lunes, 31 de diciembre de 2012

Nietzsche: un elogio equivocado

Hans Holbein el Joven. Letrero de un maestro de escuela (1516).

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   Error de los que veneran.—Creemos honrar y agradar a un pensador cuando le decimos que pensamos exactamente como él e incluso de la misma forma que él; y, sin embargo, es muy raro que al pensador le satisfaga semejante declaración; por el contrario, lo más posible es que empiece a desconfiar de su pensamiento y de cómo lo expresa, y que decida revisarlos. Cuando queramos honrar a alguien, hemos de evitar expresarle nuestra conformidad, ya que ésta nos pone a su mismo nivel. En muchas ocasiones es cuestión de habilidad mundana escuchar una opinión como si no fuese la nuestra y como si rebasase nuestro horizonte mental: por ejemplo, cuando un anciano lleno de experiencia abre, como una excepción, ante nosotros el cofre de su sabiduría.

Friedrich Nietzsche. El caminante y su sombra (1880).

sábado, 29 de diciembre de 2012

Sade: una lección aprendida

Víctor Borisov-Musatov. Humor de otoño (1899).

EL FINGIMIENTO FELIZ

O la ficción afortunada

Hay muchísimas mujeres que piensan que con tal de no llegar hasta el fin con un amante, pueden al menos permitirse, sin ofender a su esposo, un cierto comercio de galantería, y a menudo esta forma de ver las cosas tiene consecuencias más peligrosas que si su caída hubiera sido completa. Lo que le ocurrió a la marquesa de Guissac, mujer de elevada posición de Nimes, en el Languedoc, es una prueba evidente de lo que aquí proponemos como máxima.
   Alocada, aturdida, alegre, rebosante de ingenio y de simpatía, la señora de Guissac creyó que ciertas cartas galantes, escritas y recibidas por ella y por el barón Aumelach, no tendrían consecuencia alguna, siempre que no fueran conocidas y que si, por desgracia, llegaban a ser descubiertas, pudiendo probar su inocencia a su marido, no perdería en modo alguno su favor. Se equivocó... El marqués de Guissac, desmedidamente celoso, sospecha el intercambio, interroga a una doncella, se apodera de una carta, al principio no encuentra en ella nada que justifique sus temores, pero sí mucho más de lo que necesita para alimentar sus sospechas, coge una pistola y un vaso de limonada e irrumpe como un poseso en la habitación de su mujer...
   —Señora, he sido traicionado —le ruge enfurecido—; leed este billete: él me lo aclara, ya no hay tiempo para juzgar, os concedo la elección de vuestra muerte.
   La marquesa se defiende, jura a su marido que está equivocado, que puede ser, es verdad, culpable de una imprudencia, pero que no lo es, sin lugar a duda, de crimen alguno.
   —¡Ya no me convenceréis, pérfida! —le contesta el marido furibundo—, ¡ya no me convenceréis! Elegid rápidamente o al instante esta arma os privará de la luz del día.
   La desdichada señora de Guissac, aterrorizada, se decide por el veneno; toma la copa y lo bebe.
   —¡Deteneos! —le dice su esposo cuando ya ha bebido parte—, no pereceréis sola; odiado por vos, traicionado por vos, ¿qué querríais que hiciera yo en el mundo? —y tras decir esto bebe lo que queda en el cáliz.
   —¡Oh, señor! —exclama la señora de Guissac—. En terrible trance en que nos habéis colocado a ambos, no me neguéis un confesor ni tampoco el poder abrazar por última vez a mi padre y a mi madre.
   Envían a buscar en seguida a las personas que esta desdichada mujer reclama, se arroja a los brazos de los que le dieron la vida y de nuevo protesta que no es culpable de nada. Pero, ¿qué reproches se le pueden hacer a un marido que se cree traicionado y que castiga a su mujer de tal forma que él mismo se sacrifica? Solo queda la desesperación y el llanto brota de todos por igual.
   Mientras tanto llega el confesor.
   —En este atroz instante de mi vida —dice la marquesa— deseo, para consuelo de mis padres y para el honor de mi propia memoria, hacer una confesión pública —y empieza a acusarse en voz alta de todo aquello que su conciencia le reprocha desde que nació.
   El marido, que está atento y que no oye citar al barón de Aumelach, convencido de que en semejante ocasión su mujer no se atrevería a fingir, se levanta rebosante de alegría.
   —¡Oh, mis queridos padres! —exclama abrazando al mismo tiempo a su suegro y a su suegra—, consolaos y que vuestra hija me perdone el miedo que la he hecho pasar, tantas preocupaciones me produjo que es lícito que le devuelva unas cuantas. No hubo nunca ningún veneno en lo que hemos tomado, que esté tranquila; calmémonos todos y que por lo menos aprenda que una mujer verdaderamente honrada no solo no debe cometer el mal, sino que tampoco debe levantar sospechas de que lo comete.
   La marquesa tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para recobrarse de su estado; se había sentido envenenada hasta tal punto que el vuelo de su imaginación le había ya hecho padecer todas las angustias de muerte semejante. Se pone en pie temblorosa, abraza a su marido; la alegría reemplaza al dolor y la joven esposa, bien escarmentada por esta terrible escena, promete que en el futuro sabrá evitar hasta la más pequeña apariencia de infidelidad. Mantuvo su palabra y vivió más de treinta años con su marido sin que éste tuviera nunca que hacerle el más mínimo reproche.

