Albrecht Altdorfer. La batalla de Alejandro en Issos, fragmento (1529). |
Aquellos sí eran
tiempos en los que, para entrar en batalla, se necesitaba tener gran corazón.
Los combates terminaban cuerpo a cuerpo, y el vigor, la destreza y lo levantado
del ánimo decidían el éxito.
Las armas de
fuego distaban tres siglos del fusil de aguja y eran más bien un estorbo para
el soldado, que no podía utilizar el mosquete o arcabuz si no iba provisto de
eslabón, pedernal y yesca para encender la mecha. La artillería estaba en la
edad del babador; pues los pedreros o falconetes, si para algo servían era para
meter ruido como los petardos. Propiamente hablando, la pólvora se gastaba en
salvas; pues no conociéndose aún escala de punterías, las balas iban por donde
el diablo las guiaba. Hoy es una delicia caer en el campo de batalla. Así el
mandria como el audaz, con la limpieza con que se resuelve una ecuación de
tercer grado. Muere el prójimo matemáticamente, en toda regla, sin error de
suma o pluma; y ello, al fin, debe ser un consuelo que se lleva el alma al otro
barrio. Decididamente, hogaño una bala de cañón es una bala científica, que
nace educada y sabiendo a punto fijo dónde va a parar. Esto es progreso, y lo
demás es chiribitas y agua de borrajas.
Ricardo Palma. Los caballeros de la capa (1874).
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