jueves, 28 de febrero de 2013

César Vallejo: el incrédulo

Nikolaos Lytras. Retrato de la madre del pintor.

   —¡Nunca! ¡Nunca! Mi madre murió hace tiempo. No puede ser…
   Ella incorporose espantada ante mis palabras y como dudando de si yo era yo. Volvió a estrecharme entre sus brazos, y ambos seguimos llorando llanto que jamás lloró ni llorará ser vivo alguno.
   —Sí —le repetía—. Mi madre murió ya. Mi hermano Ángel también lo sabe.
   Y aquí las manchas de sangre que advirtiera en mi rostro, pasaron por mi mente como signos de otro mundo.
   —¡Pero, hijo de mi corazón! —susurraba casi sin fuerzas ella—. ¿Tú eres mi hijo muerto y al que yo misma vi en su ataúd? Sí. ¡Eres tú, tú mismo! ¡Creo en Dios! ¡Ven a mis brazos! Pero ¿qué?... ¿No ves que soy tu madre? ¡Mírame! ¡Mírame bien! ¡Pálpame, hijo mío! ¿Acaso no crees?
   Contemplela otra vez. Palpé su adorable cabecita encanecida. Y nada. Yo no creía nada.
   —Sí, te veo —le respondí—, te palpo. Pero no creo. No puede suceder tanto imposible.
   ¡Y me reí con todas mis fuerzas!

César Vallejo. Más allá de la vida y la muerte.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Ricardo Palma: Gavilán y la muerte

Baltasar Gavilán. El arquero de la muerte. Escultura de madera (siglo XVIII).

Los padres agustinos sacaban, hasta poco después de 1824, la célebre procesión de Jueves Santo, que concluía, pasada la medianoche, con no poco barullo, alharaca de viejas y escapatoria de muchachas. Más de veinte eran las andas que componían la procesión, y en la primera de ellas iba una perfecta imagen de la Muerte con su guadaña y demás menesteres, obra soberbia del artista Baltasar Gavilán.
(…)
   Para celebrar el buen término de la obra que le encomendaron los agustinos, fuese Baltasar con sus amigos a la casa de bochas, y se tomó una turca soberana. Agarrándose de las paredes pudo, a las diez de la noche, volver a su taller, cogió pedernal, eslabón y pajuela, y encendiendo una vela de sebo se arrojó vestido sobre la cama.
   A media noche despertó. La mortecina luz despedía un extraño reflejo sobre el esqueleto colocado a los pies del lecho. La guadaña de la Parca parecía levantada sobre Baltasar.
   Espantado, y bajo la influencia embrutecedora del alcohol, desconoció la obra de sus manos. Dio horribles gritos, y acudiendo los vecinos, comprendieron, por la incoherencia de sus palabras, la alucinación de que era víctima.
   El gran escultor peruano murió loco el mismo día en que terminó el esqueleto, de cuyo mérito artístico hablan aún con mucho aprecio las personas que, en los primeros años de la Independencia, asistieron a la procesión de Jueves Santo.

Ricardo Palma. La trenza de sus cabellos.

martes, 26 de febrero de 2013

Ricardo Palma: el despenador

Vincent van Gogh. Pescador con sueste, cabeza (1883).

   Antes de continuar digamos lo que en muchos pueblos del Perú se conocía por despenador. Era el de este un oficio como otro cualquiera, y ejercíase con muy buenos emolumentos en esta forma:
   Cuando el curandero del lugar desahuciaba a un enfermo y estaba este aparejado para el viaje, los parientes, deseando evitarle una larga y dolorosa agonía, llamaban al despenador de la comarca. Era el sujeto, por lo general, un indio de feo y siniestro aspecto, que habitaba casi siempre en el monte o en alguna cueva de los cerros. Recibía previamente dos o cuatro pesos, según los teneres del moribundo, sentábase sobre el pecho de este, cogíale la cabeza, e introduciéndole la uña, que traía descomunalmente crecida, en la hoya del pescuezo, lo estrangulaba y libraba de penas en menos de un periquete.

Ricardo Palma. Fray Juan Sinmiedo. 

sábado, 23 de febrero de 2013

Patricia Highsmith: los hijos de un dictador africano

Konstantin Makovski. Africano (1882).

   Los hijos favoritos de Bomo eran dos, de madres diferentes. Uno se llamaba Kuo, y andaba por los dieciocho; el otro, Paulo, de la misma edad, con un par de meses de diferencia más o menos. Ambos deseaban ser sucesores de su padre y vivía en el Pequeño Palacio con sus mujeres, que oscilaban entre tres y cuatro para cada uno. Bomo los hacía enfrentarse mutuamente, instándolos a que compitieran en severidad contra la insurrección y a disparar primero, que era lo que había que hacer para gobernar en Nabuti. Algún día, uno de ellos mataría al otro y entonces Bomo sabría que su país caería en las manos más indicadas, las del hombre más fuerte.