Marqués de Sade. El fingimiento feliz.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Premio: Campaña de incentivo a la lectura



Gratamente he recibido de Jennieh (Una dama sin su pluma), autora de los blogs ¿Qué es una dama sin su pluma?, La vida de una vida austeniana, y Déjame contar palabras, el premio Campaña de incentivo a la lectura. Dicho premio trae consigo los siguientes requisitos:

1. Nominar 10 bloggueros para que se lleven a su rinconcito virtual esta campaña y avisarles.
2. Poner el logotipo del premio en el blog, en un sidebar.
3. Indicar quién te nominó y la lista de nominados que esta persona nominó.
4. Responder a esta pregunta: ¿Qué libro aconsejas para una persona que comienza a leer?

*****

1. Por el momento se me ocurren dos nombres para este premio:

  • Marta Alicia Pereyra Buffaz.
  • Malena Cid.

2. Hecho.

3. Me nominó para este premio Jennieh Lazcano junto con los siguientes blogs:

  • mariabordercuentos.blogspot.com
  • fragmentafragmentaria.blogspot.com
  • cuentosdedicados.blogspot.com
  • brujas-cuentosdebrujas.blogspot.com
  • vijajarsinsalirde.blogspot.com
  • musicaparaanne.blogspot.mx
  • yovivoenmacondo.blogspot.com
  • perdidaseneltiempoausten.blogspot.com
  • nebulosasenpapiro.blogspot.com

4. ¿Qué libro aconsejas para una persona que comienza a leer?

Yo aconsejaría muchos libros, pero a una persona que comienza a leer (un niño) le recomendaría los cuentos de Gianni Rodari, especialmente los que se encuentran compilados en el libro Cuentos por teléfono. Y por mencionar otra opción también le recomendaría un clásico: El principito de Antoine de Saint-Exúpery.


domingo, 23 de diciembre de 2012

Edith Wharton: la alternativa a la separación

Henri Martin. Los amantes.

   Un profundo silencio había caído con la oscuridad sin estrellas; subían apoyados el uno en el otro, callados; pero Ethan se repetía a cada paso: “Es la última vez que caminaremos juntos”.
   Llegaron lentamente al final de la cuesta. Ya enfrente de la iglesia, él bajó la cabeza y preguntó:
   —¿Estás cansada?
   —¡Ha sido estupendo! —contestó ella jadeando.
   Con una leve presión en el brazo, la guió hacia los abetos.
   —Este trineo debe ser el de Ned Hale. De todos modos, lo dejaré donde lo encontré.
   Lo llevó a la verja de Varnum y lo dejó apoyado en la valla. Al incorporarse, sintió de pronto a Mattie a su lado entre las sombras.
   —¿Es aquí donde se besaron Ned y Ruth? —susurró ella, y le echó los brazos al cuello. Buscó a tientas con los labios los de él, recorriendo su rostro, y Ethan la abrazó con fuerza, en un éxtasis de asombro.
   —Adiós…, adiós —balbuceó ella, y volvió a besarle.
   —¡Oh, Matt, no puedo dejar que te marches! —exclamó él, con el mismo grito de siempre.
   Pero Mattie se separó de él, que la oyó sollozar.
   —¡Oh, tampoco yo! —gimió ella.
   —¡Matt! ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer?
   Se cogieron las manos como niños. Matt se agitaba, sollozando desesperada.
   Oyeron en el silencio que el reloj de la iglesia daba las cinco.
   —¡Oh, Ethan, ya es la hora! —gritó ella.
   Ethan la retuvo de nuevo.
   —¿La hora de qué? ¿No creerás que voy a dejarte ahora?
   —¿Adónde iría si perdiera el tren?
   —¿Adónde irás si lo coges?
   Mattie guardó silencio, con las manos frías y relajadas en las de él.
   —¿Qué sentido tiene que uno de los dos se vaya a ningún sitio sin el otro ahora? —dijo Ethan.
   Ella no se movió, como si no le hubiera oído. Luego apartó las manos, le echó los brazos al cuello y le apretó súbitamente la mejilla húmeda en la cara.
   —¡Ethan! ¡Ethan! ¡Quiero que me lleves otra vez!
   —¿Adónde?
   —Por la cuesta. Ahora —dijo jadeando—. Pero para no volver a subir.
   —¡Matt! Pero ¿qué quieres decir?
   Ella le dijo al oído:
   —Contra el gran olmo. Dijiste que podías hacerlo. Así no tendremos que separarnos nunca.
   —Pero, ¿qué dices, Matt? ¡Estás loca!
   —No, no estoy loca; pero lo estaré si me separo de ti.
   —¡Ay, Matt, Matt! —gimió él.
   Ella le abrazó con más fuerza, con la cara pegada a la suya.

Edith Wharton. Ethan Frome (1911).

viernes, 21 de diciembre de 2012

Lérmontov: los hombres del Cáucaso

Iván Aivazovski. El Cáucaso.

Ordené que pusieran mi maletín en la carreta, que sustituyeran los bueyes por los caballos y dirigí una última mirada al valle, pero la espesa niebla que emanaba en oleadas de los desfiladeros lo ocultaba por completo y a nuestro oído no llegaba desde allí el menor sonido. Los osetios me rodearon con gran algazara, exigiéndome que les diera para el vodka; pero el capitán les gritó con ceño tan amenazador, que se dispersaron en un abrir y cerrar de ojos.
   —Así son —dijo—, ni siquiera saben decir “pan” en ruso, pero han aprendido muy bien a repetir: “¡Oficial, dame para vodka!” Yo creo que hasta los tártaros son mejores: por lo menos no beben…

Mijaíl Yúrievich Lérmontov. Un héroe de nuestro tiempo (1840).

domingo, 16 de diciembre de 2012

Borges: la satisfacción de la derrota

Prisionero de guerra alemán capturado por los Aliados en Países Bajos (abril de 1945).

