viernes, 30 de noviembre de 2012

Eclesiastés: el hombre y el animal

Francisco de Goya. El perro.
   También digo, en cuanto a la conducta humana, que Dios está poniendo a prueba a los hombres para que se den cuenta de que también ellos son como animales. En realidad, hombres y animales tienen el mismo destino: unos y otros mueren por igual, y el aliento de vida es el mismo para todos. Nada de más tiene el hombre que el animal: todo es vana ilusión, y todos paran en el mismo lugar; del polvo fueron hechos todos, y al polvo todos volverán. ¿Quién puede asegurar que el espíritu del hombre sube a las alturas de los cielos, y que el espíritu del animal baja a las profundidades de la tierra?

Eclesiastés (Siglos IV o III a.C.).

jueves, 29 de noviembre de 2012

Dostoyevski: ser como los demás

Ernesto Sabato. Dostoievski.

VI

¡Ah, si solo hubiese sido un perezoso! ¡Cómo me habría respetado a mí mismo! Me habría respetado porque me habría visto capaz, por lo menos, de tener pereza, porque habría poseído una cualidad definida y la seguridad de poseerla. Pregunta: ¿quién eres? Respuesta: ¡un perezoso! Habría sido verdaderamente agradable oírse llamar así. Quedas definido claramente: hay, pues, algo que decir de tu persona... «¡Oh perezoso!» ¡Es un título, una función, una carrera, señores! No se rían; es así. Entonces yo habría sido por derecho propio miembro del primer club del universo y habría pasado la vida respetándome. Conocí a un señor que se sentía orgulloso de llamarse Laffitte. Consideraba esta particularidad como una gran virtud, y no dudó nunca de sí mismo. Murió con la conciencia no sólo tranquila, sino triunfante, y tenía motivos para ello. Si yo hubiese sido un perezoso, me habría elegido una carrera: habría sido perezoso y gastrónomo; no un glotón vulgar, sino un regalón que se interesaría por «todo lo bello y sublime». ¿Qué les parece a ustedes? Hace ya mucho tiempo que pienso en esto. «Lo bello y lo sublime» gravitan pesadamente sobre mi nuca desde que tengo cuarenta años! Pero ¿qué habría ocurrido antes? ¡Antes habría sido todo distinto! Habría encontrado en seguida una actividad adaptada a mi carácter; por ejemplo, beber a la salud de todas las cosas «bellas y sublimes». Habría aprovechado todas las ocasiones de beber por «lo bello y lo sublime» después de haber dejado caer alguna lágrima en mi copa. Habría convertido todas las cosas en «bellas y sublimes »; habría descubierto «lo bello y lo sublime» incluso en las basuras más evidentes; habría vertido lágrimas a raudales como el líquido que sale de una esponja. Un pintor, por ejemplo, pinta un cuadro digno de Ghé, e inmediatamente bebo a la salud del artista, porque adoro todo lo que es «bello y sublime». Un poeta escribe  ¡Cómo gusta a todos!,  y bebo al punto a la salud de todos, porque adoro «lo bello y lo sublime». Esto me procurará el respeto general. Exigiré ese respeto; perseguiré con mi cólera al que me lo niegue. Así, habría vivido apaciblemente y muerto solemnemente. ¿No es admirable? ¿No es exquisito? Y habría dejado que se me desarrollara un vientre tan opulento, una nariz tan grasienta y un mentón tan redondeado, que el mundo habría exclamado al verme: «¡He ahí un hombre verdadero, un ser positivo!». Digan ustedes lo que digan, es muy agradable oírse llamar cosas semejantes en nuestro siglo tan esencialmente negativo.

Fiódor Dostoyevski. Memorias del subsuelo (1864).

domingo, 25 de noviembre de 2012

J. R. Ribeyro: las respuestas de una mujer

Arnold Böcklin. Luna de miel (1890).

   Al encontrarse a solas conmigo, Leticia colgó la guitarra  y salió a la enramada, su carabina en la mano.
   —¿Adónde vas? —le pregunté.
   —¡Qué te importa!
   Cerca de la casa había un centenar de eucaliptos que formaban un reducto espeso.
   —No me sigas —dijo Leticia, volviéndose hacia mí.
   A pesar de ello la alcancé.
   —Quiero decirte una cosa —comencé.
   —Tú siempre dices cosas aburridas o estúpidas.
   —He venido expresamente de la mina para hacer las paces contigo.
   —¿Y por qué las paces? Nosotros no estamos peleados.
   —A veces me parece que sí… A veces me parece que me odiaras.
   Leticia se echó a reír con tanta desenvoltura que me desarmó.
   —¡Qué iluso eres! Yo no tengo tiempo de odiar a nadie. ¡Y no me vuelvas a hablar! Si quieres que te permita estar a mi lado, cierra la boca —y se internó en el bosquecillo.

Julio Ramón Ribeyro. Crónica de San Gabriel (1960).

lunes, 19 de noviembre de 2012

Chéjov: la hipnosis colectiva de los hombres felices

Los hermanos Le Nain. La familia feliz (1642).

