lunes, 8 de abril de 2013

Fredric Brown: vampiros con mala suerte


Eyvind Earle. Mauve, Red and Purple (1987).
En su máquina del tiempo, Vron y Dreena, los dos últimos sobrevivientes de la raza de los vampiros, huyeron hacia el futuro para escapar de la aniquilación. Se estrechaban fuertemente las manos y se prodigaban mutuas palabras de consuelo, tan grandes eran su terror y su hambre.
   En el siglo XXII la Humanidad los había descubierto, averiguando que la leyenda de los vampiros que vivían en secreto entre los seres humanos no era una leyenda sino una realidad. Hubo una matanza en la que perecieron todos los vampiros pero aquellos dos, que ya habían estado trabajando en una máquina del tiempo y que consiguieron terminarla a punto, pudieron huir con ella. Hacia el futuro, a un futuro tan lejano que el término vampiro hubiese caído en el olvido, con el resultado que ellos podrían pasar de nuevo inadvertidos... y con su simiente hacer surgir una nueva raza.
   —Tengo hambre, Vron. Un hambre terrible.
   —Yo también, mi querida Dreena. Pronto volveremos a parar.
   Ya se habían detenido cuatro veces y en cada una de ellas salvaron la vida por los pelos. Los seres que vivían en el planeta no les habían olvidado. La última parada, medio billón de años atrás, les había mostrado un mundo gobernado por los perros... un mundo de perros, al pie de la letra: los seres humanos se habían extinguido y los perros se habían civilizado, ocupando el lugar del hombre. Sin embargo, les reconocieron y supieron lo que eran. Pudieron alimentarse sólo una vez con la sangre de una tierna perrita, pero los canes los persiguieron hasta su máquina del tiempo y tuvieron que emprender nuevamente la huida.
   —Te agradezco que hayas parado —dijo Dreena, suspirando.
   —No tienes por qué agradecérmelo —observó Vron, ceñudo—. Hemos llegado al fin del trayecto. Se nos ha terminado el combustible y aquí no encontraremos... a la sazón todos los compuestos radiactivos deben de haberse convertido ya en plomo. Viviremos aquí... o moriremos.
   Salieron a explorar.
   —Mira —dijo Dreena con voz excitada, señalando a algo que caminaba hacia ellos—. ¡Una nueva criatura! Los perros han desaparecido y algo los sustituye. Estoy segura de que ya nos han olvidado.
   El ser que se aproximaba era telépata.
   —He escuchado vuestros pensamientos —dijo una voz dentro de sus cerebros—. Os preguntáis si nosotros conocemos a los vampiros, sean estos lo que sean. Pues, no, no los conocemos.
   —¡Es la libertad! —murmuró ávidamente Dreena—. ¡Y comida!
   —También os preguntáis —continuó la voz— acerca de mi origen y evolución. Actualmente, toda la vida en el planeta es vegetal. Yo... —les hizo una reverencia— yo, miembro de la raza dominante, soy lo que antaño vosotros llamabais un nabo.  

Fredric Brown. Sangre (1955).

2 comentarios:

  1. Sí que tenían mala suerte, un final digno para un viaje tan largo. Me hace reflexionar en cuántas veces perdemos en tiempo en algo que de plano no tiene solución. Jajaja.

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    1. El relato es pesimista pero a la vez divertido, por lo menos así me pareció el final. Quizá ambos vampiros terminaron atentando contra el nabo en un intento por desfogar su frustración.

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