   En octubre o noviembre de 1942, mi hermano Friedrich pereció en la segunda batalla de El Alamein, en los arenales egipcios; un bombardeo aéreo, meses después, destrozó nuestra casa natal; otro, a fines de 1943, mi laboratorio. Acosado por vastos continentes, moría el Tercer Reich; su mano estaba contra todos y las manos de todos contra él. Entonces, algo singular ocurrió, que ahora creo entender. Yo me creía capaz de apurar la copa de la cólera, pero en las heces me detuvo un sabor no esperado, el misterioso y casi terrible sabor de la felicidad. Ensayé diversas explicaciones; no me bastó ninguna. Pensé: Me satisface la derrota, porque secretamente me sé culpable y solo puede redimirme el castigo. Pensé: Me satisface la derrota, porque es un fin y yo estoy muy cansado. Pensé: Me satisface la derrota, porque ha ocurrido, porque está innumerablemente unida a todos los hechos que son, que fueron, que serán, porque censurar o deplorar un solo hecho real es blasfemar el universo. Esas razones ensayé, hasta dar con la verdadera.

Jorge Luis Borges. Deutsches Requiem (1949).

martes, 11 de diciembre de 2012

Camus: la necesidad de la desesperación de Cristo

Anton van Dyck. Cristo en la cruz (1627).

   Desde este punto de vista, el Nuevo Testamento puede ser considerado como una tentativa  de responder de antemano a todos los Caínes del mundo, suavizando la figura de Dios y suscitando un intercesor entre Él y el hombre. Cristo ha venido a resolver dos problemas principales, el mal y la muerte, que son precisamente los problemas de los rebeldes. Su solución ha consistido, ante todo, en hacerse cargo de ellos. El dios-hombre sufre así con paciencia. Ni el mal ni la muerte le son ya absolutamente imputables, pues está destrozado y muere. La noche del Gólgota no tiene tanta importancia en la historia de los hombres sino porque en esas tinieblas la divinidad, abandonando ostensiblemente sus privilegios tradicionales, vivió hasta el fin, incluyendo la desesperación, la angustia de la muerte. Se explica así el Lama sabactani y la duda espantosa de Cristo en la agonía. La agonía sería ligera si estuviese sostenida por la esperanza eterna. Para que el dios sea un hombre, es necesario que se desespere.

Albert Camus. El hombre rebelde (1951).

domingo, 9 de diciembre de 2012

Nietzsche: las mentiras de los hombres buenos


Rembrandt. El joven Rembrandt como Demócrito, el filósofo sonriente (1629).
Voy a tener una gran ocasión para demostrar los efectos tan desmesuradamente nefastos del optimismo, este engendro de los homines optimi en la historia entera. Zaratustra, el primero que comprendió que el optimista es igual de décadent que el pesimista, y quizá más perjudicial, dice: los hombres buenos no dicen nunca la verdad. Los buenos os han enseñado falsas orillas y seguridades; entre mentiras de los buenos habéis nacido y habéis sido cobijados. Todo, hasta el fondo, está falseado y deformado por los buenos.
Afortunadamente, el mundo no está construido sobre instintos en los que, de hecho, el simple bonachón animal de rebaño encuentre su estrecha felicidad; exigir que todo se convierta en “buen hombre”, animal de rebaño, de ojos azules, benévolo, “alma bella” —o como desea el señor Herbert Spencer, altruista—, significaría extirpar al existir su carácter grandioso, significaría castrar a la humanidad y reducirla a una miserable chinería. ¡Y esto se ha intentado!... Justo a esto se ha llamado moral… En este sentido, Zaratustra a veces denominaba a los buenos “los últimos hombres”, a veces el “principio del fin”; sobre todo los considera como la clase de hombre más perjudicial, porque establecen su existencia tanto a costa de la verdad como a costa del futuro.

Friedrich Nietzsche. Ecce Homo (1888).

sábado, 8 de diciembre de 2012

Chéjov: el amor como una necesidad baja

Vasili Tropinin. Retrato de A. I. Baryshnikov (1829).

   —Pero ella no se ha venido contigo a la fuerza —objetó Pekarski a Orlov—. Tú mismo lo has querido.
   —¡Vamos, hombre! No solo no lo he querido, sino que ni siquiera imaginaba que esto pudiera suceder alguna vez. Siempre que ella me hablaba de venirse a vivir conmigo, yo lo tomaba como una broma más o menos graciosa.
    Todos rompieron a reír.
   —Yo no podía quererlo —prosiguió Orlov, como si le obligasen a justificar sus actos—. No soy un personaje de Turguéniev, y si alguna vez se me ocurre ir a liberar Bulgaria no necesitaré mujeres para ello. Considero el amor, ante todo, como una necesidad de mi organismo, necesidad baja y contraria a mi espíritu. Hay que satisfacer esa necesidad con juicio o bien renunciar totalmente a ella, pues de lo contrario introducirá en tu vida elementos tan impuros como ella misma. Para que constituya un placer y no un tormento, procuro hacerla bella y adornarla con un sinnúmero de ilusiones. Nunca voy con una mujer sin estar seguro de que es guapa y atractiva y sin hallarme de humor para ello. Solo en tales condiciones logramos engañarnos el uno al otro y creer que nos amamos y que somos felices. ¿Puedo, acaso, desear cacerolas de cobre, o una melena greñuda, o que alguien me vea desaseado o de mal humor? Zinaída Fiódorovna, en su inefable sencillez, quiere hacerme amar lo que he odiado y rehuido toda mi vida. Quiere que mi vivienda huela a cocina y a platos; ansía mudarse de casa ruidosamente, pasearse en coche propio, contar mis prendas interiores, cuidar de mi salud, entrometerse a cada instante en mi vida privada y seguir cada uno de mis pasos, asegurando, al mismo tiempo, con toda sinceridad, que sigo conservando mi libertad y mis costumbres. Está convencida de que pronto realizaremos, como dos recién casados, un viaje; es decir, quiere hallarse siempre conmigo, en el tren o en el hotel; pero a mí, cuando voy de viaje, me agrada leer y no puedo sufrir la conversación de nadie.

