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Francisco de Zurbarán. San Francisco arrodillado (1639). |
Somos imperfectos, nuestro cuerpo es débil, la carne es
mortal y corrompible. Pero por eso mismo aspiramos a algo que no tenga esa
desgraciada precariedad: a algún género de belleza que sea perfecta, a un
conocimiento que valga para siempre y para todos, a principios éticos que sean
absolutos. Al levantarse sobre las dos patas traseras, este extraño animal
abandona para siempre la felicidad zoológica e inaugura la infelicidad
metafísica que resulta de su dualidad: descabellada hambre de eternidad en un cuerpo
miserable y mortal.
Ernesto Sabato. El escritor y sus fantasmas (1963).
Nunca he leído a Sabato.
ResponderEliminarHambre de eternidad sí que tenemos.
Abrazos
Es un autor muy interesante, tanto en sus obras de ficción como en sus ensayos.
EliminarMuchos tendremos hambre de eternidad incluso en el último segundo de nuestras vidas.
Saludos.
"Descabellada hambre de eternidad en un cuerpo miserable y mortal." Tal vez no sea una idea tan descabellada el perseguir la eternidad, ¿no? =P
ResponderEliminarPor cierto, ya sabes que la pintura no me gusta en absoluto, ni siquiera un poquito, jejejeje. Podrías haber buscado otra que plasmara mejor la idea de la eternidad...
Buen fragmento, con Sabato siempre aciertas =)
Un beso =)
Esta pintura, al contrario de lo que te provoca, a mí me gusta mucho. La siento muy bien lograda. :)
EliminarPerseguir la eternidad es parte inherente del ser humano, lo malo es que ello puede provocar lamentos por los fracasos.
Un beso.