíble y tremendo? ¿Cómo cabe que haya quien llore de miedo? Yo no creía que el terror pudiese arrancar lágrimas a un adulto, a un hombre de cuarenta y cinco años que no había llorado jamás. ¿Qué pasa, pues, en el alma en este momento? ¿Qué terrores la dominan?


Fiódor Dostoyevski. El idiota (1869).

viernes, 2 de octubre de 2015

Emil Cioran: sigue tu camino

John Atkinson Grimshaw. The Lady of Shalott (1878).
   Pilota tu nave sobre las olas de la apariencia y no te rebajes a ser un mensajero de los estratos ocultos. La irrealidad es la misma. Estés en la superficie del mar o en las profundidades, no sabrás más en ningún lugar que en aquel donde te halles. Y no te encuentras en ninguna parte porque el ninguna-parte es la vasta inmensidad del en-todas-partes.
   Soñar no resulta más engañoso que los rescoldos del sueño o que la penosa tarea de la vida diaria. Soñamos siempre. Las impalpables visiones de la noche, ¿cómo podrían tener celos de los espectros que propalan las disputas de los mortales? Las casas del mundo rivalizan sobre cuál tiene más alucinaciones.
   De tanto alimentar pasiones en un universo fantasmagórico, el hombre se ha hecho acreedor de su fama.
   Sin embargo, tú sigue tu camino y, como un sol escéptico, ilumínalo con los rayos de tu cólera pensadora.


Emil Cioran. El breviario de los vencidos (1991).

sábado, 26 de septiembre de 2015

Cervantes: un desesperado pedido

Anton van Dyck. Cabeza de un ladrón (1617-1618). 
   Andrés asió de su pan y queso y, viendo que nadie le daba otra cosa, abajó su cabeza y tomó el camino en las manos, como suele decirse. Bien es verdad que, al partirse, dijo a don Quijote:
   —Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia, que no será tanta, que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo.
   Íbase a levantar don Quijote para castigalle, mas él se puso a correr de modo que ninguno se atrevió a seguille. Quedó corridísimo don Quijote del cuento de Andrés, y fue menester que los demás tuviesen mucha cuenta con no reírse, por no acaballe de correr del todo.


Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, capítulo XXXI (1605).

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Dostoyevski: ¿es libre un hombre semejante?

Lucian Freud. Portrait of Christian Berard (1948).
Afirman que el mundo, cuanto más avanza, tanto más se une, que va constituyendo una comunidad fraterna a medida que se van acortando las distancias y se van transmitiendo los pensamientos por el aire. ¡Ay! No creáis en semejante unión de los hombres. Entendiendo la libertad como un aumento y una pronta satisfacción de las necesidades, deforman su propia naturaleza, pues engendran en sí mismos muchos deseos carentes de sentido y estúpidos, costumbres y quimeras insensatas. Viven sólo para envidiarse unos a otros, para la satisfacción carnal y la presunción. Dar banquetes, viajar, tener coches, dignidades y servidores esclavos se considera ya tal necesidad a la que se sacrifica hasta la vida, el honor y el amor al prójimo, y hasta se matan si no pueden satisfacerla. En aquellos que son menos ricos, observamos lo mismo, mientras que entre los pobres por ahora la insatisfacción de las necesidades y la envidia se ahogan con la borrachera. Pronto, sin embargo, se emborracharán con sangre en vez de vino, a eso los conducen. Yo os pregunto: ¿es libre un hombre semejante? Conocí a un «luchador por la idea», quien me contó que en la cárcel, cuando le privaron de tabaco, sufrió tanto a causa de dicha privación, que, a cambio de tabaco, por poco traiciona su «idea». Y un hombre así dice: «Voy a luchar por la humanidad». Bueno, ¿adónde irá ese hombre y de qué es capaz? Quizá de una acción rápida, pero no resistirá mucho tiempo. No es de extrañar que en vez de encontrar la libertad hayan hallado la esclavitud, y en vez de servir a la fraternidad y a la unión de los hombres hayan caído, por el contrario, en la desunión y la soledad, como me dijo en mi juventud el que fue mi visitante misterioso y mi maestro.  


