miércoles, 30 de mayo de 2012

Borges: alterar el pasado


Remedios Varo. Despedida.


   En la Suma Teológica se niega que Dios pueda hacer que lo pasado no haya sido, pero nada se dice de la intrincada concatenación de causas y efectos, que es tan vasta y tan íntima que acaso no cabría anular un solo hecho remoto, por insignificante que fuera, sin invalidar el presente. Modificar el pasado no es modificar un solo hecho; es anular sus consecuencias, que tienden a ser infinitas. Dicho sea con otras palabras; es crear dos historias universales.

Jorge Luis Borges. La otra muerte (1949).


martes, 22 de mayo de 2012

Sabato y la proximidad de la muerte



   Hay días en que me invade la tristeza de morir y, como si pudiera ser la muerte la engañada, me atrinchero en mi estudio y me pongo a pintar con frenesí, confiado en que ella no me arrebatará la vida mientras haya una obra sin terminar entre mis manos. Como si la muerte pudiese entender mis razones, y yo hacer de Penélope para detenerla.
   Cuando la gente me para por las calles para darme un beso, para abrazarme, o cuando voy a algún acto, como en la Feria del Libro, donde una multitud durante horas me está esperando y me colma con su afecto, una invencible sensación de despedida me nubla el alma.

Ernesto Sábato. La resistencia (2000).

domingo, 20 de mayo de 2012

Kafka: de rodillas ante la cama del abogado


Block suplicando ante el abogado Huld. El proceso (1962). Película.

<<¿Deseáis que me vaya?>>, preguntó Block. <<Ahora ya estás aquí>>, dijo el abogado. <<¡Quédate!>> Se habría podido creer que el abogado no había cumplido el deseo de Block, sino que le había amenazado, por ejemplo, con apalearle, porque Block se puso a temblar visiblemente. <<Ayer>>, dijo el abogado, <<estuve con el tercer juez, buen amigo mío, y poco a poco fui llevando la conversación a tu asunto. ¿Quieres saber lo que me dijo?>>. <<Oh, sí, por favor>>, dijo Block. Al ver que el abogado no  respondía inmediatamente, Block repitió la súplica y se inclinó como si fuese a caer de rodillas. Entonces K. le increpó: <<¿Qué haces?>>. Como Leni quiso impedirle esta exclamación, él le cogió también la otra mano. No le retenía las manos con la presión del amor; ella suspiraba a menudo e intentaba soltarse. Pero Block fue castigado por la expresión de K., porque el abogado le preguntó. <<Vamos a ver, ¿quién es tu abogado?>> <<Sois vos>>, dijo Block. <<¿Y quién más, aparte de mí?>>, preguntó el abogado. <<Nadie más>>, dijo Block. <<Pues entonces no obedezcas nunca a nadie más>>, dijo el abogado. Block se dio perfecta cuenta de lo que aquello significaba y observó a K., midiéndolo de arriba abajo con miradas malignas, a la vez que meneaba violentamente la cabeza contra él.

Franz Kafka. El proceso (1925).

sábado, 19 de mayo de 2012

Cortázar y la tejedora


William-Adolphe Bouguereau. La tejedora.

   Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana, Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver las madejas.

Julio Cortázar. Casa tomada (1951). 

martes, 15 de mayo de 2012

Borges: a la espera del redentor


George Frederick Watts. El minotauro.

   Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

   El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
   –¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo–. El minotauro apenas se defendió.

Jorge Luis Borges. La casa de Asterión (1949).

martes, 8 de mayo de 2012

Sartre: las estrellas de mar deben amar más que nosotros


Carolina Cañas. Mujer mirando el mar.

Me ama, no quiere a mis intestinos: si le mostrara mi apéndice en un frasco no lo reconocería; está todo el tiempo manoseándome, pero si se le pusiera el frasco entre las manos no sentiría nada en su interior, no pensaría: “es de ella”;  se debería poder amar todo en una persona, el esófago, el hígado y los intestinos. Quizá no se les quiera por falta de costumbre; si se les viera como se ven nuestras manos y nuestros brazos, quizá se les amaría. Entonces las estrellas de mar deben amar más que nosotros: cuando hay sol se extienden sobre la playa y sacan el estómago para hacerle tomar aire y todo el mundo puede verlo; me pregunto por dónde haríamos salir el nuestro, por el ombligo.

Jean-Paul Sartre. Intimidad (1939).