Lawrence Alma-Tadema. Tímida. |
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Vergüenza habitual.—¿Por
qué nos avergonzamos cuando nos conceden un favor o una distinción a los que,
como suele decirse, «no somos merecedores»? Nos parece entonces que se nos
sitúa en un terreno que no es el nuestro, del que deberíamos estar excluidos,
algo así como en un lugar santo o santísimo, que nuestro paso no debe
franquear. Por una equivocación de otros, hemos entrado en él y ahora estamos
subyugados por el miedo o la veneración, y no sabemos si debemos huir o gozar
del momento bendito y de la gracia que se nos ha hecho. En todo sentimiento de
vergüenza hay un misterio que hemos profanado o que estamos en peligro de
profanar: toda gracia produce
vergüenza. Pero si consideramos que, en general, nunca hemos «merecido» nada, en
el caso de que nos abandonáramos a esta idea perteneciente a las concepciones
cristianas, el sentimiento de vergüenza se volvería habitual, porque entonces parecería que Dios bendice y ejerce su gracia incesantemente. Ahora bien, abstracción
hecha de esta interpretación cristiana, este estado de vergüenza habitual podría seguir dándose en el caso del sabio,
totalmente impío, que sostiene la irresponsabilidad absoluta y la falta
completa de mérito en toda acción y en toda organización: si se le trata como
si hubiera merecido tal o cual cosa, le parece que ha sido introducido en un orden superior de
seres que por lo general merecen
algo, que son libres y verdaderamente capaces de soportar la responsabilidad de
su voluntad y de su poder. Quien dice a este sabio: «Lo has merecido», parece
estar apostrofándole: «Tú no eres un hombre, sino un dios.»
Friedrich Nietzsche. El
caminante y su sombra (1880).
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