domingo, 23 de agosto de 2015

Camus: los almendros (II)

Norman Rockwell. Willie Gillis in College (1946). 
   Conozcamos, pues, bien lo que queremos; afirmémonos en el espíritu aun cuando la fuerza para seducirnos asuma la forma de una idea o de un consuelo. Lo principal consiste en no desesperar. No prestemos demasiado oído a quienes proclaman el fin del mundo civilizado. Las civilizaciones no mueren tan fácilmente y aun cuando este mundo tuviera que desplomarse, ello acontecería después de que otros mundos se hubiesen hundido. Verdad es que nos encontramos en una época trágica. Pero es asimismo cierto que demasiadas gentes confunden lo trágico con lo desesperado. “Lo trágico”, decía Lawrence, “debería ser como un gran puntapié aplicado a la desgracia”. He aquí un pensamiento sano y de aplicación inmediata. Existen hoy muchas cosas que merecen tal puntapié.
   Cuando vivía en Argel, esperaba siempre pacientemente durante el invierno, porque sabía que en una noche, en una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle des Consuls se cubrirían de flores blancas. Después me maravillaba al ver cómo esa nieve frágil resistía todas las lluvias y el viento del mar. Sin embargo, todos los años resistía lo suficiente para preparar el fruto.
   No es un símbolo. No ganaremos nuestra felicidad a fuerza de símbolos. Hace falta algo más serio. Quiero decir tan sólo que, a veces, cuando el peso de la vida se vuelve excesivo en esta Europa todavía colmada de su propia desdicha, me vuelvo hacia esos países restallantes donde quedan aún tantas fuerzas intactas. Los conozco demasiado como para no saber que son la tierra elegida donde la contemplación y el valor pueden equilibrarse. Meditar acerca de su ejemplo me enseña que si se quiere salvar la inteligencia, es necesario ignorar sus dotes para la queja y exaltar su fuerza y su prestigio. Este mundo está envenenado de desdichas y parece complacerse en ellas. Está entregado por completo a ese mal que Nietzsche llamaba espíritu de torpeza. No le tendamos la mano. Es inútil llorar sobre el espíritu, basta con trabajar por él.
   Pero, ¿dónde están las virtudes conquistadoras del espíritu? El propio Nietzsche las ha enumerado como enemigos mortales del espíritu de torpeza. Según él son la fuerza de carácter, el gusto, el "mundo", la felicidad clásica, el duro orgullo, la fría frugalidad del sabio.
   Tales virtudes son necesarias más que nunca y cada cual puede elegir la que le convenga. Ante la enorme magnitud de la partida en juego, que no se olvide en todo caso la fuerza de carácter. No hablo de esa a la que en las tribunas electorales acompañan los fruncimientos de cejas y las amenazas. Sino de la que resiste todos los vientos del mar en virtud de la blancura y de la savia. Esa es la que, en el invierno del mundo, preparará el fruto.


Albert Camus. El verano. Los almendros (1940).

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