domingo, 2 de agosto de 2015

Lion Feuchtwanger: sobre Jefté y la idea de dios

John Everett Millais. Jefté (1867).
El autor que, en la actualidad, intente exponer con palabras y hechos la simple realidad de los personajes bíblicos, debe estar dispuesto a ser malinterpretado. Entorpecen su camino los prejuicios fanáticos de aquellos que en la Biblia ven la palabra de Dios, un prejuicio que setenta generaciones se han empeñado en consolidar. E incluso cuando encuentre lectores de mentalidad abierta, su tarea seguirá siendo difícil.
   Ahí está ese hombre, Jefté. Su más importante oponente es «dios»; en el destino de Jefté, «dios» interviene de forma decisiva. Pero muchos lectores se muestran suspicaces, y con razón, cuando oyen la palabra «dios». Ninguna palabra y ningún concepto es tan confuso, ha experimentado tantos cambios, está tan rodeado de incienso y de las más variadas especias aromáticas. Así pues, desde el principio, el autor debe dar al lector una imagen inconfundible del dios Yavé. El lector debe ver con toda claridad que se trata del dios de Jefté, del dios de una determinada época histórica y de un determinado hombre. El autor debe dar nueva vida al dios que hace tres mil años respondía a la imagen que de él se habían hecho los hebreos, de su existencia, de su poder y de su grandeza.
   Pero muchos eruditos de los siglos XIX y XX se han ocupado de familiarizarnos con las concepciones prehistóricas de Dios propias del Próximo Oriente. Han demostrado, basándose en mucho hechos, cómo los pueblos y los individuos creaban y transformaban a sus dioses de acuerdo con sus propios conceptos, en constante cambio. Concepciones de Dios que en la Edad de Bronce fueron consideradas supersticiones, en la Edad de Piedra tenían que haber sido fe; la fe de la Edad de Bronce estaba predestinada a convertirse en superstición en la Edad de Hierro. El dios de las tribus hebreas iba convirtiéndose poco a poco de un dios de la guerra y del fuego en un dios de los campos y de la fertilidad, adoptó para los hombres sedentarios un rostro diferente que para los pastores nómadas, y adoptaba siempre nuevos rostros.
   Los investigadores de nuestra época no fueron los primeros que se dieron cuenta. Ya Goethe había dado a la frase de la Biblia «Los Elohim se dijeron: hagamos al hombre a nuestra semejanza» otro sentido: «El hombre dice: hagámonos dioses, imágenes que se parezcan a nosotros». Y un siglo antes que él, con humor sublime, Spinoza había bromeado: «El triángulo, si pudiera hablar, diría: Dios es extraordinariamente triangular».


Lion Feuchtwanger. La hija de Jefté, epílogo del autor (1957). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario