viernes, 31 de julio de 2015

Dostoyevski: el futuro de Aliosha

Mijaíl Nésterov. Los trabajos de san Sergio (1896)
He aquí lo que de ti pienso: saldrás fuera de estas paredes y vivirás en el mundo como un monje. Tendrás muchos adversarios, pero incluso tus enemigos te amarán. Sufrirás muchas desgracias, pero con ellas, precisamente, serás feliz y bendecirás la vida, y harás que otros la bendigan, que es lo más importante. Así eres tú.

Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro sexto (1880).

Dostoyevski: el argumento de un bebedor

Peder Severin Kroyer. Interior of a Tavern (1886).
Al día siguiente bebí, pecador que soy, de pena, y casi no recuerdo nada. La mamita también se puso a llorar (yo la quiero mucho), y, de pena, me bebí el dinero que me quedaba. No me desprecie, señor: en Rusia, la gente que se emborracha es la que tiene mejores sentimientos. La gente más buena, en nuestro país, es la que más se emborracha.


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro cuarto (1880).

jueves, 30 de julio de 2015

Camus: el castigo más terrible

Franz von Stuck. Sísifo (1920).
Los dioses condenaron a Sísifo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.


Albert Camus. El mito de Sísifo (1942).

Camus: los valores eternos

Jacob Jordaens. The Father of the Psyche consultants of Oracle in the Temple of Apollo (1652).
He visto a personas inteligentes maravillarse de las obras maestras de los pintores holandeses nacidos en medio de las sangrientas guerras de Flandes, conmoverse con las oraciones de los místicos silesios en el seno de la espantosa guerra de los Treinta Años. Los valores eternos sobrenadan, ante sus ojos asombrados, por encima de los tumultos seculares.


Albert Camus. El mito de Sísifo (1942).

Dostoyevski: un sueño compartido

Giovanni Domenico Tiepolo. The Declaration of Love (1757).
    —Yo he tenido también a veces el mismo sueño —soltó Aliosha de repente.
   —¿Es posible? —gritó Lisa, sorprendida—. Escuche, Aliosha, no se ría, esto es terriblemente importante: ¿acaso es posible que dos personas distintas tengan el mismo sueño?
   —Cierto, es posible.
   —Aliosha, le digo que esto es muy importante —prosiguió Lisa con una sorpresa ya excesiva—. No es el sueño en sí lo importante, sino que usted haya tenido el mismo sueño que yo. Usted no miente nunca, no me mientatampoco ahora: ¿es verdad lo que me dice? ¿No se ríe usted?
   —Es verdad.
   Lisa se quedó terriblemente estupefacta y enmudeció durante medio minuto.
   —Aliosha, venga a verme, venga a verme con más frecuencia —dijo de súbito con voz suplicante.
   —Vendré a verla siempre, toda la vida —respondió con firmeza Aliosha.

Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro undécimo (1880).

miércoles, 29 de julio de 2015

Dostoyevski: la afirmación de una existencia

Albert Bierstadt. Sunset over the River.
«Soy; sufriendo miles de tormentos, soy; retorciéndome en la tortura, ¡pero soy! Estaré atado a la picota, pero existiré, veré el sol y, si no lo veo, sabré que existe».


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro undécimo (1880).

Dostoyevski: insensatas palabras de amor

Konstantín Sómov. Amantes (1920).
   —¡El amor ha pasado, Mitia! —siguió diciendo Katia—. Pero estimo el pasado hasta con dolor. Has de saberlo para toda la vida. Pero ahora, por un breve minuto, que sea lo que hubiera podido ser —balbuceó ella con una sonrisa crispada, mirándole otra vez con alegría a los ojos—. Tú ahora quieres a otra, yo también quiero a otro, pero de todos modos a ti te amaré eternamente y tú también a mí, ¿lo sabías? ¿Lo oyes? ¡Ámame, ámame toda tu vida! —exclamó casi con cierto temblor amenazante en la voz.
   —Te amaré y… sabes, Katia —se puso a decir Mitia, tomando aliento a cada palabra—, sabes, te quería a ti hace cinco días, aquella tarde… Cuando te caíste y se te llevaron… ¡Toda la vida! Será así, así será eternamente…
   De este modo se susurraban uno al otro palabras casi insensatas y exaltadas, quizá incluso mentirosas, pero en aquel instante todo era verdad y creían con toda el alma lo que decían.


