sábado, 31 de octubre de 2015

Chéjov: el destino del hombre

Gustave Caillebotte. Rising Road (1881).
Escúcheme. A lo largo de mi existencia he sufrido mucho; tanto que, al recordarlo, me da vértigo, y solo ahora he comprendido, con el cerebro y con el alma dolorida, que el destino del hombre no es nada o es amar al prójimo hasta la abnegación y el autosacrificio. ¡Ese es el sendero que hemos de seguir, ese es nuestro destino! Y esa es mi religión.


Antón Chéjov. Relato de un desconocido (1893).

Chéjov: ¿por qué nos hemos agotado?

Franciabigio. Retrato de un hombre joven (1522).
Pero he aquí una pregunta: ¿por qué nos hemos agotado? ¿A qué se debe que, siendo al principio tan apasionados, tan audaces, tan nobles y tan idealistas, nos convirtamos en verdaderos pingajos a los treinta o treinta y cinco años? ¿Qué razón hay para que uno se consuma tísico, otro se descerraje un tiro, el tercero busque olvido en el vodka o en las cartas, y el cuarto, para reprimir su miedo y su pesar, pisotee cínicamente el retrato de su hermosa y pura juventud? ¿Por qué, al caer una vez, no tratamos de levantarnos y, al perder una cosa, no procuramos buscar otra? ¿Por qué?


Antón Chéjov. Relato de un desconocido (1893).

Chéjov: un error

Philip Wilson Steer. The Bridge.
   —No hacemos más que dar vueltas al asunto sin ir al fondo del mismo. Lo esencial consiste en que se ha equivocado usted y no quiere reconocerlo en voz alta. Me creyó un héroe dotado de ideales sublimes, y la realidad le ha mostrado a un funcionario de lo más vulgar, aficionado a las cartas y sin apego a ninguna idea. Soy un digno vástago de la sociedad podrida que usted abandonó, indignada contra su vanidad y su bajeza. Reconózcalo así y haga justicia. No se enfade conmigo, sino consigo misma, puesto que fue usted quien se equivocó y no yo.
   —¡Sí, lo reconozco! Me equivoqué...


Antón Chéjov. Relato de un desconocido (1893).

Chéjov: una puesta de sol

Albert Bierstadt. Sundown at Yosemite (1863).
Sentados al borde de un barranco, Nikolái y Olga veían cómo se ponía el sol, cómo el cielo, dorado y purpúreo, se reflejaba en el río, en los ventanales del templo y en todo aquel aire suave, tranquilo e indeciblemente puro que nunca hay en Moscú. Cuando el sol se puso, pasó entre mugidos y balidos el rebaño; de la otra orilla llegaron volando los gansos, y todo quedó en silencio. La tibia luz se fue apagando en el aire y avanzó veloz la oscuridad nocturna.


Antón Chéjov. Campesinos (1897).

martes, 20 de octubre de 2015

Chéjov: un amor desperdiciado

John William Waterhouse. Fair Rosamund (c. 1916).
Yo, con los ojos cerrados, iba pensando: «¡Qué mujer tan admirable! ¡Qué amor el suyo! Hoy día recogen por las casas hasta los objetos inservibles para venderlos con fines benéficos; incluso un cristal roto se considera aprovechable; pero una joya tan apreciada como el amor de una mujer bella, joven, inteligente y honesta se pierde sin pena ni gloria. Un antiguo sociólogo creía posible encauzar hacia el bien hasta la fuerza de una baja pasión. En Rusia, cualquier pasión generosa y bella nace y muere impotente, sin dirección, incomprendida o vilipendiada. ¿Por qué?».

Antón Chéjov. Relato de un desconocido (1893).

martes, 13 de octubre de 2015

Dostoyevski: la armonía suprema

Mijaíl Nésterov. Retrato de Pavel Korin (1925).
Mientras me queda tiempo, procuro proteger mi posición y por esto renuncio por completo a la armonía suprema, que no vale las lágrimas ni de aquella sola niña atormentada que se daba golpes en el pecho con sus manitas, ¡y en su maloliente encierro rogaba al «Dios de los niños» con sus lágrimas imperdonables! Estas lágrimas no han sido expiadas. Han de serlo; de lo contrario, no puede haber armonía. Pero ¿cómo quieres expiarlas? ¿Acaso es posible? ¿Acaso por el castigo futuro? ¿Pero de qué me sirve el castigo, de qué me sirve el infierno para los verdugos, qué puede rectificar el infierno, cuando aquellos han sido ya torturados? Y qué armonía puede haber si existe el infierno: lo que quiero yo es perdonar, abrazar, y no que se sufra más. Y si los sufrimientos de los niños han ido a completar la suma de sufrimientos necesaria para comprar la verdad, yo afirmo de antemano que la verdad entera no vale semejante precio.