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro sexto (1880).

martes, 22 de septiembre de 2015

Dostoyevski: la viciada libertad

Lucian Freud. Girl in a Dark Dress (1951).
El mundo ha proclamado la libertad, sobre todo en estos últimos tiempos, ¿y qué vemos en esta libertad suya? ¡Nada más que la esclavitud y el suicidio! El mundo dice: «Tienes necesidades; dales, pues, satisfacción, tienes los mismos derechos que las personas más nobles y ricas. No temas darles satisfacción, al contrario, hazlas aún mayores», tal es la doctrina actual del mundo. En eso ven la libertad. ¿Y qué resulta de este derecho a aumentar las necesidades? Por parte de los ricos, la soledad y el suicidio espiritual; por parte de los pobres, la envidia y el asesinato, pues el derecho de satisfacer las necesidades se lo han dado, mas sin indicarle todavía con qué medios.


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro sexto (1880).

Kierkegaard: no hacerse ilusiones

Parmigianino. Man with a book (1525-1526).
¿Para qué hacerse la ilusión de que con el libro que uno acaba de escribir comienzan una era y una época nuevas? ¡Claro que sería una cosa todavía mucho peor el anunciar este natalicio con la fogosidad artificial de las promesas escritas en un libro; o con las anchas perspectivas, no menos prometedoras, de su enorme significado; o, finalmente, dando seguridades sin cuento para encarecer la cotización de un valor dudoso! Desde luego, no todos los que tienen anchas las espaldas son por ello mismo un Atlas, ni tampoco han llegado a serlo por el hecho de haberse echado encima de ellas todo un mundo. No todos los que dicen: ¡Señor, Señor!, entrarán sólo por eso en el Reino de los cielos; ni todo el que se ofrece a salir fiador por la contemporaneidad entera ha demostrado con ello que es un hombre solvente y responsable; ni tampoco todos los que exclaman: «bravo», «bravísimo» y demás gritos estentóreos han dado pruebas con ello de que se han comprendido a sí mismos y que saben medir el alcance de su admiración.


Søren Kierkegaard. El  concepto de la angustia, prólogo (1844).

viernes, 18 de septiembre de 2015

Apócrifo de Juan: Adán y el hombre primordial

Zdislav Beksinski. Sin título.
Y dijo a las potestades que estaban con él: «Venid, hagamos un hombre según la imagen de dios y según nuestra semejanza, a fin de que su imagen sea luz para nosotros». Y lo crearon por medio de sus respectivos poderes de acuerdo con las instrucciones que habían recibido. Cada potestad obró una marca distintiva en la figura de la imagen que él había entrevisto en su elemento psíquico. Creó un ser según la imagen del hombre primordial y perfecto, y entonces dijeron: «Pongámosle por nombre Adán, a fin de que su nombre sea para nosotros una luz poderosa». Las potestades iniciaron la obra.


Libro secreto de Juan o Evangelio apócrifo de Juan. Manuscritos de Nag Hammadi II (c. siglo II). 

viernes, 11 de septiembre de 2015

César Vallejo: el momento más grave de la vida

Edvard Munch. Autorretrato en el infierno (1903).
Un hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida estuvo en la batalla del Marne cuando fui herido en el pecho.
Otro hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida, ocurrió en un maremoto de Yokohama, del cual salvé milagrosamente, refugiado bajo el alero de una tienda de lacas.
Y otro hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida acontece cuando duermo de día.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida ha estado en mi mayor soledad.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil a mi padre.
Y el último hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida no ha llegado todavía.


César Vallejo. El momento más grave de la vida.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Cervantes: salud neutral

El Greco. El caballero de la mano en el pecho (1578-1580).
   Sea muy bien venido el señor licenciado Vidriera. ¿Cómo ha ido en el camino? ¿Cómo va de salud?
   A lo cual respondió:
   Ningún camino hay malo, como se acabe, si no es el que va a la horca. De salud estoy neutral, porque están encontrados mis pulsos con mi celebro.


