lunes, 5 de octubre de 2015

Dostoyevski: la pena de muerte

Anton van Dyck. Profile study of a bearded old man.
   —Sí, claro; las instituciones judiciales... ¿Y qué? ¿Es mejor la justicia extranjera que la nuestra?
   —No lo sé. He oído decir muchas veces que la nuestra es buena. Entre nosotros, por ejemplo, la pena de muerte no existe.
   —¿Y en el extranjero sí?
   —Sí. Yo he visto una ejecución en Lyón, en Francia. El doctor Schneider me llevó a presenciarla.
   —¿Cómo hacen? ¿Ahorcan a los delincuentes?
   —No. En Francia les cortan la cabeza.
   —¿Y gritan?
   —¿Cómo van a gritar? Es cosa de un instante. Se coloca al hombre sobre una plancha y en seguida cae la cuchilla, movida por una potente máquina llamada guillotina. La cabeza queda cortada antes de tener tiempo de parpadear. Los preparativos son horrorosos. Sí; lo más terrible es cuando leen la sentencia al condenado, cuando le visten, cuando le maniatan, cuando le conducen al cadalso... Acude una multitud a verlo, incluso mujeres, aunque allí se opina que las mujeres no deben ver una ejecución.
   —¡Como que no es cosa para ellas!
   —Desde luego que no... Recuerdo que el criminal era un hombre inteligente, maduro, fuerte y resuelto, llamado Legros. Pero le aseguro a usted, aunque no me crea, que cuando subió al cadalso iba llorando y blanco como el papel. ¿No le parece increíble y tremendo? ¿Cómo cabe que haya quien llore de miedo? Yo no creía que el terror pudiese arrancar lágrimas a un adulto, a un hombre de cuarenta y cinco años que no había llorado jamás. ¿Qué pasa, pues, en el alma en este momento? ¿Qué terrores la dominan?


Fiódor Dostoyevski. El idiota (1869).

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