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, epílogo (1880).

jueves, 16 de julio de 2015

Dostoyevski: un juramento fundamental

Nikolái Roerich. La estrella del héroe (1936).
   No se detuvo en el pequeño porche, sino que bajó rápidamente los peldaños. El alma, desbordante de entusiasmo, sedienta, anhelaba libertad, espacio, anchos horizontes. Sobre su cabeza se extendía, dilatada y sin fin, la bóveda celeste llena de estrellas de suaves reflejos. Desde el cenit hasta el horizonte parecía doblarse, difusa aún, la Vía Láctea. La noche, fresca y sosegada hasta la inmovilidad, había envuelto la tierra. Las torres blancas y las cúpulas doradas de la iglesia mayor brillaban sobre el cielo sembrado de rubíes. Las opulentas flores otoñales se habían dormido hasta la mañana en los arriates cercanos a la casa. La paz de la tierra parecía fundirse con la del cielo, el misterio terrenal se tocaba con el de las estrellas… Aliosha estaba de pie, mirando, y de repente se dejó caer sobre la tierra como fulminado.
   No sabía por qué la abrazaba, no se daba cuenta de la razón por la cual experimentaba un deseo tan irresistible de besarla, de cubrirla de besos, pero la besaba llorando, regándola con sus lágrimas, y juró frenéticamente amarla, quererla por los siglos de los siglos. «Rocía la tierra con lágrimas de júbilo y ama esas lágrimas tuyas…», le resonó en el alma. ¿Por qué lloraba? Oh, él lloraba en su arranque de entusiasmo incluso por aquellas estrellas que le estaban mirando desde las profundidades del infinito, y «no se avergonzaba de su frenesí». Era como si unos hilos de todos esos infinitos mundos de Dios convergieran de golpe en su alma, y toda ella se le estremecía «al entrar en contacto con los otros mundos». Sentía deseos de perdonar a todos por todo y de pedir perdón, ¡oh!, no para sí, no, sino para todos y por todo; «para mí también otros piden», volvió a resonarle en el alma. Pero a cada instante notaba de manera nítida y como si lo palpara que algo firme e inconmovible como aquella bóveda celeste le iba penetrando en el alma. Una especie de idea se adueñaba de su mente y ello ya para toda la vida, por los siglos de los siglos. Se había dejado caer al suelo siendo un débil joven y se levantó hecho un combatiente; de ello tuvo conciencia y lo sintió de pronto en el momento de su éxtasis. Y nunca, jamás, en toda su vida, pudo olvidar Aliosha aquel momento. «Alguien me hizo una visita al alma en aquella hora», decía luego con una firmísima creencia en sus palabras…
   Tres días más tarde dejó el monasterio, lo cual estaba también conforme con las palabras de su difunto stárets, que le había mandado «vivir en el mundo».


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro séptimo (1880).

martes, 7 de julio de 2015

Dostoyevski: la aparición del hombre-dios

Léon Bonnat. Autorretrato (1855).
A mi modo de ver, no hay que destruir nada, lo único que hace falta es acabar en la humanidad con la idea de Dios, ¡es por ahí por donde hay que poner manos a la obra! Es por ahí, por ahí, por donde hace falta empezar, ¡oh, ciegos, que nada comprenden! Cuando la humanidad rechace a Dios (yo creo que este período llegará de modo paralelo a como llegan los períodos geológicos), sin necesidad de antropofagia se derrumbará por sí misma toda la antigua ideología y, sobre todo, toda la antigua moral, todo se renovará. Los seres humanos se unirán para exprimir de la vida cuando esta pueda dar, pero solo para alcanzar la felicidad y la alegría en este mundo. El hombre se encumbrará con un espíritu divino, con un orgullo titánico, y aparecerá el hombre-dios. Venciendo a cada hora y ya sin límites a la naturaleza, el hombre, gracias a su voluntad y a la ciencia, experimentará a cada hora un placer tan excelso, que le sustituirá todas las anteriores esperanzas en los placeres celestes. Cada uno sabrá que es mortal en cuerpo y alma, sin resurrección, y aceptará la muerte orgullosa y tranquilamente, como un dios. Comprenderá por orgullo que no tiene por qué murmurar que la vida es solo un instante y amará a su prójimo sin necesidad de recompensa alguna. El amor satisfará solo el instante de la vida, pero la simple conciencia de su brevedad hará más poderoso su fuego, en tanta medida cuanto anteriormente se dispersaba en las esperanzas del amor de ultratumba y sin fin.


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro undécimo (1880).