Miguel de Cervantes. El licenciado Vidriera (1613).

domingo, 6 de septiembre de 2015

Cervantes: la batalla descabellada

Gustave Doré. The Adventure with the Windmills (1868).
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
   —La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
   —¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.
   —Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
   —Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
   —Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
   Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:
   —Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
   —Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
   —¡Válame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
   —Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.


Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, capítulo VIII (1605).

jueves, 3 de septiembre de 2015

Roland Barthes: diez razones para escribir

Iliá Repin. Cosacos zapórogos escribiendo una carta al Sultán (1889-1896).
I

   No siendo escribir una actividad normativa ni científica, no puedo decir por qué ni para qué se escribe. Solamente puedo enumerar las razones por las cuales creo que escribo:

1) por una necesidad de placer, que, como es sabido, guarda relación con el encanto erótico;
2) porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible;
3) para poner en práctica un «don», satisfacer una actividad distintiva, producir una diferencia;
4) para ser reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado;
5) para cumplir cometidos ideológicos o contra-ideológicos.
6) para obedecer las órdenes terminantes de una tipología secreta, de una distribución combatiente, de una evaluación permanente;
7) para satisfacer a amigos e irritar a enemigos;
8) para contribuir a agrietar el sistema simbólico de nuestra sociedad;
9) para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una manera nueva, socavar y cambiar la subyugación de los sentidos;
10) finalmente, y tal como resulta de la multiplicidad y la contradicción deliberadas de estas razones, para desbaratar la idea, el ídolo, el fetiche de la Determinación Única, de la Causa (causalidad y «causa noble»), y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista, sin causalidad, finalidad ni generalidad, como lo es el texto mismo.

II

   Lo «ilegible», o lo «contra-legible», no pude constituir evidentemente una figura plena. No podemos describirlo ni desearlo siquiera; es solamente la afirmación de una crítica radical de lo legible y de sus compromisos anteriores. No estamos más obligados a figurar la escritura de mañana que Marx a tomarse el trabajo de describir la sociedad comunista o Nietzsche la figura del superhombre. Es revolucionario porque está ligado, no a otro régimen político, sino a «otra manera de sentir, otra manera de pensar».


Roland Barthes. Diez razones para escribir (1969).

lunes, 31 de agosto de 2015

Hermann Hesse: solo juzgarse a uno mismo

Nilolaí Roerich. San Procopio el Justo bendice a los viajeros desconocidos (1914).
No tengo ningún derecho a juzgar la vida de los otros. Solo debo juzgarme a mí mismo y elegir o rechazar en función de mi persona.

Hermann Hesse. Siddhartha (1922).

domingo, 30 de agosto de 2015

Cervantes: una descripción nocturna

Godfried Schalcken. Vrouw in een nis.
Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no había otra luz que la que daba una lámpara, que colgada en medio del portal ardía.

Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, cap XVI (1605).

Chéjov: lo que necesita el hombre

Mijaíl Nésterov. Solovki (1917).
Abandonar la ciudad, la lucha, el mundanal ruido, marcharse y desaparecer en sus tierras, eso no es vida, sino egoísmo, pereza, es una especie de vida monástica, sí, pero la de un monje sin devoción. Lo que necesita el hombre no son dos metros de tierra, ni una hacienda, sino todo el globo terráqueo, toda la naturaleza, donde pueda dar rienda suelta a las cualidades y peculiaridades de su espíritu libre.


