Ernesto Sabato. El señor K. (1986). |
Sus ojos se clavaron en el último piso de la casa
lindante con la cantera. Del mismo modo que se enciende una llama, se abrieron
de golpe los cristales de una ventana; una persona, una figura débil y
vacilante por la distancia y la altura, se inclinó mucho hacia adelante con un
brusco movimiento y tendió los brazos aún más hacia adelante. ¿Quién era? ¿Un
amigo? ¿Una buena persona? ¿Alguien que sentía compasión? ¿Alguien que quería
ayudar? ¿No habría más de uno? ¿Eran todos? ¿Era una última ayuda? ¿Quedaban objeciones
que habían olvidado? Seguro quedaba alguna. La lógica es ciertamente
inconmovible, pero a una persona que quiere vivir no le opone resistencia.
¿Dónde estaba el juez que no había visto nunca? ¿Dónde estaba el alto tribunal
al que nunca había llegado? Levantó las manos y separó todos los dedos.
Pero las manos
de uno de los señores se posaban ya en la garganta de K., mientras el otro le
hundía profundamente el cuchillo en el corazón y lo hacía girar dos veces. Con
los ojos vidriosos, K. vio aún cómo los señores, muy cerca de su cara, mejilla
contra mejilla, observaban la decisión. «¡Como un perro!», dijo; era como si la
vergüenza hubiese de sobrevivirle.
Franz Kafka. El proceso (1925).
¿Este no será el final, no? Una vez dije que me gustaría leer la obra al completo y aunque este sea el final sigo intrigada. Ahora quiero saber cómo se llega a esta situación y sobre todo quién lo mata.
ResponderEliminarYa sabes que tienes que prestármelo =P.
Sobre la pintura solo decir que Sabato era afortunado. No solo escribía bien sino que también se le daba bien pintar. No todo el mundo puede dominar varias artes a la vez.
Un besito =).
Supones bien, es el final de la obra. :)
EliminarTe prestaré el libro. Ya veremos si te gusta.
Las pinturas de Sabato me agradan, al menos la mayoría de las que he visto.
Un beso.