Patricia Highsmith. Nabuti: cálida bienvenida a un Comité (1987).

domingo, 17 de febrero de 2013

Patricia Highsmith: ideas breves para relatos breves

Edouard Manet. Mujer escribiendo (1863).

  La mayoría de los novelistas tienen muchas ideas breves e insignificantes que no pueden ni deben convertirse en libros. Con ellas, no obstante, pueden escribirse relatos cortos buenos y hasta excelentes. Algunos son de índole fantástica e incluyen máquinas del tiempo o fenómenos sobrenaturales. Tal vez un escritor no logre distraerse a sí mismo o distraer al lector a lo largo de doscientas cuarenta páginas con fantasías de este calibre, pero diez páginas seguramente agraden a todo el mundo. Sé de novelistas que descartan ideas para relatos breves, sin molestarse siquiera en anotarlas. Creo que en este aspecto los novelistas de suspenso son menos susceptibles y cuentan con una imaginación más dúctil que los demás novelistas.
   No dejes de anotar todas tus ideas por más insignificantes que parezcan. Es sorprendente constatar cuán a menudo una frase apuntada en una libreta conduce inmediatamente a otra frase. Un argumento puede ir construyéndose a medida que se van tomando notas. Cierra la libreta y piensa en ello durante algunos días y luego, ¡listo! Ya estás preparado para escribir un relato breve.

Patricia Highsmith. Suspense (1966).

sábado, 16 de febrero de 2013

Camus: querer de verdad

Edward Hopper. Room in New York (1940).


JAN
Tonta, tú mejor que nadie sabes cuánto te quiero.

MARÍA
No, los hombres nunca saben cómo se quiere de verdad. Nada los satisface. Lo único que saben es soñar, imaginar nuevos deberes, buscar nuevos países y nuevas moradas. En cambio, nosotras sabemos que hay que apresurarse a querer, a compartir el mismo lecho, a darse la mano, a temer la ausencia. Cuando se quiere, no se sueña con nada.

Albert Camus. El malentendido (1944).

viernes, 15 de febrero de 2013

Sabato: la novelística y el Mal

William Blake. El cuerpo de Abel encontrado por Adán y Eva (1825).

   La tarea central de la novelística de hoy es la indagación del hombre, lo que equivale a decir que es la indagación del Mal. El hombre real existe desde la caída. No existe sin el Demonio: Dios no basta.

Ernesto Sabato. El escritor y sus fantasmas (1963). 

sábado, 9 de febrero de 2013

Epicuro: el placer como ausencia del dolor

Rembrandt. La meditación del filósofo (1632).
   Entonces, cuando afirmamos que el placer es el fin, no nos referimos a los placeres de los disolutos ni a los que se dan en las juergas, como algunos por ignorancia creen o porque no están de acuerdo o interpretan mal, sino a la ausencia del dolor en el cuerpo y de turbación en el alma. Pues ni banquetes ni francachelas continuas, ni juergas con muchachos y mujeres, ni el pescado y todo cuanto puede ofrecer una suntuosa mesa, es lo que hace dulce la vida, sino el cálculo juicioso que investiga los motivos de cada elección o rechazo y elimina las opiniones por las cuales una fuerte agitación se apodera de las almas.

Epicuro. Carta a Meneceo (Siglo III a. C.).

viernes, 8 de febrero de 2013

Mary Shelley: la amistad

Edgar Degas. Seis amigos del artista (1885).

Le hablé del ansia de hallar un amigo, de mi anhelo de concertar una más íntima relación de simpatía con un espíritu fraterno; y expresé mi convicción de que un hombre no podía vanagloriarse de haber conocido la verdadera felicidad si no había gozado de esta bendición.
   “Coincido con usted”, replicó el forastero. “Somos criaturas toscas e incompletas si alguien más sensato, mejor, más valioso que nosotros mismos –como debe serlo un amigo– no nos presta ayuda para perfeccionar nuestra naturaleza débil y defectuosa. Antaño tuve un amigo, la más noble de las criaturas humanas, y por lo tanto tengo derecho a emitir opinión sobre la amistad. Usted tiene esperanza y el mundo se abre a sus esfuerzos, de modo que no hay motivo para desesperarse. Pero yo... yo lo he perdido todo, y no puedo empezar de nuevo a vivir”.

Mary Shelley. Frankenstein (1818).