Antón Chéjov. La grosella (1898).

domingo, 23 de agosto de 2015

Camus: los almendros (II)

Norman Rockwell. Willie Gillis in College (1946). 
   Conozcamos, pues, bien lo que queremos; afirmémonos en el espíritu aun cuando la fuerza para seducirnos asuma la forma de una idea o de un consuelo. Lo principal consiste en no desesperar. No prestemos demasiado oído a quienes proclaman el fin del mundo civilizado. Las civilizaciones no mueren tan fácilmente y aun cuando este mundo tuviera que desplomarse, ello acontecería después de que otros mundos se hubiesen hundido. Verdad es que nos encontramos en una época trágica. Pero es asimismo cierto que demasiadas gentes confunden lo trágico con lo desesperado. “Lo trágico”, decía Lawrence, “debería ser como un gran puntapié aplicado a la desgracia”. He aquí un pensamiento sano y de aplicación inmediata. Existen hoy muchas cosas que merecen tal puntapié.
   Cuando vivía en Argel, esperaba siempre pacientemente durante el invierno, porque sabía que en una noche, en una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle des Consuls se cubrirían de flores blancas. Después me maravillaba al ver cómo esa nieve frágil resistía todas las lluvias y el viento del mar. Sin embargo, todos los años resistía lo suficiente para preparar el fruto.
   No es un símbolo. No ganaremos nuestra felicidad a fuerza de símbolos. Hace falta algo más serio. Quiero decir tan sólo que, a veces, cuando el peso de la vida se vuelve excesivo en esta Europa todavía colmada de su propia desdicha, me vuelvo hacia esos países restallantes donde quedan aún tantas fuerzas intactas. Los conozco demasiado como para no saber que son la tierra elegida donde la contemplación y el valor pueden equilibrarse. Meditar acerca de su ejemplo me enseña que si se quiere salvar la inteligencia, es necesario ignorar sus dotes para la queja y exaltar su fuerza y su prestigio. Este mundo está envenenado de desdichas y parece complacerse en ellas. Está entregado por completo a ese mal que Nietzsche llamaba espíritu de torpeza. No le tendamos la mano. Es inútil llorar sobre el espíritu, basta con trabajar por él.
   Pero, ¿dónde están las virtudes conquistadoras del espíritu? El propio Nietzsche las ha enumerado como enemigos mortales del espíritu de torpeza. Según él son la fuerza de carácter, el gusto, el "mundo", la felicidad clásica, el duro orgullo, la fría frugalidad del sabio.
   Tales virtudes son necesarias más que nunca y cada cual puede elegir la que le convenga. Ante la enorme magnitud de la partida en juego, que no se olvide en todo caso la fuerza de carácter. No hablo de esa a la que en las tribunas electorales acompañan los fruncimientos de cejas y las amenazas. Sino de la que resiste todos los vientos del mar en virtud de la blancura y de la savia. Esa es la que, en el invierno del mundo, preparará el fruto.


Albert Camus. El verano. Los almendros (1940).

sábado, 22 de agosto de 2015

Camus: los almendros (I)

Parmigianino. Retrato de un hombre con un libro.
“¿Sabe usted”, le decía Napoleón a Fontanés, “lo que más me admira de este mundo? La importancia de la fuerza para fundar algo. No existen en este mundo más que dos potencias: el sable y el espíritu. A la larga el sable siempre queda vencido por el espíritu”.
   Los conquistadores, por lo que se ve, son en ocasiones melancólicos. Algún precio hay que pagar por tanta gloria vana. Pero lo que hace cien años era verdad para el sable, hoy ya no lo es tanto por lo que se refiere al tanque. Los conquistadores han ganado puntos, y el lúgubre silencio de los lugares sin espíritu se ha instalado durante años en una Europa desgarrada.
   En tiempos de las espantosas guerras de Flandes, los pintores holandeses podían llegar a pintar los gallos de sus corrales. Se ha olvidado asimismo la guerra de los Cien Años y, no obstante, las oraciones de los místicos silesios viven aún en algunos corazones. Pero hoy las cosas han cambiado y se moviliza tanto al pintor como al monje: somos solidarios con ese mundo. El espíritu ha perdido esa regia seguridad que los conquistadores sabían reconocerle; hoy, incapaz de dominar a la fuerza, se agota maldiciéndola.
   Algunas buenas gentes dicen que esto es un mal. Nosotros no sabemos si lo es; pero sí sabemos que existe. Es menester componérselas; tal es la conclusión que aquí se impone: Para ello basta conocer lo que queremos. Y lo que queremos es precisamente no inclinarnos nunca ante el sable ni dar jamás razón a  la fuerza que no esté al servicio del espíritu.
   Verdad es que se trata de una obra sin término. Pero aquí estamos nosotros para continuarla. No creo suficientemente en la razón para adherirme a la idea de progreso, ni tampoco en ninguna filosofía de la historia, pero al menos creo que los hombres nunca dejaron de avanzar en el proceso de adquirir conciencia de su destino.
   No hemos superado aún nuestra condición y, sin embargo, cada vez la conocemos mejor. Sabemos que nos hallamos en una situación contradictoria, pero también que tenemos que rechazar la contradicción y hacer todo lo que sea preciso para reducirla. Nuestro cometido de hombres estriba en hallar aquellas fórmulas capaces de apaciguar la angustia infinita de las almas libres. Tenemos que volver a coser aquello que se ha desgarrado, hacer nuevamente concebible la justicia en un mundo tan evidentemente injusto, hacer que vuelva a adquirir significación la felicidad para los pueblos envenenados por la infelicidad del siglo. Por cierto que se trata de un cometido sobrehumano. Pero el caso es que se llaman sobrehumanas aquellas tareas que los hombres cumplen en muy largo tiempo; he aquí todo.


