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Pablo Picasso. Retrato de Josep Cardona (1899). |
Con frecuencia, me he preguntado por qué me gusta
escribir (a mano, se entiende), a tal punto que, en muchas ocasiones, el placer
de tener frente a mí (cual banco de carpintero) una bella hoja de papel y una
buena pluma compensa, a mis ojos, el esfuerzo a menudo ingrato del trabajo
intelectual: mientras reflexiono en lo que he de escribir (eso es lo que ahora
ocurre), siento cómo mi mano actúa, gira, liga, se zambulle, se levanta y,
muchas veces, por el juego de las correcciones, tacha o hace estallar la línea,
y ensancha el espacio hasta el margen, construyendo así, a partir de trazos
menudos y aparentemente funcionales (las letras), un espacio que es
sencillamente el del arte: soy artista, no porque figuro con un objeto, sino,
más fundadamente, porque, en la escritura, mi cuerpo goza al trazar, al hender
rítmicamente una superficie virgen (siendo lo virgen lo infinitamente posible).
Roland Barthes. Escribir (1976).
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