Norman Rockwell. Willie Gillis in College (1946). |
Conozcamos, pues, bien lo que
queremos; afirmémonos en el espíritu aun cuando la fuerza para seducirnos
asuma la forma de una idea o de un consuelo. Lo principal consiste en no
desesperar. No prestemos demasiado oído a quienes proclaman el fin del mundo
civilizado. Las civilizaciones no mueren tan fácilmente y aun cuando este mundo
tuviera que desplomarse, ello acontecería después de que otros mundos se
hubiesen hundido. Verdad es que nos encontramos en una época trágica. Pero
es asimismo cierto que demasiadas gentes confunden lo trágico con lo
desesperado. “Lo trágico”, decía Lawrence, “debería
ser como un gran puntapié aplicado a la desgracia”. He aquí un
pensamiento sano y de aplicación inmediata. Existen hoy muchas cosas que
merecen tal puntapié.
Cuando vivía en
Argel, esperaba siempre pacientemente durante el invierno, porque sabía que en
una noche, en una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle
des Consuls se cubrirían de flores blancas. Después me maravillaba al ver cómo
esa nieve frágil resistía todas las lluvias y el viento del mar. Sin embargo,
todos los años resistía lo suficiente para preparar el fruto.
No es un
símbolo. No ganaremos nuestra felicidad a fuerza de símbolos. Hace falta algo
más serio. Quiero decir tan sólo que, a veces, cuando el peso de la vida se
vuelve excesivo en esta Europa todavía colmada de su propia desdicha, me vuelvo
hacia esos países restallantes donde quedan aún tantas fuerzas intactas. Los
conozco demasiado como para no saber que son la tierra elegida donde la
contemplación y el valor pueden equilibrarse. Meditar acerca de su ejemplo me
enseña que si se quiere salvar la inteligencia, es necesario ignorar sus dotes
para la queja y exaltar su fuerza y su prestigio. Este mundo está envenenado de
desdichas y parece complacerse en ellas. Está entregado por completo a ese mal
que Nietzsche llamaba espíritu de torpeza. No le tendamos la mano. Es
inútil llorar sobre el espíritu, basta con trabajar por él.
Pero, ¿dónde
están las virtudes conquistadoras del espíritu? El propio Nietzsche las ha
enumerado como enemigos mortales del espíritu de torpeza. Según él son la
fuerza de carácter, el gusto, el "mundo", la felicidad clásica, el
duro orgullo, la fría frugalidad del sabio.
Tales virtudes
son necesarias más que nunca y cada cual puede elegir la que le convenga. Ante
la enorme magnitud de la partida en juego, que no se olvide en todo caso la
fuerza de carácter. No hablo de esa a la que en las tribunas electorales
acompañan los fruncimientos de cejas y las amenazas. Sino de la que resiste
todos los vientos del mar en virtud de la blancura y de la savia. Esa es la
que, en el invierno del mundo, preparará el fruto.
Albert Camus. El verano. Los almendros (1940).
No hay comentarios:
Publicar un comentario