Gerrit Dou. El astrónomo (1650-1655). |
Por la noche.—Desde
que anochece, se transforma la visión que tenemos de los objetos familiares.
Por un lado, parece que el viento atraviesa caminos prohibidos murmurando como
si buscase algo y se enfadase al no encontrarlo. Por otro lado, el resplandor
de las lámparas, con sus confusos rayos rojizos, su tenue claridad, lucha
pesadamente con la noche, esclava impaciente del hombre que vela. La
respiración del que duerme, su ritmo inquietante, sobre el que una inquietud
siempre renaciente parece entonar una melodía. Nosotros no la oímos, pero
cuando se eleva el pecho del que duerme, sentimos el corazón oprimido, y cuando
la respiración disminuye, casi expirando en su silencio de muerte, pensamos: «¡Descansa
un poco, pobre espíritu atormentado!» Deseamos a todo viviente, por el hecho de
vivir en esa opresión, un descanso eterno; la noche invita a la muerte. Si los
hombres prescindieran del sol y libraran el combate contra la noche a la luz de
la luna o a la de una lámpara de aceite, ¡qué filosofía les envolvería con su
manto! Bastante sabemos ya de lo sombría que ha vuelto la vida esa mezcla de
tinieblas y de falta de sol que es la actividad intelectual y moral del hombre.
Friedrich Nietzsche. El caminante y su sombra (1880).
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