    Los hombres que vemos son aquellos que van al mercado a hacer la compra, los que de día comen, de noche duermen; vemos a los que van por ahí diciendo tonterías, se casan, envejecen y llevan apacibles al cementerio a sus difuntos; pero no vemos ni oímos a los que sufren. Todo cuanto de pavoroso tiene la vida ocurre no se sabe muy bien dónde, como quien dice tras bastidores. Todo es silencio y calma; solo protestan las mudas estadísticas: tanta gente se ha vuelto loca, se han bebido tantos baldes de vodka, tantos niños han muerto de desnutrición… Y este orden de cosas parece necesario; el hombre feliz, al parecer, se siente bien porque los desgraciados arrastran en silencio su duro destino y porque sin este silencio la felicidad sería imposible. Es como una hipnosis colectiva.
   Haría falta que tras la puerta de cada hombre feliz y satisfecho hubiera alguien con un martillo que le recordase continuamente con sus golpes que existe gente desgraciada, que la vida, por feliz que sea, tarde o temprano le enseñará sus garras y la desgracia —la enfermedad, la pobreza, la muerte— caerá también sobre él, y entonces nadie lo verá ni lo oirá, como ahora él tampoco oye ni ve a los demás. Pero no tenemos a este hombre del martillo. El hombre feliz sigue su vida, los pequeños quehaceres de cada día le afectan muy por encima, como a la encina el viento. En resume,  todo está a pedir de boca…

Antón Chéjov. La grosella (1898).

sábado, 17 de noviembre de 2012

Kafka: la infidelidad

Serguei Solomko. Por la cerca.

   —Tú no sabes —dijo Frieda, retractando un poco el cuerpo a su contacto— qué es la infidelidad. No sé trata de que tú te relaciones de una forma u otra con muchachas; basta con que vayas a ver a esa familia y vuelvas con el olor de su casa en las ropas…, es una vergüenza insoportable lo que me infliges. Y te vas de la escuela a todo correr, sin decir palabra, y pasas en su casa la mitad de la noche, y cuando se te va a buscar, haces decir a las chicas que no estás, las haces negar apasionadamente el que tú estés allí, y especialmente por la que es tan incomparablemente reservada. Cuando dejas su casa te deslizas como un ladrón por los caminos apartados, quizás para salvaguardar la reputación de esas chicas… ¡La reputación  de esas chicas!... ¡No, no hablemos más de eso!

Franz Kafka. El castillo (1926).

viernes, 16 de noviembre de 2012

Nietzsche: los medio ciegos y los escritores

Víctor Brauner. Autorretrato con un ojo arrancado (1931).

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   Los medio ciegos.—El medio ciego es el enemigo nato de todos los escritores que se van por las ramas. ¡Con qué ira cierra un libro al ver que el autor necesita cincuenta páginas para exponer cinco ideas! Le enfurece haber puesto en peligro lo que le queda de visión, sin compensación apenas. Un medio ciego dijo un día: “Todos los escritores son farragosos”. —“¿El Espíritu Santo también?” —“También el Espíritu Santo: pero tenía derecho a ello, porque escribía para quienes están completamente ciegos”.

Friedrich Nietzsche. El caminante y su sombra (1880).

sábado, 10 de noviembre de 2012

Augusto Monterroso: la verdadera Penélope

John William Waterhouse. Penélope y los pretendientes (1912).

Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.
   Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez  más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
  De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.

Augusto Monterroso. La tela de Penélope en La oveja negra y demás fábulas (1969).

viernes, 9 de noviembre de 2012

Premio-regalo: la percepción del arte


Este blog ama el arte y trata de hacer arte.




Marta Alicia Pereyra Buffaz, autora del blog Libeluarias, me hace llegar este regalo, que yo recibo con agrado.

Marta Alicia es poeta y escritora de relatos. Toca temáticas diversas que van desde los relatos infantiles hasta la poesía vanguardista.

1º. Este obsequio requiere hacer una sencilla definición de arte:

Marta Alicia dijo:
El arte, para mí, es una actividad catártica que canaliza esas ansias de incursionar en mundos diferentes con nuestra imaginación y con nuestra mente. Se suelen usar diferentes materias primas para lograr el producto artístico que debe tener como objetivo lograr el placer estético.

Por mi parte, añado:
Arte es toda creación humana que tiene como fin expresar un punto de vista acerca de un tema determinado, ya sea éste concreto o general, material o imaginario. Además, esta creación debe ser capaz de conmocionar al receptor (lector, observador u oyente) y en el mejor de los casos provocar placer estético. Para hacer una obra de arte uno debe guiarse por su intuición y sus cavilaciones con el fin de obtener materia prima, pero además (y esto ocurre con frecuencia) es muy necesaria la planificación metódica.

2º.  El otro requerimiento es que el premio sea entregado a diez personas de nuestra amistad para que lo sigan repartiendo y fomentando el intercambio.

Haciendo una pequeña modificación a esa regla, entrego este premio a estas personas esperando que sea del agrado de las tres.

A Jennieh Lazcano y a su blog La vida de una dama austeniana.

Mary Heathcliff y a su blog Mary Heathcliff. Escritora de novela romántica.

A Malena Cid y a su blog Malena Cid. Alas de hierro, seda y luz.


domingo, 4 de noviembre de 2012

Sabato: el hombre-cosa y la masificación

David Burliuk. Trabajadores (1922).
La masificación suprime los deseos individuales, porque el Superestado necesita hombres-cosas intercambiables, como los repuestos de una maquinaria. Y, en el mejor de los casos, permitirá los deseos colectivizados, la masificación de los instintos: construirá gigantescos estadios y hará volcar semanalmente los instintos de la masa en un solo haz, con sincrónica regularidad. Mediante el periodismo, la radio, el cine y los deportes colectivos, el pueblo embotado por la rutina podrá dar salida a una suerte de panonirismo, a la realización colectiva de un Gran Sueño. De modo que al huir de las fábricas en que son esclavos de la máquina, entrarán en el reino ilusorio creado por otras máquinas: por rotativas, radios y proyectores.

Ernesto Sabato. Hombres y engranajes (1951).