Antón Chéjov. Relato de un desconocido (1893).

viernes, 30 de noviembre de 2012

Eclesiastés: el hombre y el animal

Francisco de Goya. El perro.
   También digo, en cuanto a la conducta humana, que Dios está poniendo a prueba a los hombres para que se den cuenta de que también ellos son como animales. En realidad, hombres y animales tienen el mismo destino: unos y otros mueren por igual, y el aliento de vida es el mismo para todos. Nada de más tiene el hombre que el animal: todo es vana ilusión, y todos paran en el mismo lugar; del polvo fueron hechos todos, y al polvo todos volverán. ¿Quién puede asegurar que el espíritu del hombre sube a las alturas de los cielos, y que el espíritu del animal baja a las profundidades de la tierra?

Eclesiastés (Siglos IV o III a.C.).

jueves, 29 de noviembre de 2012

Dostoyevski: ser como los demás

Ernesto Sabato. Dostoievski.

VI

¡Ah, si solo hubiese sido un perezoso! ¡Cómo me habría respetado a mí mismo! Me habría respetado porque me habría visto capaz, por lo menos, de tener pereza, porque habría poseído una cualidad definida y la seguridad de poseerla. Pregunta: ¿quién eres? Respuesta: ¡un perezoso! Habría sido verdaderamente agradable oírse llamar así. Quedas definido claramente: hay, pues, algo que decir de tu persona... «¡Oh perezoso!» ¡Es un título, una función, una carrera, señores! No se rían; es así. Entonces yo habría sido por derecho propio miembro del primer club del universo y habría pasado la vida respetándome. Conocí a un señor que se sentía orgulloso de llamarse Laffitte. Consideraba esta particularidad como una gran virtud, y no dudó nunca de sí mismo. Murió con la conciencia no sólo tranquila, sino triunfante, y tenía motivos para ello. Si yo hubiese sido un perezoso, me habría elegido una carrera: habría sido perezoso y gastrónomo; no un glotón vulgar, sino un regalón que se interesaría por «todo lo bello y sublime». ¿Qué les parece a ustedes? Hace ya mucho tiempo que pienso en esto. «Lo bello y lo sublime» gravitan pesadamente sobre mi nuca desde que tengo cuarenta años! Pero ¿qué habría ocurrido antes? ¡Antes habría sido todo distinto! Habría encontrado en seguida una actividad adaptada a mi carácter; por ejemplo, beber a la salud de todas las cosas «bellas y sublimes». Habría aprovechado todas las ocasiones de beber por «lo bello y lo sublime» después de haber dejado caer alguna lágrima en mi copa. Habría convertido todas las cosas en «bellas y sublimes »; habría descubierto «lo bello y lo sublime» incluso en las basuras más evidentes; habría vertido lágrimas a raudales como el líquido que sale de una esponja. Un pintor, por ejemplo, pinta un cuadro digno de Ghé, e inmediatamente bebo a la salud del artista, porque adoro todo lo que es «bello y sublime». Un poeta escribe  ¡Cómo gusta a todos!,  y bebo al punto a la salud de todos, porque adoro «lo bello y lo sublime». Esto me procurará el respeto general. Exigiré ese respeto; perseguiré con mi cólera al que me lo niegue. Así, habría vivido apaciblemente y muerto solemnemente. ¿No es admirable? ¿No es exquisito? Y habría dejado que se me desarrollara un vientre tan opulento, una nariz tan grasienta y un mentón tan redondeado, que el mundo habría exclamado al verme: «¡He ahí un hombre verdadero, un ser positivo!». Digan ustedes lo que digan, es muy agradable oírse llamar cosas semejantes en nuestro siglo tan esencialmente negativo.

Fiódor Dostoyevski. Memorias del subsuelo (1864).

domingo, 25 de noviembre de 2012

J. R. Ribeyro: las respuestas de una mujer

Arnold Böcklin. Luna de miel (1890).

   Al encontrarse a solas conmigo, Leticia colgó la guitarra  y salió a la enramada, su carabina en la mano.
   —¿Adónde vas? —le pregunté.
   —¡Qué te importa!
   Cerca de la casa había un centenar de eucaliptos que formaban un reducto espeso.
   —No me sigas —dijo Leticia, volviéndose hacia mí.
   A pesar de ello la alcancé.
   —Quiero decirte una cosa —comencé.
   —Tú siempre dices cosas aburridas o estúpidas.
   —He venido expresamente de la mina para hacer las paces contigo.
   —¿Y por qué las paces? Nosotros no estamos peleados.
   —A veces me parece que sí… A veces me parece que me odiaras.
   Leticia se echó a reír con tanta desenvoltura que me desarmó.
   —¡Qué iluso eres! Yo no tengo tiempo de odiar a nadie. ¡Y no me vuelvas a hablar! Si quieres que te permita estar a mi lado, cierra la boca —y se internó en el bosquecillo.

