miércoles, 7 de octubre de 2015

Dostoyevski: un buen recuerdo

Mijaíl Nésterov. La visión del joven Bartolomé (1890).
Sepan, pues, que nada hay más alto ni más fuerte ni más sano ni más útil en nuestra vida que un buen recuerdo, sobre todo si lo tenemos de la infancia, del hogar paterno. A ustedes se les habla mucho de su educación; pues bien, un recuerdo de esta naturaleza, magnífico, sacrosanto, conservado desde la infancia, quizá sea la mejor educación. El que ha acumulado recuerdos de esta naturaleza, es hombre salvado para toda la vida. E incluso si no quedara más que un solo recuerdo bueno en nuestro corazón, puede que algún día ese recuerdo nos salve. Es posible que más tarde nos volvamos malos, que ni siquiera tengamos fuerzas para resistir la tentación de cometer un actor vil, que nos riamos de las lágrimas humanas y que de las gentes que digan, como ha exclamado hace unos momentos Kolia: «Quiero sufrir por todas las personas», de estas gentes nos burlaremos sin piedad. Pero, por malos que nos volvamos, y Dios no lo quiera, cuando recordemos cómo hemos enterrado a Iliusha, cómo le hemos querido estos últimos días y cómo hemos hablado ahora frente a esta piedra, tan unidos y juntos, ¡ni el más cruel de nosotros y más mordaz, si es que nos volvemos así, se atreverá en el fondo de su alma a burlarse de haber sido tan bueno y sensible en este momento de ahora! Es más, quizá precisamente este recuerdo le retenga y le prive de cometer  una acción nefasta, le haga recapacitar y decirse: «Sí, entonces yo era bueno, valiente y honrado».


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, epílogo (1880).

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