viernes, 6 de julio de 2012

László Krasznahorkai: acosar con la mirada


Paul Delvaux. La ciudad dormida (1938).

Arregló los pliegues del abrigo a su espalda, extendió la estola de piel sintética sobre su regazo, juntó las manos sobre el bolso abultado por el pañuelo de lana metido dentro y, con la postura rígida de siempre, volvió a mirar por la ventanilla, cuando de pronto se percató por el reflejo de aquel vidrio mugriento de que un hombre de barba hirsuta y <<asombrosamente taciturno>>, sentado frente a ella sorbiendo un aguardiente hediondo, tenía la mirada clavada (<<¡ávidamente!>>) en sus fuertes pechos, que quizá destacaban un poquito en exceso (en ese momento sólo los cubrían la blusa y la chaquetita del traje sastre). <<¡Ya lo sabía!>>, pensó volviendo la cabeza con la velocidad de un rayo, y si bien se sintió inundada por un intenso calor, hizo como si no se hubiera percatado de nada. (…) <<¿Desde cuándo me mira?>>, se preguntó de golpe la señora Pflaum, y al pensar en la posibilidad de que la atención indecente del hombre <<se centrara>> en ella desde el comienzo del viaje, la mirada le pareció aún más aterradora que antes, cuando las miradas se cruzaron por un fugaz momento. Esos dos ojos ocultaban, además, una profunda repugnancia tras aquella <<sucia lubricidad>>, e <<incluso>>, pensó estremeciéndose, emanaban <<un frío desprecio>>. Si bien no podía considerarse <<precisamente>> una anciana, era consciente de haber sobrepasado la edad en que tal interés —bastante vulgar, por cierto— resultaba natural, de suerte que pensó con asco en el hombre (¿qué clase de hombre es aquel que siente deseos por las mujeres mayores?), es más, incluso consideró, atemorizada, la siguiente posibilidad: ese delincuente, que olía a alcohol, sólo quería burlarse y mofarse de ella, sólo pretendía humillarla y tirarla luego <<como un trapo>>. El tren aceleró la marcha con unas torpes sacudidas, las ruedas empezaron a traquetear brutalmente sobre las vías, y un pudor confuso, intenso y hacía tiempo olvidado se apoderó de la señora Pflaum, mientras empezaban a escocerle y a arderle los pechos pesados y turgentes bajo los rayos de aquella mirada violenta y desinhibida. Los brazos, que al menos podrían haberlos tapado, simplemente no obedecían a su voluntad: como alguien que, estando atado, no puede hacer nada contra la infame desnudez, se sentía cada vez más indefensa, más desnuda, y tuvo que constatar, impotente, que cuanto más deseaba ocultar su plenitud femenina, tanto más se ponía ésta de manifiesto.

László Krasznahorkai. Melancolía de la resistencia (1989).

2 comentarios:

  1. Cuando la mente se empeña en elucubrar...

    Saludos

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    1. Lo peor es cuando esas temerosas elucubraciones, al menos en parte, se materializan. En esta novela la mayoría de personajes viven con temores.

      Saludos.

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