sábado, 26 de septiembre de 2015

Cervantes: un desesperado pedido

Anton van Dyck. Cabeza de un ladrón (1617-1618). 
   Andrés asió de su pan y queso y, viendo que nadie le daba otra cosa, abajó su cabeza y tomó el camino en las manos, como suele decirse. Bien es verdad que, al partirse, dijo a don Quijote:
   —Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia, que no será tanta, que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo.
   Íbase a levantar don Quijote para castigalle, mas él se puso a correr de modo que ninguno se atrevió a seguille. Quedó corridísimo don Quijote del cuento de Andrés, y fue menester que los demás tuviesen mucha cuenta con no reírse, por no acaballe de correr del todo.


Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, capítulo XXXI (1605).

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Dostoyevski: ¿es libre un hombre semejante?

Lucian Freud. Portrait of Christian Berard (1948).
Afirman que el mundo, cuanto más avanza, tanto más se une, que va constituyendo una comunidad fraterna a medida que se van acortando las distancias y se van transmitiendo los pensamientos por el aire. ¡Ay! No creáis en semejante unión de los hombres. Entendiendo la libertad como un aumento y una pronta satisfacción de las necesidades, deforman su propia naturaleza, pues engendran en sí mismos muchos deseos carentes de sentido y estúpidos, costumbres y quimeras insensatas. Viven sólo para envidiarse unos a otros, para la satisfacción carnal y la presunción. Dar banquetes, viajar, tener coches, dignidades y servidores esclavos se considera ya tal necesidad a la que se sacrifica hasta la vida, el honor y el amor al prójimo, y hasta se matan si no pueden satisfacerla. En aquellos que son menos ricos, observamos lo mismo, mientras que entre los pobres por ahora la insatisfacción de las necesidades y la envidia se ahogan con la borrachera. Pronto, sin embargo, se emborracharán con sangre en vez de vino, a eso los conducen. Yo os pregunto: ¿es libre un hombre semejante? Conocí a un «luchador por la idea», quien me contó que en la cárcel, cuando le privaron de tabaco, sufrió tanto a causa de dicha privación, que, a cambio de tabaco, por poco traiciona su «idea». Y un hombre así dice: «Voy a luchar por la humanidad». Bueno, ¿adónde irá ese hombre y de qué es capaz? Quizá de una acción rápida, pero no resistirá mucho tiempo. No es de extrañar que en vez de encontrar la libertad hayan hallado la esclavitud, y en vez de servir a la fraternidad y a la unión de los hombres hayan caído, por el contrario, en la desunión y la soledad, como me dijo en mi juventud el que fue mi visitante misterioso y mi maestro.  


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro sexto (1880).

martes, 22 de septiembre de 2015

Dostoyevski: la viciada libertad

Lucian Freud. Girl in a Dark Dress (1951).
El mundo ha proclamado la libertad, sobre todo en estos últimos tiempos, ¿y qué vemos en esta libertad suya? ¡Nada más que la esclavitud y el suicidio! El mundo dice: «Tienes necesidades; dales, pues, satisfacción, tienes los mismos derechos que las personas más nobles y ricas. No temas darles satisfacción, al contrario, hazlas aún mayores», tal es la doctrina actual del mundo. En eso ven la libertad. ¿Y qué resulta de este derecho a aumentar las necesidades? Por parte de los ricos, la soledad y el suicidio espiritual; por parte de los pobres, la envidia y el asesinato, pues el derecho de satisfacer las necesidades se lo han dado, mas sin indicarle todavía con qué medios.


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro sexto (1880).

Kierkegaard: no hacerse ilusiones

Parmigianino. Man with a book (1525-1526).
¿Para qué hacerse la ilusión de que con el libro que uno acaba de escribir comienzan una era y una época nuevas? ¡Claro que sería una cosa todavía mucho peor el anunciar este natalicio con la fogosidad artificial de las promesas escritas en un libro; o con las anchas perspectivas, no menos prometedoras, de su enorme significado; o, finalmente, dando seguridades sin cuento para encarecer la cotización de un valor dudoso! Desde luego, no todos los que tienen anchas las espaldas son por ello mismo un Atlas, ni tampoco han llegado a serlo por el hecho de haberse echado encima de ellas todo un mundo. No todos los que dicen: ¡Señor, Señor!, entrarán sólo por eso en el Reino de los cielos; ni todo el que se ofrece a salir fiador por la contemporaneidad entera ha demostrado con ello que es un hombre solvente y responsable; ni tampoco todos los que exclaman: «bravo», «bravísimo» y demás gritos estentóreos han dado pruebas con ello de que se han comprendido a sí mismos y que saben medir el alcance de su admiración.