Julio Ramón Ribeyro. Crónica de San Gabriel (1960).

lunes, 19 de noviembre de 2012

Chéjov: la hipnosis colectiva de los hombres felices

Los hermanos Le Nain. La familia feliz (1642).

    Los hombres que vemos son aquellos que van al mercado a hacer la compra, los que de día comen, de noche duermen; vemos a los que van por ahí diciendo tonterías, se casan, envejecen y llevan apacibles al cementerio a sus difuntos; pero no vemos ni oímos a los que sufren. Todo cuanto de pavoroso tiene la vida ocurre no se sabe muy bien dónde, como quien dice tras bastidores. Todo es silencio y calma; solo protestan las mudas estadísticas: tanta gente se ha vuelto loca, se han bebido tantos baldes de vodka, tantos niños han muerto de desnutrición… Y este orden de cosas parece necesario; el hombre feliz, al parecer, se siente bien porque los desgraciados arrastran en silencio su duro destino y porque sin este silencio la felicidad sería imposible. Es como una hipnosis colectiva.
   Haría falta que tras la puerta de cada hombre feliz y satisfecho hubiera alguien con un martillo que le recordase continuamente con sus golpes que existe gente desgraciada, que la vida, por feliz que sea, tarde o temprano le enseñará sus garras y la desgracia —la enfermedad, la pobreza, la muerte— caerá también sobre él, y entonces nadie lo verá ni lo oirá, como ahora él tampoco oye ni ve a los demás. Pero no tenemos a este hombre del martillo. El hombre feliz sigue su vida, los pequeños quehaceres de cada día le afectan muy por encima, como a la encina el viento. En resume,  todo está a pedir de boca…

Antón Chéjov. La grosella (1898).

sábado, 17 de noviembre de 2012

Kafka: la infidelidad

Serguei Solomko. Por la cerca.

   —Tú no sabes —dijo Frieda, retractando un poco el cuerpo a su contacto— qué es la infidelidad. No sé trata de que tú te relaciones de una forma u otra con muchachas; basta con que vayas a ver a esa familia y vuelvas con el olor de su casa en las ropas…, es una vergüenza insoportable lo que me infliges. Y te vas de la escuela a todo correr, sin decir palabra, y pasas en su casa la mitad de la noche, y cuando se te va a buscar, haces decir a las chicas que no estás, las haces negar apasionadamente el que tú estés allí, y especialmente por la que es tan incomparablemente reservada. Cuando dejas su casa te deslizas como un ladrón por los caminos apartados, quizás para salvaguardar la reputación de esas chicas… ¡La reputación  de esas chicas!... ¡No, no hablemos más de eso!

Franz Kafka. El castillo (1926).

viernes, 16 de noviembre de 2012

Nietzsche: los medio ciegos y los escritores

Víctor Brauner. Autorretrato con un ojo arrancado (1931).

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   Los medio ciegos.—El medio ciego es el enemigo nato de todos los escritores que se van por las ramas. ¡Con qué ira cierra un libro al ver que el autor necesita cincuenta páginas para exponer cinco ideas! Le enfurece haber puesto en peligro lo que le queda de visión, sin compensación apenas. Un medio ciego dijo un día: “Todos los escritores son farragosos”. —“¿El Espíritu Santo también?” —“También el Espíritu Santo: pero tenía derecho a ello, porque escribía para quienes están completamente ciegos”.

Friedrich Nietzsche. El caminante y su sombra (1880).

sábado, 10 de noviembre de 2012

Augusto Monterroso: la verdadera Penélope

John William Waterhouse. Penélope y los pretendientes (1912).

Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.
   Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez  más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
  De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.

Augusto Monterroso. La tela de Penélope en La oveja negra y demás fábulas (1969).

viernes, 9 de noviembre de 2012

Premio-regalo: la percepción del arte


Este blog ama el arte y trata de hacer arte.




Marta Alicia Pereyra Buffaz, autora del blog Libeluarias, me hace llegar este regalo, que yo recibo con agrado.

Marta Alicia es poeta y escritora de relatos. Toca temáticas diversas que van desde los relatos infantiles hasta la poesía vanguardista.

1º. Este obsequio requiere hacer una sencilla definición de arte:

Marta Alicia dijo:
El arte, para mí, es una actividad catártica que canaliza esas ansias de incursionar en mundos diferentes con nuestra imaginación y con nuestra mente. Se suelen usar diferentes materias primas para lograr el producto artístico que debe tener como objetivo lograr el placer estético.

Por mi parte, añado:
Arte es toda creación humana que tiene como fin expresar un punto de vista acerca de un tema determinado, ya sea éste concreto o general, material o imaginario. Además, esta creación debe ser capaz de conmocionar al receptor (lector, observador u oyente) y en el mejor de los casos provocar placer estético. Para hacer una obra de arte uno debe guiarse por su intuición y sus cavilaciones con el fin de obtener materia prima, pero además (y esto ocurre con frecuencia) es muy necesaria la planificación metódica.

2º.  El otro requerimiento es que el premio sea entregado a diez personas de nuestra amistad para que lo sigan repartiendo y fomentando el intercambio.

Haciendo una pequeña modificación a esa regla, entrego este premio a estas personas esperando que sea del agrado de las tres.

