lunes, 31 de diciembre de 2012

Nietzsche: un elogio equivocado

Hans Holbein el Joven. Letrero de un maestro de escuela (1516).

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   Error de los que veneran.—Creemos honrar y agradar a un pensador cuando le decimos que pensamos exactamente como él e incluso de la misma forma que él; y, sin embargo, es muy raro que al pensador le satisfaga semejante declaración; por el contrario, lo más posible es que empiece a desconfiar de su pensamiento y de cómo lo expresa, y que decida revisarlos. Cuando queramos honrar a alguien, hemos de evitar expresarle nuestra conformidad, ya que ésta nos pone a su mismo nivel. En muchas ocasiones es cuestión de habilidad mundana escuchar una opinión como si no fuese la nuestra y como si rebasase nuestro horizonte mental: por ejemplo, cuando un anciano lleno de experiencia abre, como una excepción, ante nosotros el cofre de su sabiduría.

Friedrich Nietzsche. El caminante y su sombra (1880).

sábado, 29 de diciembre de 2012

Sade: una lección aprendida

Víctor Borisov-Musatov. Humor de otoño (1899).

EL FINGIMIENTO FELIZ

O la ficción afortunada

Hay muchísimas mujeres que piensan que con tal de no llegar hasta el fin con un amante, pueden al menos permitirse, sin ofender a su esposo, un cierto comercio de galantería, y a menudo esta forma de ver las cosas tiene consecuencias más peligrosas que si su caída hubiera sido completa. Lo que le ocurrió a la marquesa de Guissac, mujer de elevada posición de Nimes, en el Languedoc, es una prueba evidente de lo que aquí proponemos como máxima.
   Alocada, aturdida, alegre, rebosante de ingenio y de simpatía, la señora de Guissac creyó que ciertas cartas galantes, escritas y recibidas por ella y por el barón Aumelach, no tendrían consecuencia alguna, siempre que no fueran conocidas y que si, por desgracia, llegaban a ser descubiertas, pudiendo probar su inocencia a su marido, no perdería en modo alguno su favor. Se equivocó... El marqués de Guissac, desmedidamente celoso, sospecha el intercambio, interroga a una doncella, se apodera de una carta, al principio no encuentra en ella nada que justifique sus temores, pero sí mucho más de lo que necesita para alimentar sus sospechas, coge una pistola y un vaso de limonada e irrumpe como un poseso en la habitación de su mujer...
   —Señora, he sido traicionado —le ruge enfurecido—; leed este billete: él me lo aclara, ya no hay tiempo para juzgar, os concedo la elección de vuestra muerte.
   La marquesa se defiende, jura a su marido que está equivocado, que puede ser, es verdad, culpable de una imprudencia, pero que no lo es, sin lugar a duda, de crimen alguno.
   —¡Ya no me convenceréis, pérfida! —le contesta el marido furibundo—, ¡ya no me convenceréis! Elegid rápidamente o al instante esta arma os privará de la luz del día.
   La desdichada señora de Guissac, aterrorizada, se decide por el veneno; toma la copa y lo bebe.
   —¡Deteneos! —le dice su esposo cuando ya ha bebido parte—, no pereceréis sola; odiado por vos, traicionado por vos, ¿qué querríais que hiciera yo en el mundo? —y tras decir esto bebe lo que queda en el cáliz.
   —¡Oh, señor! —exclama la señora de Guissac—. En terrible trance en que nos habéis colocado a ambos, no me neguéis un confesor ni tampoco el poder abrazar por última vez a mi padre y a mi madre.
   Envían a buscar en seguida a las personas que esta desdichada mujer reclama, se arroja a los brazos de los que le dieron la vida y de nuevo protesta que no es culpable de nada. Pero, ¿qué reproches se le pueden hacer a un marido que se cree traicionado y que castiga a su mujer de tal forma que él mismo se sacrifica? Solo queda la desesperación y el llanto brota de todos por igual.
   Mientras tanto llega el confesor.
   —En este atroz instante de mi vida —dice la marquesa— deseo, para consuelo de mis padres y para el honor de mi propia memoria, hacer una confesión pública —y empieza a acusarse en voz alta de todo aquello que su conciencia le reprocha desde que nació.
   El marido, que está atento y que no oye citar al barón de Aumelach, convencido de que en semejante ocasión su mujer no se atrevería a fingir, se levanta rebosante de alegría.
   —¡Oh, mis queridos padres! —exclama abrazando al mismo tiempo a su suegro y a su suegra—, consolaos y que vuestra hija me perdone el miedo que la he hecho pasar, tantas preocupaciones me produjo que es lícito que le devuelva unas cuantas. No hubo nunca ningún veneno en lo que hemos tomado, que esté tranquila; calmémonos todos y que por lo menos aprenda que una mujer verdaderamente honrada no solo no debe cometer el mal, sino que tampoco debe levantar sospechas de que lo comete.
   La marquesa tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para recobrarse de su estado; se había sentido envenenada hasta tal punto que el vuelo de su imaginación le había ya hecho padecer todas las angustias de muerte semejante. Se pone en pie temblorosa, abraza a su marido; la alegría reemplaza al dolor y la joven esposa, bien escarmentada por esta terrible escena, promete que en el futuro sabrá evitar hasta la más pequeña apariencia de infidelidad. Mantuvo su palabra y vivió más de treinta años con su marido sin que éste tuviera nunca que hacerle el más mínimo reproche.

Marqués de Sade. El fingimiento feliz.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Premio: Campaña de incentivo a la lectura



Gratamente he recibido de Jennieh (Una dama sin su pluma), autora de los blogs ¿Qué es una dama sin su pluma?, La vida de una vida austeniana, y Déjame contar palabras, el premio Campaña de incentivo a la lectura. Dicho premio trae consigo los siguientes requisitos:

1. Nominar 10 bloggueros para que se lleven a su rinconcito virtual esta campaña y avisarles.
2. Poner el logotipo del premio en el blog, en un sidebar.
3. Indicar quién te nominó y la lista de nominados que esta persona nominó.
4. Responder a esta pregunta: ¿Qué libro aconsejas para una persona que comienza a leer?

*****

1. Por el momento se me ocurren dos nombres para este premio:

  • Marta Alicia Pereyra Buffaz.
  • Malena Cid.

2. Hecho.

3. Me nominó para este premio Jennieh Lazcano junto con los siguientes blogs:

  • mariabordercuentos.blogspot.com
  • fragmentafragmentaria.blogspot.com
  • cuentosdedicados.blogspot.com
  • brujas-cuentosdebrujas.blogspot.com
  • vijajarsinsalirde.blogspot.com
  • musicaparaanne.blogspot.mx
  • yovivoenmacondo.blogspot.com
  • perdidaseneltiempoausten.blogspot.com
  • nebulosasenpapiro.blogspot.com

4. ¿Qué libro aconsejas para una persona que comienza a leer?

Yo aconsejaría muchos libros, pero a una persona que comienza a leer (un niño) le recomendaría los cuentos de Gianni Rodari, especialmente los que se encuentran compilados en el libro Cuentos por teléfono. Y por mencionar otra opción también le recomendaría un clásico: El principito de Antoine de Saint-Exúpery.


domingo, 23 de diciembre de 2012

Edith Wharton: la alternativa a la separación

Henri Martin. Los amantes.