Albert Camus. El verano. Los almendros (1940).

domingo, 16 de agosto de 2015

César Vallejo: sufrir solamente

Károly Ferenczy. Orpheus (1894).
   Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.
   Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.
   Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!
   Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.


César Vallejo. Voy a hablar de la esperanza.

viernes, 14 de agosto de 2015

Emil Cioran: yo sé que todo es final

Henri Martin. Young Woman Veiled in White in a Forest
   Los hombres sufren de futuro, irrumpen en la vida, huyen en el tiempo, buscan. Y nada me hiere más que sus ojos anhelantes, vanos pero desprovistos de vanidad.
   Yo sé que todo es final, que solamente existe un instante, cada instante, que el árbol de la vida es un estallido de eternidad, reversible en los actos del ser.
   Y, así, ya no quiero nada. A menudo, cuando me encuentro en las noches que erigen los fondos del mundo, ¿cómo saber si soy o no soy? Y, entonces, ¿se puede ser o se puede no ser? O bien, atrapado en las vagas ondulaciones de la música, perdido en medio de ellas, purificado de los azares de la respiración, ¿cómo me parecería a mis semejantes?
   No tener sino una meta: ser más inútil que la música. En ella no encuentra uno ni el es ni el no es. ¿Dónde te encuentras como tumultuosa víctima de su hechizo? ¿No es acaso ella un ninguna-parte sonoro?
   Los hombres no saben ser inútiles. Ellos tienen caminos que seguir, puntos que alcanzar, necesidades que realizar. ¡No saborean la imperfección, cuando el “sentido” de la vida es el éxtasis de esa imperfección! Pero, ¿cómo revelarles la simplicidad de este misterio, cómo seducirlos con el resplandor de un misterio y embriagarlos con tan sencilla fascinación? Qué noches y qué días acuden a mi mente...


Emil Cioran. El brevario de los vencidos (1991).

martes, 11 de agosto de 2015

Schopenhauer: la vida es dolor

Aleksandr Ivánov. Príamo suplica a Aquiles por el cadáver de su hijo Héctor (1824).
Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre... La vida del hombre no es más que una lucha por la existencia, con la certidumbre de resultar vencido. La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo,  después morir... Y así sucesivamente por los siglos de los siglos hasta que nuestro planeta se haga trizas.


