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jueves, 3 de septiembre de 2015

Roland Barthes: diez razones para escribir

Iliá Repin. Cosacos zapórogos escribiendo una carta al Sultán (1889-1896).
I

   No siendo escribir una actividad normativa ni científica, no puedo decir por qué ni para qué se escribe. Solamente puedo enumerar las razones por las cuales creo que escribo:

1) por una necesidad de placer, que, como es sabido, guarda relación con el encanto erótico;
2) porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible;
3) para poner en práctica un «don», satisfacer una actividad distintiva, producir una diferencia;
4) para ser reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado;
5) para cumplir cometidos ideológicos o contra-ideológicos.
6) para obedecer las órdenes terminantes de una tipología secreta, de una distribución combatiente, de una evaluación permanente;
7) para satisfacer a amigos e irritar a enemigos;
8) para contribuir a agrietar el sistema simbólico de nuestra sociedad;
9) para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una manera nueva, socavar y cambiar la subyugación de los sentidos;
10) finalmente, y tal como resulta de la multiplicidad y la contradicción deliberadas de estas razones, para desbaratar la idea, el ídolo, el fetiche de la Determinación Única, de la Causa (causalidad y «causa noble»), y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista, sin causalidad, finalidad ni generalidad, como lo es el texto mismo.

II

   Lo «ilegible», o lo «contra-legible», no pude constituir evidentemente una figura plena. No podemos describirlo ni desearlo siquiera; es solamente la afirmación de una crítica radical de lo legible y de sus compromisos anteriores. No estamos más obligados a figurar la escritura de mañana que Marx a tomarse el trabajo de describir la sociedad comunista o Nietzsche la figura del superhombre. Es revolucionario porque está ligado, no a otro régimen político, sino a «otra manera de sentir, otra manera de pensar».


Roland Barthes. Diez razones para escribir (1969).

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Chéjov: una breve esperanza

Iliá Repin. Procesión religiosa en Kursk Gubernia (1880).
   Pero en Zhúkovo, en esta Jolúyevka, se celebraba una auténtica fiesta religiosa. Eso sucedía en agosto, cuando por toda la comarca llevaban de pueblo en pueblo la Virgen de los Milagros. El día que la imagen tenía que llegar a Zhúkovo amaneció silencioso y nublado. Ya desde la mañana, las muchachas fueron a la iglesia, ataviadas con hermosos vestidos de fiesta y trajeron el icono por la tarde, en procesión y entre cantos. Desde la orilla sonaban las campanas. Una inmensa muchedumbre de lugareños y forasteros inundó la calle: ruido, polvo y apretujones… El viejo, la abuela y Kiriak no cesaban de extender las manos hacia la imagen, hacia la que dirigían sus ojos ávidos, diciendo entre sollozos:
   —¡Madre protectora! ¡Madre protectora!
   De pronto todos parecieron comprender que entre cielo y tierra no había un vacío, que no todo estaba en manos de los ricos y de los poderosos, que aún existía alguien que los defendiera contra las ofensas, la esclava servidumbre, la insoportable miseria y el terrible vodka.
   —¡Madre protectora! —sollozaba María— ¡Madre nuestra!
   Pero concluyó la ceremonia, se llevaron el icono y todo fue como antes. De nuevo llegaron de la taberna las voces ebrias y las blasfemias.


Antón Chéjov. Campesinos (1897).