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Mijaíl Nésterov. Solovki (1917). |
Abandonar la ciudad, la lucha, el mundanal ruido,
marcharse y desaparecer en sus tierras, eso no es vida, sino egoísmo, pereza,
es una especie de vida monástica, sí, pero la de un monje sin devoción. Lo que
necesita el hombre no son dos metros de tierra, ni una hacienda, sino todo el
globo terráqueo, toda la naturaleza, donde pueda dar rienda suelta a las
cualidades y peculiaridades de su espíritu libre.
Antón Chéjov. La grosella (1898).
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