Arthur Schopenhauer. Parerga y Paralipómena (1851).

domingo, 2 de agosto de 2015

Lion Feuchtwanger: sobre Jefté y la idea de dios

John Everett Millais. Jefté (1867).
El autor que, en la actualidad, intente exponer con palabras y hechos la simple realidad de los personajes bíblicos, debe estar dispuesto a ser malinterpretado. Entorpecen su camino los prejuicios fanáticos de aquellos que en la Biblia ven la palabra de Dios, un prejuicio que setenta generaciones se han empeñado en consolidar. E incluso cuando encuentre lectores de mentalidad abierta, su tarea seguirá siendo difícil.
   Ahí está ese hombre, Jefté. Su más importante oponente es «dios»; en el destino de Jefté, «dios» interviene de forma decisiva. Pero muchos lectores se muestran suspicaces, y con razón, cuando oyen la palabra «dios». Ninguna palabra y ningún concepto es tan confuso, ha experimentado tantos cambios, está tan rodeado de incienso y de las más variadas especias aromáticas. Así pues, desde el principio, el autor debe dar al lector una imagen inconfundible del dios Yavé. El lector debe ver con toda claridad que se trata del dios de Jefté, del dios de una determinada época histórica y de un determinado hombre. El autor debe dar nueva vida al dios que hace tres mil años respondía a la imagen que de él se habían hecho los hebreos, de su existencia, de su poder y de su grandeza.
   Pero muchos eruditos de los siglos XIX y XX se han ocupado de familiarizarnos con las concepciones prehistóricas de Dios propias del Próximo Oriente. Han demostrado, basándose en mucho hechos, cómo los pueblos y los individuos creaban y transformaban a sus dioses de acuerdo con sus propios conceptos, en constante cambio. Concepciones de Dios que en la Edad de Bronce fueron consideradas supersticiones, en la Edad de Piedra tenían que haber sido fe; la fe de la Edad de Bronce estaba predestinada a convertirse en superstición en la Edad de Hierro. El dios de las tribus hebreas iba convirtiéndose poco a poco de un dios de la guerra y del fuego en un dios de los campos y de la fertilidad, adoptó para los hombres sedentarios un rostro diferente que para los pastores nómadas, y adoptaba siempre nuevos rostros.
   Los investigadores de nuestra época no fueron los primeros que se dieron cuenta. Ya Goethe había dado a la frase de la Biblia «Los Elohim se dijeron: hagamos al hombre a nuestra semejanza» otro sentido: «El hombre dice: hagámonos dioses, imágenes que se parezcan a nosotros». Y un siglo antes que él, con humor sublime, Spinoza había bromeado: «El triángulo, si pudiera hablar, diría: Dios es extraordinariamente triangular».


Lion Feuchtwanger. La hija de Jefté, epílogo del autor (1957). 

viernes, 31 de julio de 2015

Dostoyevski: el futuro de Aliosha

Mijaíl Nésterov. Los trabajos de san Sergio (1896)
He aquí lo que de ti pienso: saldrás fuera de estas paredes y vivirás en el mundo como un monje. Tendrás muchos adversarios, pero incluso tus enemigos te amarán. Sufrirás muchas desgracias, pero con ellas, precisamente, serás feliz y bendecirás la vida, y harás que otros la bendigan, que es lo más importante. Así eres tú.

Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro sexto (1880).

Dostoyevski: el argumento de un bebedor

Peder Severin Kroyer. Interior of a Tavern (1886).
Al día siguiente bebí, pecador que soy, de pena, y casi no recuerdo nada. La mamita también se puso a llorar (yo la quiero mucho), y, de pena, me bebí el dinero que me quedaba. No me desprecie, señor: en Rusia, la gente que se emborracha es la que tiene mejores sentimientos. La gente más buena, en nuestro país, es la que más se emborracha.


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro cuarto (1880).

jueves, 30 de julio de 2015

Camus: el castigo más terrible

Franz von Stuck. Sísifo (1920).
Los dioses condenaron a Sísifo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.


Albert Camus. El mito de Sísifo (1942).

Camus: los valores eternos

Jacob Jordaens. The Father of the Psyche consultants of Oracle in the Temple of Apollo (1652).
He visto a personas inteligentes maravillarse de las obras maestras de los pintores holandeses nacidos en medio de las sangrientas guerras de Flandes, conmoverse con las oraciones de los místicos silesios en el seno de la espantosa guerra de los Treinta Años. Los valores eternos sobrenadan, ante sus ojos asombrados, por encima de los tumultos seculares.


Albert Camus. El mito de Sísifo (1942).