A Jennieh Lazcano y a su blog La vida de una dama austeniana.

Mary Heathcliff y a su blog Mary Heathcliff. Escritora de novela romántica.

A Malena Cid y a su blog Malena Cid. Alas de hierro, seda y luz.


domingo, 4 de noviembre de 2012

Sabato: el hombre-cosa y la masificación

David Burliuk. Trabajadores (1922).
La masificación suprime los deseos individuales, porque el Superestado necesita hombres-cosas intercambiables, como los repuestos de una maquinaria. Y, en el mejor de los casos, permitirá los deseos colectivizados, la masificación de los instintos: construirá gigantescos estadios y hará volcar semanalmente los instintos de la masa en un solo haz, con sincrónica regularidad. Mediante el periodismo, la radio, el cine y los deportes colectivos, el pueblo embotado por la rutina podrá dar salida a una suerte de panonirismo, a la realización colectiva de un Gran Sueño. De modo que al huir de las fábricas en que son esclavos de la máquina, entrarán en el reino ilusorio creado por otras máquinas: por rotativas, radios y proyectores.

Ernesto Sabato. Hombres y engranajes (1951).

miércoles, 31 de octubre de 2012

Gao Xingjian: la búsqueda del lenguaje total

Remedios Varo. El relojero (1955).

¿Cómo encontrar, por último, un lenguaje puro y cristalino, musical, inmarcesible, más elevado que la melodía, más allá de los límites establecidos por la morfología y la sintaxis, sin distinción entre el objeto y el sujeto, que trascienda a las personas, se desembarace de la lógica, en constante desarrollo, que no recurra ni a las imágenes, ni a las metáforas, ni a las asociaciones de ideas, ni a los símbolos? Un lenguaje que pudiera expresar enteramente los sufrimientos de la vida y el temor a la muerte, las penas y las alegrías, la soledad y el consuelo, la perplejidad y la espera,  la vacilación y la determinación, la debilidad y el valor, los celos y el remordimiento, la calma, la impaciencia y la confianza en uno mismo, la generosidad y el tormento, la bondad y el odio, la piedad y el desánimo, la indiferencia y la paz, la villanía y la maldad, la nobleza y la crueldad, la ferocidad y la bondad, el entusiasmo y la frialdad, la impasibilidad, la sinceridad y la indecencia, la vanidad y la codicia, el desdén y el respeto, la jactancia y la duda, la modestia y el orgullo, la obstinación y la indignación, la aflicción y la vergüenza, la duda y el asombro, y la lasitud y la decrepitud y el intento perpetuo de comprender y no menos perpetuo de no comprender y la impotencia de no lograrlo.

Gao Xingjian. La montaña del alma (1990).

lunes, 29 de octubre de 2012

Cervantes: requiebros inentendibles

Gustave Doré. Ilustración de Don Quijote (1863).
(...) y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello.

Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605).

sábado, 27 de octubre de 2012

Cortázar: el verdadero absurdo

Remedios Varo. Robo de sustancia (1955).
    —Y esas crisis que la mayoría de la gente considera como escandalosas, como absurdas, yo personalmente tengo la impresión de que sirven para mostrar el verdadero absurdo, el de un mundo ordenado y en calma, con una pieza donde diversos tipos toman café a las dos de la mañana, sin que realmente nada de eso tenga el menor sentido como no sea el hedónico, lo bien que estamos al lado de esta estufita que tira tan meritoriamente. Los milagros nunca me han parecido absurdos; lo absurdo es lo que los precede y lo que los sigue.

Julio Cortázar. Rayuela (1963).

miércoles, 24 de octubre de 2012

Augusto Monterroso: una cadena de sueños

Wojciech Siudmak. Metamorfosis
Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha.

Augusto Monterroso. La cucaracha soñadora (1969).

sábado, 20 de octubre de 2012

Borges: el fin del inmortal

James McNeill Whistler. Harmony in Blue and Silver: Trouville (1865).

   Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto.

Jorge Luis Borges. El inmortal (1949).

viernes, 19 de octubre de 2012

Gianni Rodari: casarse es del mundo de los cuentos

Federico Zandomeneghi. La niña del pelo rojo.

   Recuerdo el diálogo con una niña de tres años, que me preguntaba: —Y luego, ¿qué haré?
   —Luego, irás a la escuela.
   —Y, ¿luego?
   —Luego a otra escuela, para aprender más cosas.
   —Y, ¿más adelante?
   —Te volverás grande, te casarás…
   —Eh, no…
   —¿Por qué?
   —Porque yo no soy del mundo de los cuentos, soy del mundo de las cosas verdaderas.
   “Casarse” era para ella un verbo de los cuentos, el verbo final, el destino de las princesas y sus príncipes en un mundo que no era el suyo.

Gianni Rodari. Gramática de la fantasía (1973). 

domingo, 14 de octubre de 2012

Nietzsche: la luz y la noche

José Cuneo. Luna y azotea.

  Es de noche: hablan ahora más fuertes todos los manantiales saltarines. Y mi alma también es un manantial saltarín.
   Es de noche: despiertan ahora por vez primera todas las canciones de los amantes. Y mi alma también es la canción de un amante.
   Algo insaciado, insaciable, hay en mí que quiere hacerse sonoro. Un deseo de amor hay en mí que también habla el lenguaje del amor.
   Yo soy la luz: ¡ojalá fuera noche! Pero ésta es mi soledad, estar rodeado de luz.
   ¡Ojalá fuera sombrío y nocturno! ¡Cómo habría de sorber en los pechos de la luz!
   ¡E incluso a vosotros quiero aún bendeciros, a vosotros pequeñas estrellas centelleantes y gusanos luminosos de ahí arriba! —y ser dichoso, por supuesto, por vuestros regalos de luz.

