Lucian Freud. Portrait of Christian Berard (1948). |
Afirman que el mundo, cuanto más avanza, tanto más se
une, que va constituyendo una comunidad fraterna a medida que se van acortando
las distancias y se van transmitiendo los pensamientos por el aire. ¡Ay! No
creáis en semejante unión de los hombres. Entendiendo la libertad como un
aumento y una pronta satisfacción de las necesidades, deforman su propia
naturaleza, pues engendran en sí mismos muchos deseos carentes de sentido y
estúpidos, costumbres y quimeras insensatas. Viven sólo para envidiarse unos a
otros, para la satisfacción carnal y la presunción. Dar banquetes, viajar,
tener coches, dignidades y servidores esclavos se considera ya tal necesidad a
la que se sacrifica hasta la vida, el honor y el amor al prójimo, y hasta se
matan si no pueden satisfacerla. En aquellos que son menos ricos, observamos lo
mismo, mientras que entre los pobres por ahora la insatisfacción de las
necesidades y la envidia se ahogan con la borrachera. Pronto, sin embargo, se
emborracharán con sangre en vez de vino, a eso los conducen. Yo os pregunto:
¿es libre un hombre semejante? Conocí a un «luchador por la idea», quien me
contó que en la cárcel, cuando le privaron de tabaco, sufrió tanto a causa de
dicha privación, que, a cambio de tabaco, por poco traiciona su «idea». Y un
hombre así dice: «Voy a luchar por la humanidad». Bueno, ¿adónde irá ese hombre
y de qué es capaz? Quizá de una acción rápida, pero no resistirá mucho tiempo.
No es de extrañar que en vez de encontrar la libertad hayan hallado la
esclavitud, y en vez de servir a la fraternidad y a la unión de los hombres
hayan caído, por el contrario, en la desunión
y la soledad, como me dijo en mi juventud el que fue mi visitante misterioso y
mi maestro.
Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro sexto (1880).
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