miércoles, 31 de julio de 2013

Camus: lo único que tiene sentido

Leon Spilliaert. Autorretrato (1908).
   Yo, por el contrario, he elegido la justicia para permanecer fiel a la tierra. Sigo creyendo que este mundo no tiene un sentido superior. Pero sé que algo en él tiene sentido y es el hombre, porque es el único ser que exige tener uno. Este mundo tiene al menos la verdad del hombre y es misión nuestra dotarle de razones contra el propio destino. Y no tiene otras razones que el hombre, y a quien hay que salvar es a éste si queremos salvar la idea que nos forjamos de la vida. Me dirá usted, con su sonrisa y su desdén: «¿Qué es salvar al hombre?» Y se lo grito con todo mi ser: no es mutilarlo y sí es posibilitar que se cumpla la justicia, que es el único en concebir.


Albert Camus. Cartas a un amigo alemán (1944).

martes, 30 de julio de 2013

Camus: el hombre solo

Vasili Polénov. Habitación del comandante del destacamento Ruschuksk en Brestovets (1878).
El cielo se cubre. Lo mismo sucede en todos los cuartos de hotel: todas las horas de la noche son difíciles para el hombre solo. Y aquí está ahora mi vieja angustia, aquí, en el fondo del cuerpo, como una herida abierta que se irrita con cualquier movimiento. Conozco su nombre. Es miedo a la soledad eterna, temor de que no haya respuesta ¿Y quién habría de responder en un cuarto de hotel?


Albert Camus. El malentendido (1944).

lunes, 29 de julio de 2013

Blasco Ibáñez: un triste desencuentro

Salvador Dalí. Sad Barber of Good Times Cruelty (1934).
   Por la tarde, después de un almuerzo cuyos platos desfilaron intactos, volvió al jardín en busca de ella. Al reconocerla dando el brazo al oficial ciego, experimentó una sensación de desaliento. Parecía más alta, más delgada, con el rostro afilado, dos oquedades de sombra en las mejillas, los ojos brillantes de fiebre, los párpados contraídos por el cansancio. Adivinó una noche de suplicio, de pensamientos escasos y tenaces, de estupefacción dolorosa igual a la suya en el cuarto del hotel. Sintió de pronto todo el peso del insomnio y la inapetencia, toda la emoción deprimente de las sensaciones crueles experimentadas en las últimas horas. ¡Cuán desgraciados eran los dos!...
   Ella avanzaba con precaución, mirando a un lado y a otro, como el que presiente un peligro. Al descubrirle se apretó contra el ciego, lanzando a su antiguo amante una mirada de súplica, de desesperación, implorando misericordia... ¡Ay, esta mirada!


Vicente Blasco Ibáñez. Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916). 

domingo, 28 de julio de 2013

Stefan Zweig: amor de niña

Paul Cézanne. Muchacha (1873).
   Desde entonces, desde aquella hora, siempre te he amado. Sé muy bien que estás acostumbrado a que las mujeres te lo digan. Pero estoy segura de que ninguna te ha amado tan servilmente, con una fidelidad tan acusada, con tanta devoción, como yo te amé y te amo. Nada puede igualar el amor oculto de una niña. Es sumiso y sin esperanza, paciente y apasionado, algo que el amor de una mujer de verdad, llena de deseos y exigencias, nunca puede igualar. Nadie más que los niños abandonados son capaces de sentir una pasión semejante. Los otros pueden derramar sus sentimientos en la camaradería, disiparse en las charlas confidenciales. Han leído y oído mucho sobre el amor y saben que a todos llega. Se divierten con él como con un juguete, lo ostentan como el muchacho que fuma su primer cigarrillo. Pero yo nunca había tenido un confidente, no me habían enseñado ni aconsejado, carecía de experiencia y era confiada.


Stefan Zweig. Carta de una desconocida (1922).

sábado, 27 de julio de 2013

Borges: una aventura como un sueño

Konstantín Vasíliev. En otra ventana.
   —Seré tuya en la posada de Thorgate. Te pido mientras tanto, que no me toques. Es mejor que así sea.
   Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Texas, clara y esbelta como Ulrica, que me había negado su amor.
   No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el primero y que no sería el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula de Ibsen.
   Tomados de la mano seguimos.
   —Todo esto es como un sueño —dije— y yo nunca sueño.
   —Como aquel rey —replicó Ulrica— que no soñó hasta que un hechicero lo hizo dormir en una pocilga.


Jorge Luis Borges. Ulrica (1975).

viernes, 26 de julio de 2013

Rubén Darío: amaba Blas a Ana, Ana a Blas

Serguei Solomko. Declaración de amor.
La Habana aclamaba a Ana, la dama más agarbada, más afamada. Amaba a Ana Blas, galán asaz cabal, tal amaba Chactas a Atala.
   Ya pasaban largas albas para Ana, para Blas; mas nada alcanzaban. Casar trataban; mas hallaban avaras a las hadas, para dar grata andanza a tal plan.
   La plaza, llamada Armas, daba casa a la dama; Blas la hablaba cada mañana; mas la mamá, llamada Marta Albar, nada alcanzaba. La tal mamá trataba jamás casar a Ana hasta hallar gran galán, casa alta, ancha arca para apañar larga plata, para agarrar adahalas. ¡Bravas agallas! ¿Mas bastaba tal cábala? Nada ¡ca! ¡nada basta a tajar la llamada aflamada!
   Ana alzaba la cama al aclarar; Blas la hallaba ya parada a la bajada. Las gradas callaban las alharacas adaptadas a almas tan abrasadas. Allá, halagadas faz a faz, pactaban hasta la parca amar Blas a Ana, Ana a Blas. ¡Ah ráfagas claras bajadas a las almas arrastradas a amar! Gratas pasan para apalambrarlas más, para clavar la azagaya al alma. ¡Ya nada habrá capaz a arrancarla!

Rubén Darío. Amar hasta fracasar.

jueves, 25 de julio de 2013

Cortázar: una petición

Pierre-Auguste Renoir. La pareja del paseo en barco (1881).
   Antes de irse le pidió que se casara con él en el otoño. Delia no dijo nada, se puso a mirar el suelo como si buscara una hormiga en la sala. Nunca habían hablado de eso, Delia parecía querer habituarse y pensar antes de contestarle. Después lo miró brillantemente, irguiéndose de golpe. Estaba hermosa, le temblaba un poco la boca. Hizo un gesto como para abrir una puertecita en el aire, un ademán casi mágico.
   —Entonces sos mi novio —dijo—. Qué distinto me parecés, qué cambiado.


Julio Cortázar. Circe (1951).

martes, 23 de julio de 2013

Sabato: la aspiración del hombre

Francisco de Zurbarán. San Francisco arrodillado (1639).
Somos imperfectos, nuestro cuerpo es débil, la carne es mortal y corrompible. Pero por eso mismo aspiramos a algo que no tenga esa desgraciada precariedad: a algún género de belleza que sea perfecta, a un conocimiento que valga para siempre y para todos, a principios éticos que sean absolutos. Al levantarse sobre las dos patas traseras, este extraño animal abandona para siempre la felicidad zoológica e inaugura la infelicidad metafísica que resulta de su dualidad: descabellada hambre de eternidad en un cuerpo miserable y mortal.


Ernesto Sabato. El escritor y sus fantasmas (1963).

jueves, 18 de julio de 2013

Monterroso: los problemas de la fe

William Turner. La caída de una avalancha en los Grisones (1810).
Al principio la Fe movía montañas solo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.
   Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente  le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
   La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.
   Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo en el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe.

Augusto Monterroso. La Fe y las montañas (1969).