Friedrich Nietzsche. La canción de la noche en Así habló Zaratustra (1883-1885).

miércoles, 10 de octubre de 2012

Lope de Vega: el escepticismo por la imprenta

Henri Matisse. Naturaleza muerta con libros y vela (1890).



BARRILDO
        Después que vemos tanto libro impreso,
        no hay nadie que de sabio no presuma.

LEONELO
        Antes que ignoran más siento por eso,
        por no se reducir a breve suma;
        porque la confusión, con el exceso,        
        los intentos resuelve en vana espuma;
        y aquel que de leer tiene más uso,
        de ver letreros sólo está confuso.  
        No niego yo que de imprimir el arte
        mil ingenios sacó de entre la jerga,       
        y que parece que en sagrada parte
        sus obras guarda y contra el tiempo alberga;
        éste las distribuye y las reparte.
        Débese esta invención a Gutemberga,
        un famoso tudesco de Maguncia,               
        en quien la fama su valor renuncia.
        Mas muchos que opinión tuvieron grave
        por imprimir sus obras la perdieron;
        tras esto, con el nombre del que sabe
        muchos sus ignorancias imprimieron.     
        Otros, en quien la baja envidia cabe,
        sus locos desatinos escribieron,
        y con nombre de aquél que aborrecían
        impresos por el mundo los envían.

BARRILDO
        No soy de esa opinión.

LEONELO
        El ignorante        
        es justo que se vengue del letrado.

BARRILDO
        Leonelo, la impresión es importante.

LEONELO
        Sin ella muchos siglos se han pasado,
        y no vemos que en éste se levante
        un Jerónimo santo, un Agustino.

BARRILDO
        Dejadlo y asentaos, que estáis mohino.


Lope de Vega. Fuenteovejuna (1618).

sábado, 6 de octubre de 2012

Vargas Llosa: toda novela es una mentira

Remedios Varo. El juglar.

Quizás, amigo novelista en ciernes, sea éste el momento oportuno para hablar de una peligrosa noción aplicada a la literatura: la autenticidad. ¿Qué es ser un escritor auténtico? Lo cierto es que la ficción es, por definición, una impostura —una realidad que no es y sin embargo finge serlo— y toda novela es una mentira que se hace pasar por verdad. 

Mario Vargas Llosa. Cartas a un joven novelista (1997).

domingo, 30 de septiembre de 2012

Patricia Highsmith: la influencia de un libro

Patricia Highsmith en Nueva York (1941).
Solo en estos últimos años me he dado cuenta de que en mi escritura ha tenido una importante influencia un libro llamado The Human Mind (La mente humana), de Karl Menninger, que mis padres compraron casualmente cuando yo tenía ocho o nueve años. Ese libro trata de aberraciones y enfermedades mentales y presenta resúmenes de casos en los que se ofrece en negrita el historial o los síntomas de un paciente —cleptomanía, piromanía, pederastia, esquizofrenia paranoide, por ejemplo— y debajo, en tipografía normal, los comentarios del psiquiatra acerca de si esa persona se curó o no, o sobre si había o no alguna esperanza para aquel caso. De niña me fascinó aquel grueso tomo, aunque no me di cuenta del efecto causado en mí hasta que pasaron algunos años. Pero el hecho de que empezara a escribir historias breves de carácter retorcido o psicópata cuando tenía quince o dieciséis años habla de la influencia que tuvo ese libro, que para mí era como una colección de cuentos de hadas; cuentos reales en cualquier caso.

Patricia Highsmith. Prólogo del libro Escalofríos (1989).

sábado, 29 de septiembre de 2012

Borges: todo hombre es dos hombres

Franklin Carmichael. El lago espejo (1929).

   En los libros herméticos está escrito que lo que hay abajo es igual a lo que hay arriba, y lo que hay arriba, igual a lo que hay abajo; en el Zohar, que el mundo inferior es reflejo del superior. Los histriones fundaron su doctrina sobre una perversión de esa idea. Invocaron a Mateo 6:12 ("perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores") y 11:12 ("el reino de los cielos padece fuerza") para demostrar que la Tierra influye en el cielo, y a I Corintios 13:12 ("vemos ahora por espejo, en oscuridad") para demostrar que todo lo que vemos es falso. Quizá contaminados por los monótonos, imaginaron que todo hombre es dos hombres y que el verdadero es el otro, el que está en el cielo. También imaginaron que nuestros actos proyectan en reflejo invertido, de suerte que si velamos, el otro duerme; si fornicamos, el otro es casto; si robamos, el otro es generoso. Muertos, nos uniremos a él y seremos él.

Jorge Luis Borges. Los teólogos (1949).

martes, 25 de septiembre de 2012

Patricia Highsmith: una carta adversa

Pierre Bonnard. La carta (1906).
Don,
      lamento muchísimo haber esperado tanto tiempo antes de contestar tu carta, pero aquí voy siempre de una cosa a otra. Hasta hoy no he conseguido instalarme con el orden suficiente para empezar a trabajar. (...)
      Eres un ángel, Don. Lo sé y no lo pienso olvidar. Tampoco olvidaré nuestros días en la Côte. Pero, querido, no soy capaz de verme en un cambio de vida tan radical y abrupto como para casarme, ya sea aquí o allá. Me resultará imposible pasar las Navidades en Estados Unidos porque estoy muy ocupada por aquí. Por otra parte, ¿por qué ibas tú a arrancar tus raíces de Nueva York? Tal vez en Navidad, cuando te llegue esta carta, tus sentimientos hayan cambiado un poco.
      ¿Me volverás a escribir, por favor? ¿Intentarás que esto no te haga desgraciado? ¿Y podemos volver a vernos? ¿Tal vez de manera inesperada y maravillosa, como pasó en Juan-les-Pins?

