Anders Zorn. Descuidado (1884). |
Pero recuerdo el día y la hora en que
deliberadamente te entregué mi corazón. Había ido a dar un paseo con una compañera
de colegio y estábamos charlando en la puerta. Llegó un coche. Te apeaste con
esa manera impaciente y espontánea que nunca he cesado de admirar, y te disponías
a entrar. No sé qué impulso me obligó a abrirte la puerta, y ponerme en tu
camino, hecho este que por poco nos hace tropezar. Me miraste de un modo
cordial, dulce y envolvente, que era casi una caricia. Me sonreíste tiernamente
—sí, esa es la palabra, tiernamente— y dijiste afable, casi en tono
confidencial:
—Muchas gracias, señorita.
Eso fue todo, amor mío. Pero desde ese
momento, desde el momento en que me miraste con tanta ternura, te pertenecí. Más
tarde, mucho más tarde, comprendí que ese era tu modo de mirar a todas las
mujeres que se cruzaban en tu camino. Era una mirada acariciadora y resuelta:
la mirada del seductor nato. Involuntariamente, mirabas de esa forma a todas
las mujeres: la dependienta que te atendía, la camarera que te abría una
puerta. No es que, conscientemente, desearas a todas aquellas mujeres; pero tu
impulso hacia el otro sexo hacía que, sin proponértelo, tu mirada fuera
ardiente y acariciadora siempre que se posaba sobre una mujer.
Stefan
Zweig. Carta de una desconocida (1922).
Típico de muchos hombres. Pobre mujer creyéndose especial para la persona por la que siente devoción y sin embargo no es nada. Y encima excusa la conducta de ese hombre. Un poco patético pero muchas mujeres no aprendemos nunca.
ResponderEliminarLa pintura no me agrada demasiado pero creo que refleja bien esa especie de admiración por parte de la mujer que se muestra en el texto.
Un beso =)
Sucede que el hombre no estaba ni enterado de la devoción que le profesaba aquella muchacha. Es interesante observar que hay personas no se da por enteradas de las opiniones que otros tienen sobre ellas. :)
EliminarUn beso.