jueves, 31 de octubre de 2013

Nietzsche: la máquina

Remedios Varo. Bordando el manto terrestre (1961).
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Cómo humilla la máquina.—La máquina es impersonal, arrebata al trabajo ese orgullo, esas cualidades y esos defectos individuales que caracterizan a todo trabajo no mecanizado. Se le quita, en suma, al trabajo una parte de humanidad. Antiguamente, comprar a un artesano era concede una distinción a una persona, con cuyas marcas nos rodeábamos; de este modo, los objetos de uso diario y las prendas de vestir se convertían en una especie de símbolo de estimación mutua y de homogeneidad personal, mientras que hoy parece que vivimos solo en medio de una esclavitud anónima e impersonal. No hay que pagar demasiado caras las facilidades del trabajo.


Friedrich Nietzsche. El caminante y su sombra (1880).

Nietzsche: cloacas del alma

Edith Vonnegut. Sacando la basura.


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Cloacas del alma.—El alma debe disponer también de cloacas donde verter sus basuras. Para este fin, pueden servir muchas cosas; personas, relaciones, clases sociales, tal vez la patria e incluso el mundo, y, por último, para los más orgullosos (es decir, para nuestros buenos «pesimistas» modernos), el buen Dios.

Friedrich Nietzsche. El caminante y su sombra (1880).

miércoles, 30 de octubre de 2013

Nietzsche: vergüenza por las distinciones

Lawrence Alma-Tadema. Tímida.

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Vergüenza habitual.—¿Por qué nos avergonzamos cuando nos conceden un favor o una distinción a los que, como suele decirse, «no somos merecedores»? Nos parece entonces que se nos sitúa en un terreno que no es el nuestro, del que deberíamos estar excluidos, algo así como en un lugar santo o santísimo, que nuestro paso no debe franquear. Por una equivocación de otros, hemos entrado en él y ahora estamos subyugados por el miedo o la veneración, y no sabemos si debemos huir o gozar del momento bendito y de la gracia que se nos ha hecho. En todo sentimiento de vergüenza hay un misterio que hemos profanado o que estamos en peligro de profanar: toda gracia produce vergüenza. Pero si consideramos que, en general, nunca hemos «merecido» nada, en el caso de que nos abandonáramos a esta idea perteneciente a las concepciones cristianas, el sentimiento de vergüenza se volvería habitual, porque entonces parecería que Dios  bendice y ejerce su gracia incesantemente. Ahora bien, abstracción hecha de esta interpretación cristiana, este estado de vergüenza habitual podría seguir dándose en el caso del sabio, totalmente impío, que sostiene la irresponsabilidad absoluta y la falta completa de mérito en toda acción y en toda organización: si se le trata como si hubiera merecido tal o cual cosa, le parece que  ha sido introducido en un orden superior de seres que por lo general merecen algo, que son libres y verdaderamente capaces de soportar la responsabilidad de su voluntad y de su poder. Quien dice a este sabio: «Lo has merecido», parece estar apostrofándole: «Tú no eres un hombre, sino un dios.»


Friedrich Nietzsche. El caminante y su sombra (1880).

lunes, 28 de octubre de 2013

Lu Xun: las maniobras de los caníbales

Corneliu Baba. El rey loco (1987).
Conozco sus maniobras: no quieren ni se atreven a matarme directamente por temor a las consecuencias; por ello se las arreglan para tenderme lazos y llevarme al suicidio. A juzgar por la actitud de los hombres y mujeres de la calle el otro día, y la de mi hermano estos últimos días, la cosa es poco más o menos segura: quieren que me saque el cinturón, lo amarre a un poste y me cuelgue. Nadie los llamará asesinos y, sin embargo, verán colmados sus deseos secretos; esto los llenará de contento y les provocará una especie de risa plañidera. O bien, me dejarán morir de miedo y tristeza, y aunque este sistema hace enflaquecer, de todos modos mi muerte los dejará satisfechos.
   ¡Sólo comen carne muerta! He leído en algún sitio que existe una fiera de mirada horrible y aspecto espantoso llamada "hiena". Esta bestia come carne muerta y es capaz de triturar los huesos más grandes, que se engulle después de molerlos minuciosamente. ¡De sólo pensar en esto da terror! La hiena está emparentada con el lobo, el lobo es de la familia de los perros. El hecho de que el perro de la familia Chao me haya mirado muchas veces anteayer, demuestra que han conseguido ponerlo de acuerdo con ellos y que forma parte del complot. En vano ese viejo baja su mirada hacia el suelo, yo no me dejo embaucar.
   Lo más lastimoso es mi hermano. El también es un hombre; ¿no tiene miedo tal vez? ¿Por qué se ha unido a los que intentan devorarme? ¿Acaso porque esto se ha hecho siempre, encuentra que no hay ningún mal en ello? ¿O pone oídos sordos a su conciencia y hace deliberadamente algo que sabe que es malo?
   Será el primero de los comedores de hombres a quienes maldeciré; será también el primero de los hombres a quienes trataré de curar del canibalismo.


Lu Xun. El diario de un loco (1918).

sábado, 26 de octubre de 2013

Nietzsche: una promesa

Rembrandt. Erudito en su estudio (1634).
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Promesa solemne.—Prometo no leer más a autores que dejen entrever su intención de escribir un libro; en lo sucesivo leeré solo a aquellos cuyas ideas forman impensadamente un libro.