Rosalind

   Se metió la carta en el bolsillo y salió a toda velocidad a la calle. Sus pensamientos eran un caos, señales de una angustia mortal, gritos de una muerte silenciosa, órdenes confusas que impelían a su ejército derrotado a retirarse antes de que fuera demasiado tarde, a no abandonar, a no morir.
   Un pensamiento se abrió paso con cierta claridad: la había asustado. Su declaración estúpida y desenfrenada, el torrente de planes se había vuelto sin duda en su contra. Si hubiera dicho solo la mitad, ella habría entendido cuánto la quería. Pero había sido muy concreto. Le había dicho: <<Querida, te amo. ¿Puedes venir a Nueva York por Navidad? Si no, puedo volar yo a París. Quiero casarme contigo. Si prefieres vivir en Europa, me las arreglaré para instalarme allí también. Me sería tan fácil...>>.
   ¡Qué imbécil había sido!

Patricia Highsmith. Pájaros a punto de alzar vuelo (1946).

sábado, 22 de septiembre de 2012

Patricia Highsmith: un crimen peculiar

Jean David. El espantapájaros y las aves.
   Había decidido que el mejor momento para poner en práctica su plan era a plena luz del día, mejor que por la noche, cuando se hubiera visto obligado a usar una linterna en cuyo extraño brillo alguien habría podido reparar. De modo que Skip rodeó el cuerpo de Frosby con un brazo y lo arrastró campo arriba hacia su espantapájaros. Era un trayecto de casi un kilómetro. Skip llevaba una cuerda y un cuchillo en los bolsillos traseros. Cortó el viejo espantapájaros, cortó las cuerdas que sujetaban las prendas de ropa a la cruz, vistió a Frosby con los viejos pantalones y la chaqueta, le ató un saco de arpillera en torno a la cabeza y a la cara y le plantó encima el sombrero. Como el sombrero se negaba a permanecer en su sitio si no lo ataba, Skip le abrió unos agujeros en el ala con la punta de su cuchillo para pasar la cuerda. Luego recogió los sacos y echó a andar de vuelta hacia su casa, cuesta abajo, con muchas miradas hacia atrás para admirar su obra y muchas sonrisas. El espantapájaros parecía casi el mismo de siempre. Había resuelto un problema que mucha gente consideraba difícil: qué hacer con el cuerpo. Además, podía darse el gusto de contemplarlo con sus anteojos desde la ventana del piso superior.

Patricia Highsmith. A merced del viento (1979).

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Sartre: la decadencia de un marido

Edvard Munch. El vampiro (1895).
Pedro dormía, tenía una semisonrisa cándida; inclinaba la cabeza: hubiérase dicho que quería acariciar su mejilla con su hombro. Eva no tenía sueño, pensaba: "recapitulación". Pedro había tomado de pronto un aire estúpido y la palabra había corrido fuera de su boca larga y blanquecina. Pedro había mirado hacia adelante con asombro, como si viera la palabra y no la reconociera; su boca estaba abierta, blanda; algo parecía haberse roto en él. "Ha tartamudeado, es la primera vez que le ocurre. Por lo demás no lo ha notado. Dijo que no encontraba más sus ideas". Pedro lanzó un pequeño gemido voluptuoso y su mano hizo un gesto ligero.
   Eva le miró duramente: "Cómo irá a despertarse". Eso la corroía. En cuanto Pedro se dormía pensaba en eso, no podía evitarlo. Tenía miedo de que se despertara con los ojos turbios y se pusiera a tartamudear. "Qué estúpida soy", pensó, "eso no debe comenzar antes de un año. Franchot lo ha dicho". Pero la angustia no la abandonaba; un año; un invierno; una primavera; un verano: el comienzo de otro otoño. Un día se confundirían esos rasgos, dejaría colgar la mandíbula, abriría a medias los ojos lacrimosos. Eva se inclinó sobre la mano de Pedro y posó en ella los labios: "Te mataré antes".

Jean-Paul Sartre. La cámara (1939).

domingo, 16 de septiembre de 2012

Kafka: un simio humanizado

Sue Coe. Mono.
   Cuando vuelvo la vista hacia mi evolución y a su meta actual, ni me quejo ni estoy satisfecho. Con las manos en los bolsillos, la botella de vino sobre la mesa, estoy medio tumbado, medio sentado en la mecedora y miro por la ventana. Si viene visita, la recibo como es debido. Mi empresario está en la antesala; si llamo, viene y escucha lo que tengo que decir. Por la noche casi siempre hay representación, y tengo éxitos difíciles de superar. Cuando regreso tarde a casa de los banquetes, de sociedades científicas, de estar en agradable compañía, me espera una pequeña chimpancé medio amaestrada y me complazco con ella a la manera de los simios. Durante el día no quiero verla; tiene en la mirada el extravío del animal amaestrado y confundido; solo yo lo advierto y no puedo soportarlo.

Franz Kafka. Informe para una academia (1917).