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Iván Aivazovski. El Cáucaso. |
Ordené que pusieran mi maletín en la carreta, que sustituyeran los bueyes por los caballos y dirigí
una última mirada al valle, pero la espesa niebla que emanaba en oleadas de los
desfiladeros lo ocultaba por completo y a nuestro oído no llegaba desde allí el
menor sonido. Los osetios me rodearon con gran algazara, exigiéndome que les
diera para el vodka; pero el capitán les gritó con ceño tan amenazador, que se
dispersaron en un abrir y cerrar de ojos.
—Así son —dijo—, ni siquiera
saben decir “pan” en ruso, pero han aprendido muy bien a repetir: “¡Oficial,
dame para vodka!” Yo creo que hasta los tártaros son mejores: por lo menos no
beben…
Mijaíl Yúrievich Lérmontov. Un
héroe de nuestro tiempo (1840).
Esta vez me me referiré a lo del vodka, pues no tengo ni idea del contexto que encierra este fragmento al desconocer la novela, pero considero al alcohol como uno de los mayores generadores de vicios en el ser humano, con el que se llega a olvidar por completo el entorno y la vida propia.
ResponderEliminarSaludos.
Eso es cierto. Y seguramente los alcohólicos tienen muy en claro el peligro que representa el consumo de esas bebidas, pero siempre el vicio es más poderoso.
EliminarMe produce curiosidad este fragmento, la de comprobar cómo las personas logramos comunicar aquello que nos interesa en el idioma que necesitamos en cada momento. En este caso es el vodka, en otras situaciones serán otros los intereses. Da una impresión de menosprecio de las capacidades que tenemos las personas, cuando es el motor de la atención y el interés lo que verdaderamente echamos en falta.
ResponderEliminarSaludos.
Tu comentario me ha recordado a una escena de la película "Katyn" en la que una mujer polaca se comunica indistintamente en polaco, alemán y ruso para solicitar información sobre su esposo ante las autoridades de ocupación.
EliminarCreo que su situación complicada le dotó de la aptitud necesaria para expresarse con claridad.
Saludos.