   Un profundo silencio había caído con la oscuridad sin estrellas; subían apoyados el uno en el otro, callados; pero Ethan se repetía a cada paso: “Es la última vez que caminaremos juntos”.
   Llegaron lentamente al final de la cuesta. Ya enfrente de la iglesia, él bajó la cabeza y preguntó:
   —¿Estás cansada?
   —¡Ha sido estupendo! —contestó ella jadeando.
   Con una leve presión en el brazo, la guió hacia los abetos.
   —Este trineo debe ser el de Ned Hale. De todos modos, lo dejaré donde lo encontré.
   Lo llevó a la verja de Varnum y lo dejó apoyado en la valla. Al incorporarse, sintió de pronto a Mattie a su lado entre las sombras.
   —¿Es aquí donde se besaron Ned y Ruth? —susurró ella, y le echó los brazos al cuello. Buscó a tientas con los labios los de él, recorriendo su rostro, y Ethan la abrazó con fuerza, en un éxtasis de asombro.
   —Adiós…, adiós —balbuceó ella, y volvió a besarle.
   —¡Oh, Matt, no puedo dejar que te marches! —exclamó él, con el mismo grito de siempre.
   Pero Mattie se separó de él, que la oyó sollozar.
   —¡Oh, tampoco yo! —gimió ella.
   —¡Matt! ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer?
   Se cogieron las manos como niños. Matt se agitaba, sollozando desesperada.
   Oyeron en el silencio que el reloj de la iglesia daba las cinco.
   —¡Oh, Ethan, ya es la hora! —gritó ella.
   Ethan la retuvo de nuevo.
   —¿La hora de qué? ¿No creerás que voy a dejarte ahora?
   —¿Adónde iría si perdiera el tren?
   —¿Adónde irás si lo coges?
   Mattie guardó silencio, con las manos frías y relajadas en las de él.
   —¿Qué sentido tiene que uno de los dos se vaya a ningún sitio sin el otro ahora? —dijo Ethan.
   Ella no se movió, como si no le hubiera oído. Luego apartó las manos, le echó los brazos al cuello y le apretó súbitamente la mejilla húmeda en la cara.
   —¡Ethan! ¡Ethan! ¡Quiero que me lleves otra vez!
   —¿Adónde?
   —Por la cuesta. Ahora —dijo jadeando—. Pero para no volver a subir.
   —¡Matt! Pero ¿qué quieres decir?
   Ella le dijo al oído:
   —Contra el gran olmo. Dijiste que podías hacerlo. Así no tendremos que separarnos nunca.
   —Pero, ¿qué dices, Matt? ¡Estás loca!
   —No, no estoy loca; pero lo estaré si me separo de ti.
   —¡Ay, Matt, Matt! —gimió él.
   Ella le abrazó con más fuerza, con la cara pegada a la suya.

Edith Wharton. Ethan Frome (1911).

viernes, 21 de diciembre de 2012

Lérmontov: los hombres del Cáucaso

Iván Aivazovski. El Cáucaso.

Ordené que pusieran mi maletín en la carreta, que sustituyeran los bueyes por los caballos y dirigí una última mirada al valle, pero la espesa niebla que emanaba en oleadas de los desfiladeros lo ocultaba por completo y a nuestro oído no llegaba desde allí el menor sonido. Los osetios me rodearon con gran algazara, exigiéndome que les diera para el vodka; pero el capitán les gritó con ceño tan amenazador, que se dispersaron en un abrir y cerrar de ojos.
   —Así son —dijo—, ni siquiera saben decir “pan” en ruso, pero han aprendido muy bien a repetir: “¡Oficial, dame para vodka!” Yo creo que hasta los tártaros son mejores: por lo menos no beben…

Mijaíl Yúrievich Lérmontov. Un héroe de nuestro tiempo (1840).

domingo, 16 de diciembre de 2012

Borges: la satisfacción de la derrota

Prisionero de guerra alemán capturado por los Aliados en Países Bajos (abril de 1945).

   En octubre o noviembre de 1942, mi hermano Friedrich pereció en la segunda batalla de El Alamein, en los arenales egipcios; un bombardeo aéreo, meses después, destrozó nuestra casa natal; otro, a fines de 1943, mi laboratorio. Acosado por vastos continentes, moría el Tercer Reich; su mano estaba contra todos y las manos de todos contra él. Entonces, algo singular ocurrió, que ahora creo entender. Yo me creía capaz de apurar la copa de la cólera, pero en las heces me detuvo un sabor no esperado, el misterioso y casi terrible sabor de la felicidad. Ensayé diversas explicaciones; no me bastó ninguna. Pensé: Me satisface la derrota, porque secretamente me sé culpable y solo puede redimirme el castigo. Pensé: Me satisface la derrota, porque es un fin y yo estoy muy cansado. Pensé: Me satisface la derrota, porque ha ocurrido, porque está innumerablemente unida a todos los hechos que son, que fueron, que serán, porque censurar o deplorar un solo hecho real es blasfemar el universo. Esas razones ensayé, hasta dar con la verdadera.

Jorge Luis Borges. Deutsches Requiem (1949).

martes, 11 de diciembre de 2012

Camus: la necesidad de la desesperación de Cristo

Anton van Dyck. Cristo en la cruz (1627).

   Desde este punto de vista, el Nuevo Testamento puede ser considerado como una tentativa  de responder de antemano a todos los Caínes del mundo, suavizando la figura de Dios y suscitando un intercesor entre Él y el hombre. Cristo ha venido a resolver dos problemas principales, el mal y la muerte, que son precisamente los problemas de los rebeldes. Su solución ha consistido, ante todo, en hacerse cargo de ellos. El dios-hombre sufre así con paciencia. Ni el mal ni la muerte le son ya absolutamente imputables, pues está destrozado y muere. La noche del Gólgota no tiene tanta importancia en la historia de los hombres sino porque en esas tinieblas la divinidad, abandonando ostensiblemente sus privilegios tradicionales, vivió hasta el fin, incluyendo la desesperación, la angustia de la muerte. Se explica así el Lama sabactani y la duda espantosa de Cristo en la agonía. La agonía sería ligera si estuviese sostenida por la esperanza eterna. Para que el dios sea un hombre, es necesario que se desespere.