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, libro quinto (1880).

miércoles, 7 de octubre de 2015

Dostoyevski: un buen recuerdo

Mijaíl Nésterov. La visión del joven Bartolomé (1890).
Sepan, pues, que nada hay más alto ni más fuerte ni más sano ni más útil en nuestra vida que un buen recuerdo, sobre todo si lo tenemos de la infancia, del hogar paterno. A ustedes se les habla mucho de su educación; pues bien, un recuerdo de esta naturaleza, magnífico, sacrosanto, conservado desde la infancia, quizá sea la mejor educación. El que ha acumulado recuerdos de esta naturaleza, es hombre salvado para toda la vida. E incluso si no quedara más que un solo recuerdo bueno en nuestro corazón, puede que algún día ese recuerdo nos salve. Es posible que más tarde nos volvamos malos, que ni siquiera tengamos fuerzas para resistir la tentación de cometer un actor vil, que nos riamos de las lágrimas humanas y que de las gentes que digan, como ha exclamado hace unos momentos Kolia: «Quiero sufrir por todas las personas», de estas gentes nos burlaremos sin piedad. Pero, por malos que nos volvamos, y Dios no lo quiera, cuando recordemos cómo hemos enterrado a Iliusha, cómo le hemos querido estos últimos días y cómo hemos hablado ahora frente a esta piedra, tan unidos y juntos, ¡ni el más cruel de nosotros y más mordaz, si es que nos volvemos así, se atreverá en el fondo de su alma a burlarse de haber sido tan bueno y sensible en este momento de ahora! Es más, quizá precisamente este recuerdo le retenga y le prive de cometer  una acción nefasta, le haga recapacitar y decirse: «Sí, entonces yo era bueno, valiente y honrado».


Fiódor Dostoyevski. Los hermanos Karamázov, epílogo (1880).

lunes, 5 de octubre de 2015

Dostoyevski: la pena de muerte

Anton van Dyck. Profile study of a bearded old man.
   —Sí, claro; las instituciones judiciales... ¿Y qué? ¿Es mejor la justicia extranjera que la nuestra?
   —No lo sé. He oído decir muchas veces que la nuestra es buena. Entre nosotros, por ejemplo, la pena de muerte no existe.
   —¿Y en el extranjero sí?
   —Sí. Yo he visto una ejecución en Lyón, en Francia. El doctor Schneider me llevó a presenciarla.
   —¿Cómo hacen? ¿Ahorcan a los delincuentes?
   —No. En Francia les cortan la cabeza.
   —¿Y gritan?
   —¿Cómo van a gritar? Es cosa de un instante. Se coloca al hombre sobre una plancha y en seguida cae la cuchilla, movida por una potente máquina llamada guillotina. La cabeza queda cortada antes de tener tiempo de parpadear. Los preparativos son horrorosos. Sí; lo más terrible es cuando leen la sentencia al condenado, cuando le visten, cuando le maniatan, cuando le conducen al cadalso... Acude una multitud a verlo, incluso mujeres, aunque allí se opina que las mujeres no deben ver una ejecución.
   —¡Como que no es cosa para ellas!
   —Desde luego que no... Recuerdo que el criminal era un hombre inteligente, maduro, fuerte y resuelto, llamado Legros. Pero le aseguro a usted, aunque no me crea, que cuando subió al cadalso iba llorando y blanco como el papel. ¿No le parece increíble y tremendo? ¿Cómo cabe que haya quien llore de miedo? Yo no creía que el terror pudiese arrancar lágrimas a un adulto, a un hombre de cuarenta y cinco años que no había llorado jamás. ¿Qué pasa, pues, en el alma en este momento? ¿Qué terrores la dominan?


Fiódor Dostoyevski. El idiota (1869).

viernes, 2 de octubre de 2015

Emil Cioran: sigue tu camino

John Atkinson Grimshaw. The Lady of Shalott (1878).
   Pilota tu nave sobre las olas de la apariencia y no te rebajes a ser un mensajero de los estratos ocultos. La irrealidad es la misma. Estés en la superficie del mar o en las profundidades, no sabrás más en ningún lugar que en aquel donde te halles. Y no te encuentras en ninguna parte porque el ninguna-parte es la vasta inmensidad del en-todas-partes.
   Soñar no resulta más engañoso que los rescoldos del sueño o que la penosa tarea de la vida diaria. Soñamos siempre. Las impalpables visiones de la noche, ¿cómo podrían tener celos de los espectros que propalan las disputas de los mortales? Las casas del mundo rivalizan sobre cuál tiene más alucinaciones.
   De tanto alimentar pasiones en un universo fantasmagórico, el hombre se ha hecho acreedor de su fama.
   Sin embargo, tú sigue tu camino y, como un sol escéptico, ilumínalo con los rayos de tu cólera pensadora.


Emil Cioran. El breviario de los vencidos (1991).