Søren Kierkegaard. El  concepto de la angustia, prólogo (1844).

viernes, 18 de septiembre de 2015

Apócrifo de Juan: Adán y el hombre primordial

Zdislav Beksinski. Sin título.
Y dijo a las potestades que estaban con él: «Venid, hagamos un hombre según la imagen de dios y según nuestra semejanza, a fin de que su imagen sea luz para nosotros». Y lo crearon por medio de sus respectivos poderes de acuerdo con las instrucciones que habían recibido. Cada potestad obró una marca distintiva en la figura de la imagen que él había entrevisto en su elemento psíquico. Creó un ser según la imagen del hombre primordial y perfecto, y entonces dijeron: «Pongámosle por nombre Adán, a fin de que su nombre sea para nosotros una luz poderosa». Las potestades iniciaron la obra.


Libro secreto de Juan o Evangelio apócrifo de Juan. Manuscritos de Nag Hammadi II (c. siglo II). 

viernes, 11 de septiembre de 2015

César Vallejo: el momento más grave de la vida

Edvard Munch. Autorretrato en el infierno (1903).
Un hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida estuvo en la batalla del Marne cuando fui herido en el pecho.
Otro hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida, ocurrió en un maremoto de Yokohama, del cual salvé milagrosamente, refugiado bajo el alero de una tienda de lacas.
Y otro hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida acontece cuando duermo de día.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida ha estado en mi mayor soledad.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú.
Y otro dijo:
—El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil a mi padre.
Y el último hombre dijo:
—El momento más grave de mi vida no ha llegado todavía.


César Vallejo. El momento más grave de la vida.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Cervantes: salud neutral

El Greco. El caballero de la mano en el pecho (1578-1580).
   Sea muy bien venido el señor licenciado Vidriera. ¿Cómo ha ido en el camino? ¿Cómo va de salud?
   A lo cual respondió:
   Ningún camino hay malo, como se acabe, si no es el que va a la horca. De salud estoy neutral, porque están encontrados mis pulsos con mi celebro.


Miguel de Cervantes. El licenciado Vidriera (1613).

domingo, 6 de septiembre de 2015

Cervantes: la batalla descabellada

Gustave Doré. The Adventure with the Windmills (1868).
En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
   —La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
   —¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.
   —Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
   —Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
   —Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
   Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:
   —Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
   —Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
   —¡Válame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
   —Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.


Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, capítulo VIII (1605).

jueves, 3 de septiembre de 2015

Roland Barthes: diez razones para escribir

Iliá Repin. Cosacos zapórogos escribiendo una carta al Sultán (1889-1896).
I

   No siendo escribir una actividad normativa ni científica, no puedo decir por qué ni para qué se escribe. Solamente puedo enumerar las razones por las cuales creo que escribo:

1) por una necesidad de placer, que, como es sabido, guarda relación con el encanto erótico;
2) porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible;
3) para poner en práctica un «don», satisfacer una actividad distintiva, producir una diferencia;
4) para ser reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado;
5) para cumplir cometidos ideológicos o contra-ideológicos.
6) para obedecer las órdenes terminantes de una tipología secreta, de una distribución combatiente, de una evaluación permanente;
7) para satisfacer a amigos e irritar a enemigos;
8) para contribuir a agrietar el sistema simbólico de nuestra sociedad;
9) para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una manera nueva, socavar y cambiar la subyugación de los sentidos;
10) finalmente, y tal como resulta de la multiplicidad y la contradicción deliberadas de estas razones, para desbaratar la idea, el ídolo, el fetiche de la Determinación Única, de la Causa (causalidad y «causa noble»), y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista, sin causalidad, finalidad ni generalidad, como lo es el texto mismo.

II

   Lo «ilegible», o lo «contra-legible», no pude constituir evidentemente una figura plena. No podemos describirlo ni desearlo siquiera; es solamente la afirmación de una crítica radical de lo legible y de sus compromisos anteriores. No estamos más obligados a figurar la escritura de mañana que Marx a tomarse el trabajo de describir la sociedad comunista o Nietzsche la figura del superhombre. Es revolucionario porque está ligado, no a otro régimen político, sino a «otra manera de sentir, otra manera de pensar».


Roland Barthes. Diez razones para escribir (1969).