Henri Martin. Young Woman Veiled in White in a Forest. |
Los hombres
sufren de futuro, irrumpen en la vida, huyen en el tiempo, buscan. Y nada me
hiere más que sus ojos anhelantes, vanos pero desprovistos de vanidad.
Yo sé que todo
es final, que solamente existe un instante, cada instante, que el árbol de la
vida es un estallido de eternidad, reversible en los actos del ser.
Y, así, ya no
quiero nada. A menudo, cuando me encuentro en las noches que erigen los fondos
del mundo, ¿cómo saber si soy o no soy? Y, entonces, ¿se puede ser o se puede
no ser? O bien, atrapado en las vagas ondulaciones de la música, perdido en
medio de ellas, purificado de los azares de la respiración, ¿cómo me parecería
a mis semejantes?
No tener sino
una meta: ser más inútil que la música. En ella no encuentra uno ni el es ni el
no es. ¿Dónde te encuentras como tumultuosa víctima de su hechizo? ¿No es acaso
ella un ninguna-parte sonoro?
Los hombres no
saben ser inútiles. Ellos tienen caminos que seguir, puntos que alcanzar,
necesidades que realizar. ¡No saborean la imperfección, cuando el “sentido” de
la vida es el éxtasis de esa imperfección! Pero, ¿cómo revelarles la
simplicidad de este misterio, cómo seducirlos con el resplandor de un misterio
y embriagarlos con tan sencilla fascinación? Qué noches y qué días acuden a mi
mente...
Emil Cioran. El brevario de los vencidos (1991).
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