Albert Camus. El hombre rebelde (1951).

domingo, 9 de diciembre de 2012

Nietzsche: las mentiras de los hombres buenos


Rembrandt. El joven Rembrandt como Demócrito, el filósofo sonriente (1629).
Voy a tener una gran ocasión para demostrar los efectos tan desmesuradamente nefastos del optimismo, este engendro de los homines optimi en la historia entera. Zaratustra, el primero que comprendió que el optimista es igual de décadent que el pesimista, y quizá más perjudicial, dice: los hombres buenos no dicen nunca la verdad. Los buenos os han enseñado falsas orillas y seguridades; entre mentiras de los buenos habéis nacido y habéis sido cobijados. Todo, hasta el fondo, está falseado y deformado por los buenos.
Afortunadamente, el mundo no está construido sobre instintos en los que, de hecho, el simple bonachón animal de rebaño encuentre su estrecha felicidad; exigir que todo se convierta en “buen hombre”, animal de rebaño, de ojos azules, benévolo, “alma bella” —o como desea el señor Herbert Spencer, altruista—, significaría extirpar al existir su carácter grandioso, significaría castrar a la humanidad y reducirla a una miserable chinería. ¡Y esto se ha intentado!... Justo a esto se ha llamado moral… En este sentido, Zaratustra a veces denominaba a los buenos “los últimos hombres”, a veces el “principio del fin”; sobre todo los considera como la clase de hombre más perjudicial, porque establecen su existencia tanto a costa de la verdad como a costa del futuro.

Friedrich Nietzsche. Ecce Homo (1888).

sábado, 8 de diciembre de 2012

Chéjov: el amor como una necesidad baja

Vasili Tropinin. Retrato de A. I. Baryshnikov (1829).

   —Pero ella no se ha venido contigo a la fuerza —objetó Pekarski a Orlov—. Tú mismo lo has querido.
   —¡Vamos, hombre! No solo no lo he querido, sino que ni siquiera imaginaba que esto pudiera suceder alguna vez. Siempre que ella me hablaba de venirse a vivir conmigo, yo lo tomaba como una broma más o menos graciosa.
    Todos rompieron a reír.
   —Yo no podía quererlo —prosiguió Orlov, como si le obligasen a justificar sus actos—. No soy un personaje de Turguéniev, y si alguna vez se me ocurre ir a liberar Bulgaria no necesitaré mujeres para ello. Considero el amor, ante todo, como una necesidad de mi organismo, necesidad baja y contraria a mi espíritu. Hay que satisfacer esa necesidad con juicio o bien renunciar totalmente a ella, pues de lo contrario introducirá en tu vida elementos tan impuros como ella misma. Para que constituya un placer y no un tormento, procuro hacerla bella y adornarla con un sinnúmero de ilusiones. Nunca voy con una mujer sin estar seguro de que es guapa y atractiva y sin hallarme de humor para ello. Solo en tales condiciones logramos engañarnos el uno al otro y creer que nos amamos y que somos felices. ¿Puedo, acaso, desear cacerolas de cobre, o una melena greñuda, o que alguien me vea desaseado o de mal humor? Zinaída Fiódorovna, en su inefable sencillez, quiere hacerme amar lo que he odiado y rehuido toda mi vida. Quiere que mi vivienda huela a cocina y a platos; ansía mudarse de casa ruidosamente, pasearse en coche propio, contar mis prendas interiores, cuidar de mi salud, entrometerse a cada instante en mi vida privada y seguir cada uno de mis pasos, asegurando, al mismo tiempo, con toda sinceridad, que sigo conservando mi libertad y mis costumbres. Está convencida de que pronto realizaremos, como dos recién casados, un viaje; es decir, quiere hallarse siempre conmigo, en el tren o en el hotel; pero a mí, cuando voy de viaje, me agrada leer y no puedo sufrir la conversación de nadie.

Antón Chéjov. Relato de un desconocido (1893).