Friedrich Nietzsche. El caminante y su sombra (1880).

lunes, 21 de octubre de 2013

Manganelli: el único escritor necesario

Ernst Meissonier. El filósofo (1878).
Un escritor escribe un libro acerca de un escritor que escribe dos libros, acerca de dos escritores, uno de los cuales escribe porque ama la verdad y otro porque le es indiferente. Acerca de ambos escritores se escriben en conjunto, veintidós libros, en los cuales se habla de veintidós escritores, algunos de los cuales mienten pero no saben mentir, otros mienten a sabiendas, otros buscan la verdad sabiendo que no podrán encontrarla, otros creen haberla encontrado, otros creían haberla encontrado, pero comienzan a dudar de ello. Los veintidós escritores producen, en conjunto, trescientos cuarenta y cuatro libros, en los cuales se habla de quinientos nueve escritores, ya que en más de un libro un escritor se casa con una escritora, y tienen entre tres y seis hijos, todos ellos escritores, menos uno que trabaja en un banco y lo matan en un atraco y luego se descubre que estaba escribiendo en casa una bellísima novela acerca de un escritor que va al banco y lo matan en un atraco; el atracador, en realidad, es hijo del escritor protagonista de otra novela, y ha cambiado de novela por la simple razón de que le resultaba intolerable seguir viviendo junto a su padre, autor de novelas sobre la decadencia de la burguesía, y en especial de una saga familiar, en la que aparece también un joven descendiente de un novelista autor de una saga sobre la decadencia de la burguesía, el cual huye de su casa y se hace atracador, y en un atraco a un banco mata a un empleado de banca, que en realidad era un escritor, y no sólo esto, sino también un hermano suyo que se había equivocado de novela, mediante recomendaciones intentaba conseguir cambiar la novela. Los quinientos nueve escritores escriben ocho mil dos novelas, en las cuales aparecen doce mil escritores, en números redondos, los cuales escriben ochenta y seis mil volúmenes en los cuales aparece un único escritor, un balbuciente y deprimido maniático, que escribe un único libro en torno a un escritor que escribe un libro sobre un escritor, pero decide no terminarlo y le da una cita, y le mata, determinando una reacción por la que mueren los doce mil, los quinientos nueve, los veintidós, los dos, y el único autor inicial, que de este modo ha alcanzado el objetivo de descubrir, gracias a sus intermediarios, al único escritor necesario, cuyo final es el final de todos los escritores, incluido él mismo, el escritor autor de todos los escritores.


Giorgio Manganelli. Centuria. Cien breves novelas-río (1979).                                                                  

domingo, 20 de octubre de 2013

Nietzsche: camino de la igualdad

Luc Tuymans. La caminata (1993).
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   Camino de la igualdad.—Una hora escalando un monte convierte a un ruin y a un santo en dos criaturas muy similares. El cansancio es el camino más corto hacia la igualdad y la fraternidad, y durante el sueño termina añadiéndose a ambas la libertad.


Friedrich Nietzsche. El caminante y su sombra (1880).

viernes, 18 de octubre de 2013

Nietzsche: el extrañamiento de la noche

Gerrit Dou. El astrónomo (1650-1655).
   Por la noche.—Desde que anochece, se transforma la visión que tenemos de los objetos familiares. Por un lado, parece que el viento atraviesa caminos prohibidos murmurando como si buscase algo y se enfadase al no encontrarlo. Por otro lado, el resplandor de las lámparas, con sus confusos rayos rojizos, su tenue claridad, lucha pesadamente con la noche, esclava impaciente del hombre que vela. La respiración del que duerme, su ritmo inquietante, sobre el que una inquietud siempre renaciente parece entonar una melodía. Nosotros no la oímos, pero cuando se eleva el pecho del que duerme, sentimos el corazón oprimido, y cuando la respiración disminuye, casi expirando en su silencio de muerte, pensamos: «¡Descansa un poco, pobre espíritu atormentado!» Deseamos a todo viviente, por el hecho de vivir en esa opresión, un descanso eterno; la noche invita a la muerte. Si los hombres prescindieran del sol y libraran el combate contra la noche a la luz de la luna o a la de una lámpara de aceite, ¡qué filosofía les envolvería con su manto! Bastante sabemos ya de lo sombría que ha vuelto la vida esa mezcla de tinieblas y de falta de sol que es la actividad intelectual y moral del hombre.


Friedrich Nietzsche. El caminante y su sombra (1880).

martes, 1 de octubre de 2013

Chéjov: un diccionario de bolsillo

Pierre-Auguste Renoir. Retrato de Edmond Maitre. El lector (1871).
   En la ciudad, a pesar de lo radical de sus juicios y de su nerviosismo, se le quería y, en su ausencia, se le llamaba cariñosamente Vania. Su delicadeza innata, su cortesía, su honestidad y pureza moral, su chaqueta gastada, el aspecto enfermizo y las desgracias familiares provocaban una actitud afable, cálida y triste hacia su persona. Por lo demás era un hombre instruido, había leído y, en opinión de los ciudadanos, lo sabía todo: era, en la ciudad, algo parecido a un diccionario de bolsillo.
   Leía mucho. A veces se pasaba días enteros sentado en el club y, tironeándose nerviosamente la barba, hojeaba revistas y libros, y en sus ojos se veía que más que leer devoraba lo que tenía delante, casi sin poderlo masticar. Al parecer la lectura era una de sus costumbres enfermizas, ya que se lanzaba con igual codicia sobre todo lo que le caía en las manos, hasta los periódicos y almanaques del año anterior. En su casa siempre leía acostado.
                                                                          
Antón Chéjov. El pabellón número 6 (1892).