Pierre-Auguste Renoir. Retrato de Edmond Maitre. El lector (1871). |
En la ciudad, a
pesar de lo radical de sus juicios y de su nerviosismo, se le quería y, en su
ausencia, se le llamaba cariñosamente Vania. Su delicadeza innata, su cortesía,
su honestidad y pureza moral, su chaqueta gastada, el aspecto enfermizo y las
desgracias familiares provocaban una actitud afable, cálida y triste hacia su
persona. Por lo demás era un hombre instruido, había leído y, en opinión de los
ciudadanos, lo sabía todo: era, en la ciudad, algo parecido a un diccionario de
bolsillo.
Leía mucho. A veces
se pasaba días enteros sentado en el club y, tironeándose nerviosamente la
barba, hojeaba revistas y libros, y en sus ojos se veía que más que leer
devoraba lo que tenía delante, casi sin poderlo masticar. Al parecer la lectura
era una de sus costumbres enfermizas, ya que se lanzaba con igual codicia sobre
todo lo que le caía en las manos, hasta los periódicos y almanaques del año
anterior. En su casa siempre leía acostado.
Antón Chéjov. El pabellón número 6 (1892).
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