Vsevolod Maksymovych. Kiss (1913). |
Pasaron allí horas, horas de alientos entremezclados, de
latidos comunes, horas durante las que K. no cesó de experimentar la impresión
de que se perdía, de que se había hundido tan lejos que ningún ser antes que él
había andado por allí; en el extranjero, en un país donde incluso el aire no
tenía los mismos elementos que el aire natal, donde debía reventar de destierro
y donde no podría hacer nada más, en medio de insanas seducciones, que seguir
andando, que seguir perdiéndose.
Franz Kafka. El castillo, cap. III (1926).
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