Eyvind Earle. Mauve, Red and Purple (1987). |
En el siglo XXII
la Humanidad los había descubierto, averiguando que la leyenda de los vampiros
que vivían en secreto entre los seres humanos no era una leyenda sino una
realidad. Hubo una matanza en la que perecieron todos los vampiros pero
aquellos dos, que ya habían estado trabajando en una máquina del tiempo y que
consiguieron terminarla a punto, pudieron huir con ella. Hacia el futuro, a un
futuro tan lejano que el término vampiro hubiese caído en el olvido, con el
resultado que ellos podrían pasar de nuevo inadvertidos... y con su simiente hacer
surgir una nueva raza.
—Tengo hambre,
Vron. Un hambre terrible.
—Yo también, mi
querida Dreena. Pronto volveremos a parar.
Ya se habían
detenido cuatro veces y en cada una de ellas salvaron la vida por los pelos.
Los seres que vivían en el planeta no les habían olvidado. La última parada, medio
billón de años atrás, les había mostrado un mundo gobernado por los perros...
un mundo de perros, al pie de la letra: los seres humanos se habían extinguido
y los perros se habían civilizado, ocupando el lugar del hombre. Sin embargo,
les reconocieron y supieron lo que eran. Pudieron alimentarse sólo una vez con
la sangre de una tierna perrita, pero los canes los persiguieron hasta su máquina
del tiempo y tuvieron que emprender nuevamente la huida.
—Te agradezco
que hayas parado —dijo Dreena, suspirando.
—No tienes por
qué agradecérmelo —observó Vron, ceñudo—. Hemos llegado al fin del trayecto. Se
nos ha terminado el combustible y aquí no encontraremos... a la sazón todos los
compuestos radiactivos deben de haberse convertido ya en plomo. Viviremos
aquí... o moriremos.
Salieron a
explorar.
—Mira —dijo
Dreena con voz excitada, señalando a algo que caminaba hacia ellos—. ¡Una nueva
criatura! Los perros han desaparecido y algo los sustituye. Estoy segura de que
ya nos han olvidado.
El ser que se
aproximaba era telépata.
—He escuchado
vuestros pensamientos —dijo una voz dentro de sus cerebros—. Os preguntáis si
nosotros conocemos a los vampiros, sean estos lo que sean. Pues, no, no los
conocemos.
—¡Es la
libertad! —murmuró ávidamente Dreena—. ¡Y comida!
—También os
preguntáis —continuó la voz— acerca de mi origen y evolución. Actualmente, toda
la vida en el planeta es vegetal. Yo... —les hizo una reverencia— yo, miembro
de la raza dominante, soy lo que antaño vosotros llamabais un nabo.
Fredric Brown. Sangre (1955).
Sí que tenían mala suerte, un final digno para un viaje tan largo. Me hace reflexionar en cuántas veces perdemos en tiempo en algo que de plano no tiene solución. Jajaja.
ResponderEliminarEl relato es pesimista pero a la vez divertido, por lo menos así me pareció el final. Quizá ambos vampiros terminaron atentando contra el nabo en un intento por desfogar su frustración.
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