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Ernst Ludwig Kirchner. Calle de Leipzig con tren eléctrico. |
Y si se trata de un simple mortal al que aterrorizan las
detenciones en masa y que lleva ya una semana soportando las miradas ceñudas de
sus jefes, de pronto se le llama a la sección local del sindicato donde,
radiantes, le ofrecen una putiovka para el balneario de Sochi. El
borrego se enternece: o sea, que sus temores eran infundados. Da las gracias y
parte exultante a casa para hacer las maletas. Faltan dos horas para la salida
del tren, y regaña a su esposa que tarda una eternidad. ¡Ya estamos en la
estación! Aún queda tiempo. En la sala de espera o en un tenderete donde venden
cerveza lo llama un joven simpatiquísimo: «¿No me conoce, Piotr Iványch?».
Piotr Iványch se siente confuso: «Creo que no, aunque...». El joven se prodiga
en atenciones, con la más benévola amistad: «Bueno, pero cómo, pues yo sí le
recuerdo...». Y se inclina con respeto ante la esposa de Piotr Iványch:
«Perdone que le robe a su esposo por un minuto...». La esposa consiente y el
desconocido se lleva a Piotr Iványch confiadamente del brazo... ¡para siempre o
por diez años!
Aleksandr Solzhenitsyn. Archipiélago Gulag (1973).