David Cox. Bathers disturbed by a bull (1853). |
El Misitu vivía
en los k'eñwales de las alturas, en las grandes punas de K'oñani. Los k'oñanis
decían que había salido de Torkok'ocha, que no tenía padre ni madre. Que una
noche, cuando todos los ancianos de la puna eran aún huahuas, había caído
tormenta sobre la laguna; que todos los rayos habían golpeado el agua, que
desde lejos todavía corrían, alumbrando el aire, y se clavaban sobre las islas
de Torkok'ocha; que el agua de la laguna había hervido alto, hasta hacer
desaparecer las islas chicas; y que el sonido de la lluvia había llegado a
todas las estancias de K'oñani. Y que al amanecer, con la luz de la aurora,
cuando estaba calmando la tormenta, cuando las nubes se estaban yendo del cielo
de Torkok'ocha e iban poniéndose blancas con la luz del amanecer; ese rato,
dicen, se hizo remolino en el centro del lago, junto a la isla grande, y que de
en medio del remolino apareció el Misitu, bramando y sacudiendo su cabeza. Que
todos los patos de las islas volaron en tropa, haciendo bulla con sus alas, y
se fueron lejos, tras de los cerros nevados. Moviendo toda el agua nadó el
Misitu hacia la orilla. Y cuando estaba apareciendo el sol, dicen, corría
todavía en la puna buscando los k'eñwales de Negromayo, donde hizo su
querencia.
Todos los
punarunas contaban esta historia y hasta muy lejos llegó la fama del Misitu.
Los k'oñanis
decían que corneaba a su sombra, que rompía los k’eñwales, que araba la tierra
con sus cuernos; y que el Negromayo corría turbio cuando el Misitu bajaba a tomar
agua. Que de día, rabiaba mirando al Sol; y que en las noches, corría leguas de
leguas, persiguiendo a la Luna; que trepaba a las cumbres más altas, y que
habían encontrado sus rastros en las faldas del K'arwarasu, en el sitio donde
toda la noche había arañado la nieve, para llegar a la cumbre.
¿Quién pues, iba
a atreverse a entrar a los k'eñwales de Negromayo? Se persignaban los comuneros
cuando pasaban cerca, y se paraban de rato en rato para oír si el Misitu
bramaba.
Los comuneros de K'oñani asustaban a los viajeros que pasaban por las estancias.
—Vas cuidar, taita. ¡Misitu como tigre es! Silencio andarás.
José María Arguedas. Yawar Fiesta (1941).
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