domingo, 30 de septiembre de 2012

Patricia Highsmith: la influencia de un libro

Patricia Highsmith en Nueva York (1941).
Solo en estos últimos años me he dado cuenta de que en mi escritura ha tenido una importante influencia un libro llamado The Human Mind (La mente humana), de Karl Menninger, que mis padres compraron casualmente cuando yo tenía ocho o nueve años. Ese libro trata de aberraciones y enfermedades mentales y presenta resúmenes de casos en los que se ofrece en negrita el historial o los síntomas de un paciente —cleptomanía, piromanía, pederastia, esquizofrenia paranoide, por ejemplo— y debajo, en tipografía normal, los comentarios del psiquiatra acerca de si esa persona se curó o no, o sobre si había o no alguna esperanza para aquel caso. De niña me fascinó aquel grueso tomo, aunque no me di cuenta del efecto causado en mí hasta que pasaron algunos años. Pero el hecho de que empezara a escribir historias breves de carácter retorcido o psicópata cuando tenía quince o dieciséis años habla de la influencia que tuvo ese libro, que para mí era como una colección de cuentos de hadas; cuentos reales en cualquier caso.

Patricia Highsmith. Prólogo del libro Escalofríos (1989).

sábado, 29 de septiembre de 2012

Borges: todo hombre es dos hombres

Franklin Carmichael. El lago espejo (1929).

   En los libros herméticos está escrito que lo que hay abajo es igual a lo que hay arriba, y lo que hay arriba, igual a lo que hay abajo; en el Zohar, que el mundo inferior es reflejo del superior. Los histriones fundaron su doctrina sobre una perversión de esa idea. Invocaron a Mateo 6:12 ("perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores") y 11:12 ("el reino de los cielos padece fuerza") para demostrar que la Tierra influye en el cielo, y a I Corintios 13:12 ("vemos ahora por espejo, en oscuridad") para demostrar que todo lo que vemos es falso. Quizá contaminados por los monótonos, imaginaron que todo hombre es dos hombres y que el verdadero es el otro, el que está en el cielo. También imaginaron que nuestros actos proyectan en reflejo invertido, de suerte que si velamos, el otro duerme; si fornicamos, el otro es casto; si robamos, el otro es generoso. Muertos, nos uniremos a él y seremos él.

Jorge Luis Borges. Los teólogos (1949).

martes, 25 de septiembre de 2012

Patricia Highsmith: una carta adversa

Pierre Bonnard. La carta (1906).
Don,
      lamento muchísimo haber esperado tanto tiempo antes de contestar tu carta, pero aquí voy siempre de una cosa a otra. Hasta hoy no he conseguido instalarme con el orden suficiente para empezar a trabajar. (...)
      Eres un ángel, Don. Lo sé y no lo pienso olvidar. Tampoco olvidaré nuestros días en la Côte. Pero, querido, no soy capaz de verme en un cambio de vida tan radical y abrupto como para casarme, ya sea aquí o allá. Me resultará imposible pasar las Navidades en Estados Unidos porque estoy muy ocupada por aquí. Por otra parte, ¿por qué ibas tú a arrancar tus raíces de Nueva York? Tal vez en Navidad, cuando te llegue esta carta, tus sentimientos hayan cambiado un poco.
      ¿Me volverás a escribir, por favor? ¿Intentarás que esto no te haga desgraciado? ¿Y podemos volver a vernos? ¿Tal vez de manera inesperada y maravillosa, como pasó en Juan-les-Pins?

Rosalind

   Se metió la carta en el bolsillo y salió a toda velocidad a la calle. Sus pensamientos eran un caos, señales de una angustia mortal, gritos de una muerte silenciosa, órdenes confusas que impelían a su ejército derrotado a retirarse antes de que fuera demasiado tarde, a no abandonar, a no morir.
   Un pensamiento se abrió paso con cierta claridad: la había asustado. Su declaración estúpida y desenfrenada, el torrente de planes se había vuelto sin duda en su contra. Si hubiera dicho solo la mitad, ella habría entendido cuánto la quería. Pero había sido muy concreto. Le había dicho: <<Querida, te amo. ¿Puedes venir a Nueva York por Navidad? Si no, puedo volar yo a París. Quiero casarme contigo. Si prefieres vivir en Europa, me las arreglaré para instalarme allí también. Me sería tan fácil...>>.
   ¡Qué imbécil había sido!

