domingo, 25 de noviembre de 2012

J. R. Ribeyro: las respuestas de una mujer

Arnold Böcklin. Luna de miel (1890).

   Al encontrarse a solas conmigo, Leticia colgó la guitarra  y salió a la enramada, su carabina en la mano.
   —¿Adónde vas? —le pregunté.
   —¡Qué te importa!
   Cerca de la casa había un centenar de eucaliptos que formaban un reducto espeso.
   —No me sigas —dijo Leticia, volviéndose hacia mí.
   A pesar de ello la alcancé.
   —Quiero decirte una cosa —comencé.
   —Tú siempre dices cosas aburridas o estúpidas.
   —He venido expresamente de la mina para hacer las paces contigo.
   —¿Y por qué las paces? Nosotros no estamos peleados.
   —A veces me parece que sí… A veces me parece que me odiaras.
   Leticia se echó a reír con tanta desenvoltura que me desarmó.
   —¡Qué iluso eres! Yo no tengo tiempo de odiar a nadie. ¡Y no me vuelvas a hablar! Si quieres que te permita estar a mi lado, cierra la boca —y se internó en el bosquecillo.

Julio Ramón Ribeyro. Crónica de San Gabriel (1960).

4 comentarios:

  1. ¿De dónde ha sacado ese señor que nosotras hablamos así? Ja, ja, lejos de toda ironía, es verdad, ¿quién nos entiende? si ni aún nosotras mismas somos capaces de hacerlo. ¡Estamos tan llenas de contradicciones!.

    Un beso.

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    1. Esta mujer sí que tenía actitudes contradictorias. Llegó a tener a sus pies al protagonista hasta que éste fue lo suficientemente diáfano como para alejarse de ella.

      Saludos.

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  2. No odiaba a nadie, acaso, sólo al ruido:)

    Saludos

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    1. Al ruido de los hombres que le interesaban, seguramente.

      Saludos.

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