Gustave Doré. The Adventure with the Windmills (1868). |
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de
viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su
escudero:
—La ventura va
guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí,
amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados
gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con
cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran
servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
—¿Qué gigantes?
—dijo Sancho Panza.
—Aquellos que
allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener algunos
de casi dos leguas.
—Mire vuestra
merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes,
sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que,
volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
—Bien parece
—respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos
son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el
espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo
esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su
escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de
viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en
que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba
de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces
altas:
—Non fuyades,
cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas
comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
—Pues aunque
mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su
señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de
su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y
embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el
aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos,
llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por
el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y
cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él
Rocinante.
—¡Válame Dios!
—dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía,
que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase
otros tales en la cabeza?
—Calla, amigo
Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la guerra más que otras están
sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que
aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos
gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la
enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas
artes contra la bondad de mi espada.
Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de
la Mancha, capítulo VIII (1605).
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