Patricia Highsmith. Pájaros a punto de alzar vuelo (1946).

sábado, 22 de septiembre de 2012

Patricia Highsmith: un crimen peculiar

Jean David. El espantapájaros y las aves.
   Había decidido que el mejor momento para poner en práctica su plan era a plena luz del día, mejor que por la noche, cuando se hubiera visto obligado a usar una linterna en cuyo extraño brillo alguien habría podido reparar. De modo que Skip rodeó el cuerpo de Frosby con un brazo y lo arrastró campo arriba hacia su espantapájaros. Era un trayecto de casi un kilómetro. Skip llevaba una cuerda y un cuchillo en los bolsillos traseros. Cortó el viejo espantapájaros, cortó las cuerdas que sujetaban las prendas de ropa a la cruz, vistió a Frosby con los viejos pantalones y la chaqueta, le ató un saco de arpillera en torno a la cabeza y a la cara y le plantó encima el sombrero. Como el sombrero se negaba a permanecer en su sitio si no lo ataba, Skip le abrió unos agujeros en el ala con la punta de su cuchillo para pasar la cuerda. Luego recogió los sacos y echó a andar de vuelta hacia su casa, cuesta abajo, con muchas miradas hacia atrás para admirar su obra y muchas sonrisas. El espantapájaros parecía casi el mismo de siempre. Había resuelto un problema que mucha gente consideraba difícil: qué hacer con el cuerpo. Además, podía darse el gusto de contemplarlo con sus anteojos desde la ventana del piso superior.

Patricia Highsmith. A merced del viento (1979).

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Sartre: la decadencia de un marido

Edvard Munch. El vampiro (1895).
Pedro dormía, tenía una semisonrisa cándida; inclinaba la cabeza: hubiérase dicho que quería acariciar su mejilla con su hombro. Eva no tenía sueño, pensaba: "recapitulación". Pedro había tomado de pronto un aire estúpido y la palabra había corrido fuera de su boca larga y blanquecina. Pedro había mirado hacia adelante con asombro, como si viera la palabra y no la reconociera; su boca estaba abierta, blanda; algo parecía haberse roto en él. "Ha tartamudeado, es la primera vez que le ocurre. Por lo demás no lo ha notado. Dijo que no encontraba más sus ideas". Pedro lanzó un pequeño gemido voluptuoso y su mano hizo un gesto ligero.
   Eva le miró duramente: "Cómo irá a despertarse". Eso la corroía. En cuanto Pedro se dormía pensaba en eso, no podía evitarlo. Tenía miedo de que se despertara con los ojos turbios y se pusiera a tartamudear. "Qué estúpida soy", pensó, "eso no debe comenzar antes de un año. Franchot lo ha dicho". Pero la angustia no la abandonaba; un año; un invierno; una primavera; un verano: el comienzo de otro otoño. Un día se confundirían esos rasgos, dejaría colgar la mandíbula, abriría a medias los ojos lacrimosos. Eva se inclinó sobre la mano de Pedro y posó en ella los labios: "Te mataré antes".

Jean-Paul Sartre. La cámara (1939).

domingo, 16 de septiembre de 2012

Kafka: un simio humanizado

Sue Coe. Mono.
   Cuando vuelvo la vista hacia mi evolución y a su meta actual, ni me quejo ni estoy satisfecho. Con las manos en los bolsillos, la botella de vino sobre la mesa, estoy medio tumbado, medio sentado en la mecedora y miro por la ventana. Si viene visita, la recibo como es debido. Mi empresario está en la antesala; si llamo, viene y escucha lo que tengo que decir. Por la noche casi siempre hay representación, y tengo éxitos difíciles de superar. Cuando regreso tarde a casa de los banquetes, de sociedades científicas, de estar en agradable compañía, me espera una pequeña chimpancé medio amaestrada y me complazco con ella a la manera de los simios. Durante el día no quiero verla; tiene en la mirada el extravío del animal amaestrado y confundido; solo yo lo advierto y no puedo soportarlo.

