No siendo
escribir una actividad normativa ni científica, no puedo decir por qué ni para qué se escribe. Solamente puedo enumerar las razones por las
cuales creo que escribo:
1) por una necesidad de placer, que, como es sabido,
guarda relación con el encanto erótico;
2) porque la escritura descentra el habla, el individuo,
la persona, realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible;
3) para poner en práctica un «don», satisfacer una
actividad distintiva, producir una diferencia;
4) para ser reconocido, gratificado, amado, discutido,
confirmado;
5) para cumplir cometidos ideológicos o
contra-ideológicos.
6) para obedecer las órdenes terminantes de una tipología
secreta, de una distribución combatiente, de una evaluación permanente;
7) para satisfacer a amigos e irritar a enemigos;
8) para contribuir a agrietar el sistema simbólico de
nuestra sociedad;
9) para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas
nuevas, apoderarse de las cosas de una manera nueva, socavar y cambiar la
subyugación de los sentidos;
10) finalmente, y tal como resulta de la multiplicidad y
la contradicción deliberadas de estas razones, para desbaratar la idea, el
ídolo, el fetiche de la Determinación Única, de la Causa (causalidad y «causa
noble»), y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista, sin
causalidad, finalidad ni generalidad, como lo es el texto mismo.
II
Lo «ilegible», o
lo «contra-legible», no pude constituir evidentemente una figura plena. No
podemos describirlo ni desearlo siquiera; es solamente la afirmación de una
crítica radical de lo legible y de sus compromisos anteriores. No estamos más
obligados a figurar la escritura de mañana que Marx a tomarse el trabajo de
describir la sociedad comunista o Nietzsche la figura del superhombre. Es
revolucionario porque está ligado, no a otro régimen político, sino a «otra
manera de sentir, otra manera de pensar».
Roland Barthes. Diez razones para escribir (1969).
No hay comentarios:
Publicar un comentario