Franz Kafka. Informe para una academia (1917).

sábado, 15 de septiembre de 2012

Camus: el amor de Don Juan

Konstantin Somov. Amantes. Tarde (1910).
Si bastara con amar, las cosas serían demasiado sencillas. Cuanto más se ama, más se consolida lo absurdo. Don Juan no va de mujer en mujer por falta de amor. Es ridículo representarlo como un iluminado en busca del amor total. Mas justamente porque las ama con idéntico arrebato, y cada vez con todo su ser, tiene que repetir ese don y esa profundización. De ahí que cada una espere aportarle lo que nadie le ha dado nunca. Cada vez, ellas se equivocan terminantemente y solo consiguen que acabe sintiendo la necesidad de esa repetición. «Por fin —exclama una de ellas—, te he dado el amor.» ¿Acaso es sorprendente que Don Juan se ría de ella? «¿Por fin? No —dice—, una vez más.» ¿Por qué iba a ser menester amar pocas veces para amar mucho?

Albert Camus. El mito de Sísifo (1942).

lunes, 10 de septiembre de 2012

Sabato: el poema de Bruno

Remedios Varo. Aurora (1962).
   —Sí, Alejandra es un ser complicado. Y tan distinta a la madre. En realidad es una tontería esperar que los hijos se parezcan a sus padres. Y acaso tengan razón los budistas, y entonces ¿cómo saber quién va a encarnarse en el cuerpo de nuestros hijos?
   Como si recitara una broma, dijo:

                       Tal vez a nuestra muerte el alma emigra:
                       a una hormiga,
                       a un árbol,
                       a un tigre de Bengala;
                       mientras nuestro cuerpo se disgrega
                       entre gusanos
                       y se filtra en la tierra sin memoria,
                       para ascender luego por los tallos y las hojas,
                       y convertirse en heliotropo o yuyo,
                       y después en alimento del ganado,
                       y así en sangre anónima y zoológica,
                       en esqueleto,
                       en excremento.
                       Tal vez le toque un destino más horrendo
                       en el cuerpo de un niño
                       que un día hará poemas o novelas,
                       y que en sus oscuras angustias
                       (sin saberlo)
                       purgará sus antiguos pecados
                       de guerrero o criminal,
                       o revivirá pavores,
                       el temor de una gacela,
                       la asquerosa fealdad de comadreja,
                       su turbia condición de feto, cíclope o lagarto,
                       su fama de prostituta o pitonisa,
                       sus remotas soledades,
                       sus olvidadas cobardías y traiciones.


   Martín lo oyó perplejo: por una parte parecía que Bruno recitaba en broma, por otra sentía que de algún modo aquel poema expresaba seriamente lo que pensaba de la existencia: sus vacilaciones, sus dudas. Y conociendo ya su extremo pudor, se dijo: Es de él.

Ernesto Sabato. Sobre héroes y tumbas (1961).

viernes, 7 de septiembre de 2012

Vargas Llosa: ¿por qué todos son mis enemigos?

Edvard Munch. Melancolía (1892).

Estaba sorprendido: debería sentirse excitado o aterrado, algún trastorno físico debía recordarle la delación. Creía que los animales, después de cometer un asesinato, se hundían en un vértigo y quedaban como hipnotizados. Él solo sentía indiferencia. Pensó: <<Estaré seis horas en la calle. Iré a verla pero no podré decirle nada de lo que ha pasado>>. ¡Si tuviera alguien con quien hablar, que pudiera comprender o al menos escucharlo! ¿Cómo fiarse de Alberto? No solo se había negado a escribir en su nombre a Teresa, sino que en los últimos días lo provocaba constantemente —a solas, es verdad, pues ante los otros lo defendía—, como si tuviera algo que reprocharle. <<No puedo fiarme de nadie>>, pensó. <<¿Por qué todos son mis enemigos?>>.

Mario Vargas Llosa. La ciudad y los perros (1963).